domingo, 19 de marzo de 2017

Ruido Mudo

En el colegio siempre me enseñaron lo importante que era el silencio. Es algo que hay que guardar y atesorar, una forma de mostrar respeto, un medio civilizado de mantenerse en sociedad, la manera correcta de estudiar y el único modo de responder a las autoridades y los mayores. Tantos años escuchando maravillas del silencio, de cómo leer en silencio es la manera correcta de leer, cómo memorizar en silencio es la mejor forma de memorizar. Pensar que solo estaban regando plantas de ignorancia. Sordas tapias, ciegos topos.

Cuando entré a la universidad me enseñaron que hacer ruido no es tan malo. Pero solo un poco, y en coro con el resto de mis compañeros. Todos cantando las mismas canciones, entonando las mismas notas en un solo tiempo. Orquestados por un profesor, obviamente. Cantábamos los bemoles cuando nos bajaban la mano y sostenidos cuando la alzaban. El silencio invadía la sala cuando cerraban la mano. Acción y reacción, como aquella emotiva película francesa. 

Pero fue en la misma universidad donde la imaginación, o mi Síndrome de Atención Dispersa, Hiperactividad e Impulsividad como me dijeron todos, me mostró cómo hacer ruido fuera de las notas que dictaban los profesores. Distorsiones surreales, quebrantamiento de las leyes musicales impuestas por los que saben más que nosotros. ¡Qué bonito que es el ruido! ¡Qué bien se sienten los oídos vibrando enrabiados y la voz quebrada de tanto gritarle al cielo!

No puedo ser injusto y llevarme toda la gloria. Debo reconocer que no fue solo la imaginación la que abrió las puertas que estuvieron años cerradas. Profesores rupturistas nos invitaban a pensar. ¡A crear! Hacer algo por nosotros mismos, inventar algo, fabricar nuestra realidad. Generar desde la nada, en contra de todo lo que Newton nos enseñó en años pasados. Profesores que se sientan sobre la mesa, no porque quieran parecer más altos o más juveniles, sino solo por qué lo encuentran más cómodo. Autoridades que se refieren al subyugado con respeto, franqueando aquella barrera que a nosotros nos está prohibido saltar, para que ambos discutamos ideas cara a cara, sin peldaños de por medio.

Un soul desenfrenado entra por mis odios mientras escribo estas líneas, que escapan de mis dedos como si trataran de perderse en el papel antes de ser olvidados en los confines de mi corta memoria. El ruido es el nuevo silencio, el grito desgarrado es el nuevo puño en alto. Cambiamos paradigmas entrelazando notas estridentes y voraces, con hambre de ser oídas por mentes frescas y abiertas a esta nueva realidad.


El ruido libera nuestros deseos más profundos, pero no olvidemos que debe ser liberado con cuidado, no desbocado a la vida. Para ello debemos utilizar a nuestro favor lo que durante tantos años usaron para amarrarnos. El silencio marca el camino del grito y lo guía por el sendero que debe recorrer. Nunca hay que hacer tanto ruido como para opacar a los demás, pero tampoco está bien sumirse en el silencio para que el resto nos calle. 

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