domingo, 19 de marzo de 2017

Luz de Luna

La suave carne permanece tibia, y la sensación es exquisita. Una calidez que es diferente en cada parte del cuerpo, distinta según la persona que la irradia. La de él es honesta, tranquila, sumisa. Sabe lo que está pasando y se somete al destino. Su cuello fibroso deja ver las gruesas venas que lo recorren como una carretera hacia el corazón. Sus latidos bostezan somnolientos dejando lugar al silencio, a la tranquilidad. La tensión sobre sus hombros desaparece paulatinamente, junto a los segundos que hoy nos unen por primera y ultima vez.

Una vez que todo haya acabado, pondré sobre mis cabellos castaños la capucha negra que llevo puesta y desapareceré entre las sombras. Él no me habrá conocido nunca, y yo a él no lo recordaré por nada en especial. Una vez separados no tendremos nada en común, no sentiré su calor, no apreciaré lo sedoso de su pelo, lo firme de sus hombros o la curvatura de sus orejas. El placer carnal que me proporciona tocarlo dará paso al olvido, a la monotonía que cae sobre un empleo que no tiene nada de novedoso después de un par de años. La capucha negra esconderá un rostro, ninguno en especial, una cara sin facciones definidas ni algún rasgo particular, pues él jamás recordará nada. Un rostro en blanco entró por la ventana, un rostro en blanco salió por la misma. Solo eso, nada más.

Se me dirá astuto, pillo, hábil. No soy nada de eso. Solo cumplo mi trabajo entre las sombras y escapo bajo la traicionera luz de la luna. Se hablará de mis hazañas, pero yo no sabré reconocerlas. Nada es diferente de ayer y mañana seguirá siendo todo igual. Hoy me arrastro bajo la oscuridad, mañana me esconderé a plena luz del sol, vestido como hippie. Tal vez sea una mujer, no lo he decidido aún. Siempre me ha llamado un poco la atención como solía vestir Janis Joplin.


El cuchillo que mi mano sostiene finalmente ha dejado de vibrar. Los latidos se detuvieron y el cuello, antes cálido, ahora es frío e indiferente. La mirada que antes penetraba el vacío ahora solo lo observa pasar, efímero. Deodato ya no respira, solo su sangre se mueve y recorre el filo de mi brillante navaja. Las pocas gotas que cayeron al piso muestran mi destreza, un dominio casi perfecto, una punzada que interrumpe el paso de la vida permanentemente, casi sin dejar huella de su paso. Sus fuerzas abandonaron el cuerpo y sus piernas intentan dejar caer el peso inerte al suelo para causar alboroto, pero el silencio es mi mentor, mi protector, el manto que me cubre y vela por mí. Con cuidado y mesura dejo el cuerpo inerte de lo que alguna vez fue Deodato, y salgo por la misma ventana que me vio entrar. El trabajo fue un éxito y el cliente estará satisfecho. Miro al cielo y pienso que mi única cómplice es la luna, una traicionera luna que delata mi camino.

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