La suave carne permanece tibia, y la sensación
es exquisita. Una calidez que es diferente en cada parte del cuerpo, distinta
según la persona que la irradia. La de él es honesta, tranquila, sumisa. Sabe
lo que está pasando y se somete al destino. Su cuello fibroso deja ver las
gruesas venas que lo recorren como una carretera hacia el corazón. Sus latidos
bostezan somnolientos dejando lugar al silencio, a la tranquilidad. La tensión
sobre sus hombros desaparece paulatinamente, junto a los segundos que hoy nos
unen por primera y ultima vez.
Una vez que todo haya acabado, pondré sobre
mis cabellos castaños la capucha negra que llevo puesta y desapareceré entre
las sombras. Él no me habrá conocido nunca, y yo a él no lo recordaré por nada
en especial. Una vez separados no tendremos nada en común, no sentiré su calor,
no apreciaré lo sedoso de su pelo, lo firme de sus hombros o la curvatura de
sus orejas. El placer carnal que me proporciona tocarlo dará paso al olvido, a
la monotonía que cae sobre un empleo que no tiene nada de novedoso después de
un par de años. La capucha negra esconderá un rostro, ninguno en especial, una
cara sin facciones definidas ni algún rasgo particular, pues él jamás recordará
nada. Un rostro en blanco entró por la ventana, un rostro en blanco salió por
la misma. Solo eso, nada más.
Se me dirá astuto, pillo, hábil. No soy nada
de eso. Solo cumplo mi trabajo entre las sombras y escapo bajo la traicionera
luz de la luna. Se hablará de mis hazañas, pero yo no sabré reconocerlas. Nada
es diferente de ayer y mañana seguirá siendo todo igual. Hoy me arrastro bajo
la oscuridad, mañana me esconderé a plena luz del sol, vestido como hippie. Tal
vez sea una mujer, no lo he decidido aún. Siempre me ha llamado un poco la
atención como solía vestir Janis Joplin.
El cuchillo que mi mano sostiene finalmente ha
dejado de vibrar. Los latidos se detuvieron y el cuello, antes cálido, ahora es
frío e indiferente. La mirada que antes penetraba el vacío ahora solo lo
observa pasar, efímero. Deodato ya no respira, solo su sangre se mueve y
recorre el filo de mi brillante navaja. Las pocas gotas que cayeron al piso
muestran mi destreza, un dominio casi perfecto, una punzada que interrumpe el
paso de la vida permanentemente, casi sin dejar huella de su paso. Sus fuerzas
abandonaron el cuerpo y sus piernas intentan dejar caer el peso inerte al suelo
para causar alboroto, pero el silencio es mi mentor, mi protector, el manto que
me cubre y vela por mí. Con cuidado y mesura dejo el cuerpo inerte de lo que alguna
vez fue Deodato, y salgo por la misma ventana que me vio entrar. El trabajo fue
un éxito y el cliente estará satisfecho. Miro al cielo y pienso que mi única
cómplice es la luna, una traicionera luna que delata mi camino.
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