domingo, 19 de marzo de 2017

El Domador de Volantines

Los recuerdos escaparon de mi mente como gotas de rocío, resbalando de la tierna hoja para caer en el áspero suelo. Ahora no soy nadie, tal vez nunca fui nadie y probablemente jamás logre ser nadie. Mi memoria es un artefacto roto, y mis recuerdos escaparon a través de las grietas que dejó la vida en ella. No creo que vayan a volver.

Un rostro sin facciones me mira enternecido, con cariño. Yo estoy sentado en lo que parece su regazo. Harapos viejos cubren su cuerpo, como tratando de evitarle la vergüenza de andar desnudo. Él me reconoce, pero yo no sé quién es. No sé quién soy. El pelo cano cae sobre su frente y la descuidada barba se enreda sobre su cuello. Sus manos me acarician y toda la escena irradia tranquilidad. Lágrimas escapan de aquel rostro irreconocible y caen sobre mi espalda. Duermo boca abajo sobre su regazo y todo me parece tan familiar. ¿Quién soy?

Volantines. Los recuerdo. Coloridos volantines que mi abuelo elevaba con destreza. Gráciles movimientos orquestados por el viento convierten simples cometas en un espectáculo de colores, y mi abuelo sabía hacerlo de maravilla. Escucho su risa, sonora y estridente, una carcajada contagiosa que infunde alegría. Es mi abuelo. ¿Dónde estoy?

Abrí los ojos y frente a mi están mis familiares, amigos y algunas personas cansadas de la vida, amigos de mi abuelo. Gente que probablemente no tienen nada en común, desde políticos nacionalistas hasta pobres inmigrantes. El salón es oscuro y la poca luz parece cálida, y sin embargo todo se siente tan frío. Todos con trajes oscuros, vestidos de luto. ¿Un funeral? Miré donde estoy parado y a mi lado veo el altar. ¿Qué hago acá?

Lagrimas caen sobre el suelo. Parecen lluvia, la lluvia más triste del mundo. Busqué entre todas las personas y la única que no pude ver fue a mi abuelo. Pensé en los volantines, y en por qué el viento no dura para siempre. Miré hacia arriba pidiendo misericordia a ese Dios que hace tanto tiempo dejó de hablarme. ¿Dónde estoy? ¿Qué hago acá?

Un sollozo me sacó de tan banales cavilaciones. Mi cuerpo inmóvil descansa dentro de un féretro de fina madera y detalles exquisitos, mientras mi abuelo, cansado de la vida, llora sobre mi pecho. Una sonrisa quiere dibujarse sobre mi rostro, pero los muertos no sonríen. Las lágrimas humedecen mi elegante traje, pero yo ya no puedo sentir el frío. Pobre de mi abuelo, si tan solo me dejara recordarlo como el domador de volantines, podría partir al otro mundo más tranquilo. Pero ahora solo puedo pensar en su tristeza, en su soledad y en por qué el viento nunca es para siempre.


Lo miré a los ojos y dejé caer una lagrima dentro de mi, una lágrima que solo él podía ver. Mi abuelo desapareció frente a mis ojos súbitamente, y no puedo evitar soltar una vibrante carcajada dentro de mi cuando lo veo volver con un volantín enorme, el más grande que haya visto. Dejó caer una sonrisa sobre mi rostro y se fue junto a sus lágrimas resignadas. Ahora podré enseñarle a Dios como se elevan volantines.

No hay comentarios:

Publicar un comentario