En la jauría de León había todo tipo de perros. Bueno,
decir jauría tal vez es una exageración, pues solo eran cinco perros que
vagaban por Santiago. Buscaban algo. León buscaba algo. Tal vez fuera un lugar
tibio para pasar los inviernos, un plato con comida para satisfacer el vacío en
el estómago o un jardín de niños para ser acariciado y mimado hasta el
cansancio. Pero hoy el vivía con sus cuatro compañeros ganándole a la vida,
siendo hijos del rigor. La comida era basura, su hogar eran los cartones que se
amontonaban ahí donde el camión de la basura no se aventurara. No tenía rumbo,
destino ni camino, solo un sueño. Ser feliz. ¿No son siempre los perros
felices? Pues no. Son como niños, que necesitan cariño y cuidado, y el frío
pavimento no otorga ninguna de esas cosas. Y la gente no ayuda tampoco. ¿Que
hicimos para merecer estas máquinas de amar?
León se pasea a diario por donde su olfato lo guíe. Rhon,
Neco, Nala y Olvia lo siguen a todas partes, pues a pesar de su corta edad, la
calle había curtido los instintos de León. Era un explorador nato y sin miedo
de ensuciar su pelaje, sin miedo a nada para ser honesto. Tal vez a las
palomas, pero quien no. Por eso todos seguían a León, además de ser hilarante y
simpático. Era un perro de calle de hocico a rabo, y como tal, sabía manejarse
con los humanos. Dar la pata, sentarse, acostarse. Hasta saltaba sobre la
pierna de quien la estirara en algún lado. A Olivia le encantaba León, igual
que a Nala, y por esto ellas siempre peleaban. A Rhon y Neco esto les hacía
gracia y alimentaban el fuego diciendo que León gustaba de una u otra. A él, en
realidad, esto le llevaba sin cuidado, pues el solo miraba el horizonte y veía
su sueño.
Las habilidades de León no siempre cayeron bien, pues
perros más viejos, magullados por la realidad, envidiaban su gracia, su virtud
y sus capacidades, razón por la que le hacían la vida imposible. Desde robar su
comida hasta orinarle encima. Si fuera por él, se abalanzaría sobre aquellos
miserables perros, pero sabía que Neco ya estaba muy viejo para aguantar una
pelea, y que Rhon y Olivia no sabrían que hacer. Nala se abalanzaría sobre
quién amenace a León, peor tampoco es que supiera como apuntar al cuello al
momento de morder. En resumidas cuentas, León debía proteger su jauría, y
riñendo no lo lograría. Es por esto que sonreía y aceptaba lo que le deparaba
la vida, siempre pensando que su destino valía la pena.
Rhon y Olivia eran hermanos. O algo así en realidad, pues
el parecía un Pastor Alemán y ella era una cruza entre un Schnauzer y un
Westie, pero habían sido criados por la misma familia. Eran tratados como
dioses, con dos comidas al día, viviendo dentro de la casa y con espacio para jugar
donde quisieran. Podían incluso jugar con los humanos de la casa cuando
quisieran. Pero un día entraron a robar a la casa, y aunque ladraron con todas
sus fuerzas, no espantaron a los ladrones. Después entendieron que no venían a
robar la casa, sino a ellos. Los metieron dentro de un auto blanco y grande, y
partieron a toda velocidad, lejos de si hogar. Lejos de su familia. En algún
momento el auto se detuvo, y Rhon golpeó con todas sus fuerzas la puerta de atrás.
Estas se abrieron de par en par y ambos escaparon, lejos del auto y de los
ladrones. Intentaron volver a casa durante meses, hasta que se dieron cuenta
que jamás lo lograrían. Los perros de la calle les decían que no buscarán más,
pues sus dueños los habrían buscado si fueran tan importantes. Y luego
conocieron a León.
No solo les prometió ayuda, sino también que encontrarían
su hogar nuevamente. Les dijo que no escucharán a aquellos vagabundos, pues
nada sabían. Y por esto Olivia y Rhon andaban para todos lados juntos. Juntos
siguiendo a León. En cambio Nala siempre fue de calle. El nombre se lo puso un
carabinero que cuidaba de ella en la esquina del metro Universidad Católica,
por qué le recordaba a una perra Rodesiana que había tenido cuando pequeño.
Pero un día él no volvió más. Fue reasignado lejos del metro, muy lejos de
Nala, y sin nadie que la protegiera de los abusos que todo perro sufre en la
calle, ella se echó a morir. Cuando León la encontró, estaba flaca y moribunda,
pero un buen pedazo de carne robada del supermercado y un poco de agua hicieron
lograron animarla un poco. Desde ese momento Nala nunca se separó de León, y
gracias a eso recuperó su peso y gracia.
Neco era amigo de la infancia de León. Crecieron juntos en
un callejón cerca de la Moneda, sin madre alguna y con la calle como su única
maestra. Ambos vagaron desde cachorros y dieron tumbos desde La Pintana hasta
Lo Barnechea, comiendo de todo lo que los basureros ofrecían. Neco prefería el
Barrio Italia, mientras León siempre hablaba de las maravillas de la comida
Japonesa de un pequeño local en Republica. Tal vez sea por su similitud a los
Shiba Inu, siendo que su porte era más parecido al de un Akita. Neco era un
Labrador negro, y su apodo era perfecto. Le decían Neco, como diminutivo de
"Negro Conchatumadre", pues era travieso como el solo. El mote se lo
dio León, quien pasaba rabias con cada jugarreta de Neco.
Estos cinco perros vagaban por Santiago buscando hogar y
alimento, además de cariño cuando el destino se los permitía. Caminaron desde
la Plaza Italia hasta la Rotonda Irene Frei. Todo en un solo día. León estaba
decidido a encontrar los humanos de Rhon y Olivia. Ya llevaban meses en esto,
pero nada lo desalentaba. León escuchaba las historias de la casa donde ellos
vivían y un nudo en su garganta se formaba cuando pensaba lo duro que sería
perderlo todo. El nunca había conocido la vida de hogar, pero conocía la de la
calle, y aún estando acostumbrado a ella, el reconocía que era dura.
Los cuatro pararon a descansar bajo un árbol. El clima era
extraño. Había sol, pero el frío se hacía presente. El pasto estaba algo
quemado y pinchaba mientras estaban echados, pero aún así era mejor que el
pavimento. Los autos pasaban, uno tras otro. Todos dormían menos Neco, quien
veía pasar los autos. Primero uno rojo, luego uno azul, uno blanco y uno negro.
El auto negro tenía un cartel con imágenes de Rhon y Olivia. Era un cartel de
se busca. ¡Era un cartel de se busca! Neco ladro y partió corriendo detrás del
auto negro, sin dejar de ladrar. Persiguió el auto varios metros, hasta que
este de detuvo. Antes de que el humano pudiese notar que era lo que estaba
ocurriendo, un labrador negro se apoyaba en su puerta y asomaba la cabeza por
su ventana. El hombre no lo podía creer. Bajo del auto para ver que le sucedía
al perro, pero cuando lo hizo vio que el can se alejaba y volvía a mirarlo
después de unos metros. Parecía pedirle que lo siguiera.
El hombre, que era más un joven que un adulto, siguió al
perro por instinto, olvidando todo lo que debía hacer ese día. Recorrió el
camino de vuelta hacia la rotonda, con el perro un par de metros adelante. Este
lo miraba cada cierto tiempo para ver si lo seguía o no. Algo quería mostrarle.
Y asombro fue lo que sintió. No entendía nada. Era todo tan súbito que su cabeza
no lograba hilar una idea. Al frente suyo estaba el pastor y la quiltra de su
amigo, esperando, bajo un árbol en la rotonda. Meses habían pasado desde que
Matías repartió los carteles a sus amigos y conocidos para intentar encontrar
sus perros, pero nada había dado frutos. Esto era increíble.
Martín, el joven del auto negro, llamó desesperado a
Matías, quien era conocido por no contestar nunca su teléfono y por sus dos
perros, que hasta hoy estaban perdidos. Como era lógico, Matías no contestó, y
Martín decidió llevarse los perros a su casa. Al tratar de acercarse a Rhon y
Olivia, estos ladraron, poseídos por el miedo de aquella noche en la que fueron
secuestrados. Neco trato de tranquilizarlos, pero nada parecía funcionar.
Martín, mientras tanto, seguía tratando de llamar a Matías, pero sin ningún
resultado. El joven se dio cuenta que no había forma de calmar a los animales,
y que debía volver con Matías más tarde, esperando que estos estuvieran aquí.
Algunos curiosos se había acercado a mirar que estaba pasando, pero eso solo
empeoraba la situación, haciendo que Rhon y Olivia ladrarán más fuerte, con más
rabia y terror. Pero de todas las personas presentes, una chica, de la misma
edad de Martín, se acercó a él, a ofrecer ayuda.
Se llamaba Sofía, y le encantaban los animales. Los perros
algo se calmaron cuando ella se acercó, pues irradiaba una energía positiva que
estos percibieron. Para Martín, esto era magia. Y no fue solo él quien quedó
embobado por la chica. León, quien se había mantenido al margen de toda la
situación, no podía separar sus ojos de ella. Se había enamorado. Se acercó a
Sofía, para olerla y llamar su atención, y esta se agachó y acaricio la cabeza
del sumiso animal. León estaba en el cielo. Martín no podía creer lo que estaba
viendo, todo parecía extraordinario. Los perros se calmaron, uno de ellos ahora
se dejaba acariciar incluso, y todo gracias a ella. Martín le explicó la
situación y le pidió por favor si podía mantener a los perros aquí durante un
tiempo, para poder ir a buscar al dueño. Sofía aceptó, y preguntó cuánto
demoraría, más o menos, pues ella debí volver a cuidar de su hermana que estaba
enferma. Martín dijo que media hora, cuarenta minutos sería suficiente.
En el camino a buscar a Matías, el se dio cuenta que no le
había pedido el número de teléfono a Sofía, y que si cuando volvía ella no
estaba, podría perder a los perros. Podría perderla a ella. Apretó el
acelerador y sintió como vibraba el motor de su auto negro. Las ruedas se
aferraron a la costanera y el celular apuntaba la vía más rápida a la casa de
Matías. Tiempo aproximado: Treinta minutos. Las curvas fueron rápidas y las
rectas lo fueron aún más, los ceda el paso imaginarios y los semáforos todos
verdes. O eso veía Martín. Al llegar a la casa de su amigo, lo tomo de brazo y
sin explicación alguna lo subió al auto. "Confía en mi" dijo Martín
mientras quemaba los neumáticos. Mientras tanto, Sofía creyó que jamás llegaría
antes de las cuatro, hora a la que se iba su otra hermana de la casa. No podía
dejar a la enferma sola, así que decidió hacer lo que solo a ella se le había
ocurrido: Llevar todos los perros a su casa. Probablemente le diera un infarto
a su padre, que por muy animalista y adorador de los canes que es, no podría
creer que tendría que alojar una jauría completa bajo su techo. Sofía diría que
eran solo cinco, pero una jauría es una jauría.
León saltaba de alegría, caminaba entre las piernas de Sofía
y no podía dejar de mirarla. Había encontrado a su dueña. La que nunca había
tenido, la que jamás había sido concebida, hoy apareció ante sus ojos sin
siquiera esperarlo. Ni siquiera era su sueño, ¡Su destino! Pero ahí estaba él,
moviendo la cola de lado a lado, como nunca lo había echo antes. Por el otro
lado estaba Nala celosa, Neco preocupado y tratando de explicarles a Olivia y
Rhon que todo estaría bien, que eran buenas personas y que su dueño ya
aparecería. Poco sabían ellos de que Martín había llegado a la rotonda y no
había encontrado nada. Pregunto en una bomba de bencina cercana si había visto
una chica caminar con muchos perros. Le dijeron que si, claro, pues es algo que
no ocurre a menudo, pero que no sabían que dirección había tomado. Uno de ellos
aseguró que siempre tomaba la micro para ir a la universidad en el paradero de
la esquina. Lamentablemente, pensaban los amigos, estaban de vacaciones. Pero
que el paradero fuera ese quería decir que ella tenía que vivir cerca.
Martín y Matías decidieron hacer lo impensado. Recorrerían
toda la comuna buscando la casa de Sofía, y así encontrarían a Rhon y Olivia.
Fueron casa por casa preguntando por Sofía, dando su descripción. No muy alta
ni muy baja, delgada y de pelo castaño. Bonita, muy bonita, siempre agregaba
Martín. Pero una casa tras otra, rejas negras, verdes y blancas, nadie conocía
a Sofía. La noche llegó y los amigos se debían ir a sus casas. Matías
tomo la micro y Martín manejo a su casa, que no era muy lejos. Pobres
muchachos, ambos desilusionados, con las caras largas y maldiciendo esta vida
de perros. Mientras, en otro lugar, Olivia y Rhon comprendían lo que había
pasado, y junto con Neco se lamentaban. Tan cerca y tan lejos, si solo hubieran
escuchado al muchacho. Si Sofía hubiese esperado habrían llegado hoy mismo a su
casa. No, la culpa no es de Sofía, replicaba Rhon. Ella nos está cuidando,
alimentando, mimando. Son cosas que no conocíamos hace tiempo. Si mis dueños
estuviesen tan preocupados, ya me habrían encontrado. Tal vez debamos quedarnos
con Sofía, agregaba Olivia. Ella nos trata bien, es casi como cuando Matías de
acostaba con nosotros y nos acariciaba.
Quienes digan que los animales no sufren, no recuerdan, no
lloran, es por que nunca ha cuidado de uno. Los perros aman más profundo que
cualquier humano, por qué lo hacen sin reparos, sin discriminar, sin fijarse si
la persona es mala o buena, bonita u horrible. Para un perro, vivir es amar, y
el hombre es el único que no lo nota. Mientras Neco, Olivia y Rhon discutían,
Nala intentaba llamar la atención de León, y para lograrlo empezó a morder los
zapatos de Sofía, quien sin regañarla o hacerle daño alguno, se lo quito del
hocico y acaricio su cabeza. Había pasado tanto tiempo desde que alguien tocaba
a Nala que solo pudo recostarse de espaldas y esperar más caricias. Eran una
adicción. León descansaba en el regazo de Sofía y veía todo desde ahí. Ya no
sería el líder de la jauría. Ya no viviría en la calle. Ya no comería de la
basura. Ahora el sería el dueño de casa y cuidaría de Sofía con todo su ser.
Más entrada la noche, llegó el padre de Sofía, listo para
regañarla por la irresponsabilidad de llevar tantos perros a la casa,
especialmente si no los conocía. Pero cuando se acercó a la chica, León saltó
al rescate de esta, pensando que se encontraba en peligro, y enseñó los
dientes, gruñendo, desafiante. Lógicamente, el padre de Sofía de asusto, pero
cuando recobró el aliento, gritó, encolerizado, que ningún perro vendría a
ladrarle en su propia casa. Sofía miró a León y él entendió de inmediato lo que
había echo. El padre quería echar a los perros a la calle, o al menos que
durmiera afuera. La chica insistió que hacerlo sería condenarlos a muerte, ya
que hacía un frío ártico y no eran perros de calle. Poco sabia ella del pasado
de la jauría, pero la docilidad de todos no daba para pensar que podían ser
perros callejeros. Luego de una larga conversación, el padre decidió que podría
quedarse sólo con uno, y el resto dormiría afuera, a su suerte. Sofía, con
lágrimas en los ojos, y viendo que su mejor opción era rezar por la suerte de
los canes y salvar al menos a uno. Y eligió a León. Siempre supo que elegiría a
León, que lo separaría de sus compañeros, y que hacerlo podía parecer egoísta,
pero se consolaba diciendo que era mejor salvar a un perro que a ninguno.
Dicho y echo, Neco, Nala, Rhon y Olivia se vieron forzados
a marchar al frío invierno, pero eso no era lo peor. Su confianza se vio
traicionada, depositaron sus esperanzas en esta chica y vieron como este nuevo
sueño se hacía pedazos en el frío y oscuro pavimento. León veía como sus
compañeros de viaje eran echados de la casa sin misericordia alguna, y buscaba
los ojos de Sofía. Buscando una explicación, pero el evitaba su mirada. Sus
lágrimas golpeaban el suelo mientras una pequeña garuga de transformaba en
llovizna y luego en tempestad. León no pudo soportar la escena y escapó de los
brazos de su nueva dueña, para socorrer a sus compañeros. Su sueño se convirtió
en pesadilla y sabia que jamás podría escapar de ella. Miró hacia atrás,
esperando que el padre se arrepintiera, pero solo vio a Sofía arrodillada, con
la mirada hacia el piso, llorando. León eligió con el corazón y no escucho lo
que decía su cabeza. El pavimento estaba frío, con cada paso sentía como sus
almohadillas se pegaban al suelo y luego se despegaban, rompiéndole un poco
cada vez. "La familia es lo primero" pensó León, y dicho esto cruzó
la reja. Aún que no avanzaría demasiado.
Afuera de la casa, arrodillado, llorando como un niño
desamparado, estaba Matías, abrazando a Rhon y Olivia. Ambos, a pesar del dolor
de ser olvidados, siguieron amando, sin condiciones o requisitos. Las manos del
pobre chico se perdían entre el pelaje del pastor y la barriga de la blanca
perrita. Su llanto se mezclaba con risas, y hablaba de manera ininteligible,
murmuraba palabras, como agradeciéndole a la vida. Los minutos parecieron horas
para Sofía, quien veía con lágrimas de empatía lo que sucedía al frente
suyo. Luego de que pasara la conmoción emocional y Matías pudo
recomponerse del llanto, se acercó a Sofía y la abrazo. La abrazo con fuerza,
pero delicadeza. No dijo nada, no abrió los ojos, no respiró. Solo la abrazaba.
Por unos instantes, todo el cuerpo del joven estaba en función de agradecer a Sofía
por haber encontrado sus adorados perros. Para él, eran como hijos.
"Gracias" fue lo que dijo después del abrazo, con los ojos vidriosos
y una lágrima en el rabillo, como esperando el momento perfecto para saltar al
vacío. Sofía lloraba desconsolada. ¿Acaso no vio cómo estaba echando a sus
perros a la calle? ¿Por que me agradece si los estaba condenando? "Si no
fuera por ti, jamás los habría encontrado a tiempo.
Rhon y Olivia no dejaban de olfatear a Matías, eufóricos.
Neco saltaba de alegría, jugaba con ellos, les mordía la cola y saltaba, feliz.
Nala observaba a León, quien sólo tenía ojos para Sofía. Se acercó lentamente,
como pidiendo permiso, y apoyo su cabeza en el regazo de la chica, que en estos
momentos parecía más una niña, una pequeña que no entendemos nada. Como por
inercia, ella comenzó a acariciar justo debajo de la oreja derecha de León,
como se había dado cuenta que le gustaba. El padre, impresionado, sorprendido,
paralizado por la vida, no pudo hacer nada más que apretar la mandíbula y
agradecer al cielo que llegara el joven. Con el dolor más grande de su vida
había dejado partir a los perros, pero en ese momento se dio cuenta del gran
error que estaba cometiendo. Miró a su hija, y no soportaba verla así. Se
acercó a Neco y Nala, quienes lo miraron con desconfianza. Nala estuvo apunto
de lanzar un mordisco al aire, como advertencia, pero León se puso en medio
rápidamente, evitando lo que habría sido un problema. El padre estaba conmovido
y León se había dado cuenta. Lentamente, con cuidado y precaución, el padre
bajo sus manos y acaricio la cabeza de ambos canes. Contenía las lágrimas a
duras penas. "Sofía, te puedes quedar con uno, pero que los otro dos de
queden acá hasta que encuentren dueño" dijo el padre. Sofía lo miraba como
si le hubieran hablado en ruso. No podía creerlo. Saltó de alegría y se colgó
del cuello de su padre. Seguía pareciendo una niña, pero ahora era una niña
risueña. Era una pequeña feliz. Luego se giró para darle un abrazo a Matías,
pero se encontró cara a cara con Martín. Matías lo había llamado apenas escucho
lo que dijo el padre, y el joven corrió desde su casa para ver la escena, para
participar de la felicidad de Sofía. Bueno, no corrió mucho en realidad, pues
resulta que vivía a solo algunas casas de distancia. Sofía pensaba que si no
fuera por él, jamás habría conocido a estos perros. El pensaba que si no fuera
por ella, jamás habría sentido la presión en el pecho que le aquejaba en ese
momento. "Yo me puedo quedar con el Rodesiano y el Labrador. Fue este
último el que me encontró, y siento como si me conociera desde siempre."
Neco entendió lo que sucedía. Ya no sería un perro de calle, nunca más. Y la
alegría de toda la jauría se hizo visible. Todos tendrían un hogar.
En esta oscura noche, donde el gélido frío de julio había
sido opacado por el calor del cariño y una de las muestras de amor
incondicional más grandes que ha visto la historia del hombre. Y la de los
perros. Todos pasaron dentro de la casa de Sofía y conversaron largo y tendido.
Matías estaba sentado en el piso, entre Rhon y Olivia, Sofía en un sillón con
León encima y Martín sentado en una silla, acariciando las cabezas de Neco y
Nala. Hablaron de todo. De cómo Matías se había bajado de la micro, decidido a
encontrar la casa de Sofía y sus perros. Ella explicó por qué se tuvo que ir de
la plaza y Martín la consolaba diciéndole que era muy entendible, que era lo
lógico, y que lo perdonara por demorar demasiado. Matías, divertido, molestaba
a su amigo, por qué este parecía nervioso cuando hablaba con Sofía. Mientras
tanto, Olivia y Rhon agradecían eternamente a Neco y a Nala. Prometían que de
volverían a ver, puesto que Martín y Matías eran muy amigos. Le dijeron a León
que le debían la vida, pues sin el jamás habrían podido encontrar a su dueño.
Nala y Neco de sumaron a esto último, remarcando todas las veces que León
postergó sus comidas para que ellos pudiesen alimentarse. León los miró y les
dijo que él era quien debería estar agradeciendo, pues de no ser por sus cuatro
compañeros, el nunca se habría dado cuenta que su sueño, en realidad, no era lo
que le tenía preparado el destino, sino algo mucho mejor. Y dicho esto dio un
beso en la mano de Sofía, quien todavía no podía creer que había pasado.
Matías, Martin y Sofía acordaron llevar a la jauría al
veterinario al día siguiente para realizar todos los chequeos y cuidados que
fuesen necesarios. El padre de Sofía se ofreció a acompañarlos felizmente, a lo
que los muchachos accedieron. Matías se despidió primero y le dio infinitas
gracias a Sofía por todo lo que había echo. Le dio un golpe en la espalda y le
dio muchísimas gracias por ayudarlo con toda la búsqueda. Cosas de amigos
respondió él, quitándole importancia. Matías subió con Rhon y Olivia al auto,
quienes asomaron la cabeza por la ventana y ladraron, felices, todo el camino a
su casa. Martín seguía en la puerta de la casa y no sabia que decir. Neco
entendía algo lo que pasaba, saltó sobre sus dos patas y empujó a Martín, quien
perdió el equilibrio torpemente, quedando a escasos centímetros de Sofía. Ambos
de sonrojaron. Quedaron en que irían a pasear juntos a los canes, que algún día
podrían tomar un café y que muchas gracias por todo. Martín ya se había dado
media vuelta, cuando se dio cuenta que algo le faltaba. "Podrías darme tu
numero? No quiero tener que recorrer casa por casa de nuevo" dijo Martín,
tratando de ser galán y fallando miserablemente. Sofía rió, fuerte, y León se
me acercó asustado pensando que algo había pasado. Ella le dio el número al
joven y este se fue, dando gracias a la vida por las vueltas que dieron las
cosas.
Esta noche, la jauría dormirá separada por primera vez
desde Rhon y Olivia se unieron, pero lo harán bajo techo, con calor y cariño,
con un plato para la comida y otro para el agua. Lo harán con una familia. Lo harán
felices y tranquilos, sabiendo que todos estarán en una situación similar. León
miró a Sofía y se dijo que jamás la dejaría sola, ni por un solo segundo. La
noche era oscura, como un manto que de extendía sobre la ciudad, pero las luces
del camino, las casas de todo Santiago brillaban como estrellas en el
firmamento. Tres brillaban más fuertes que las demás. La luz de un reencuentro,
el brillo de un amor renovado y el calor de un vínculo honesto. Tres casas ya
no serían lo mismo, todo gracias a esas máquinas de amar que nosotros conocemos
como perros. ¿Que habremos echo para merecerlos?