miércoles, 19 de julio de 2017

Vida de Perros


En la jauría de León había todo tipo de perros. Bueno, decir jauría tal vez es una exageración, pues solo eran cinco perros que vagaban por Santiago. Buscaban algo. León buscaba algo. Tal vez fuera un lugar tibio para pasar los inviernos, un plato con comida para satisfacer el vacío en el estómago o un jardín de niños para ser acariciado y mimado hasta el cansancio. Pero hoy el vivía con sus cuatro compañeros ganándole a la vida, siendo hijos del rigor. La comida era basura, su hogar eran los cartones que se amontonaban ahí donde el camión de la basura no se aventurara. No tenía rumbo, destino ni camino, solo un sueño. Ser feliz. ¿No son siempre los perros felices? Pues no. Son como niños, que necesitan cariño y cuidado, y el frío pavimento no otorga ninguna de esas cosas. Y la gente no ayuda tampoco. ¿Que hicimos para merecer estas máquinas de amar?

León se pasea a diario por donde su olfato lo guíe. Rhon, Neco, Nala y Olvia lo siguen a todas partes, pues a pesar de su corta edad, la calle había curtido los instintos de León. Era un explorador nato y sin miedo de ensuciar su pelaje, sin miedo a nada para ser honesto. Tal vez a las palomas, pero quien no. Por eso todos seguían a León, además de ser hilarante y simpático. Era un perro de calle de hocico a rabo, y como tal, sabía manejarse con los humanos. Dar la pata, sentarse, acostarse. Hasta saltaba sobre la pierna de quien la estirara en algún lado. A Olivia le encantaba León, igual que a Nala, y por esto ellas siempre peleaban. A Rhon y Neco esto les hacía gracia y alimentaban el fuego diciendo que León gustaba de una u otra. A él, en realidad, esto le llevaba sin cuidado, pues el solo miraba el horizonte y veía su sueño.

Las habilidades de León no siempre cayeron bien, pues perros más viejos, magullados por la realidad, envidiaban su gracia, su virtud y sus capacidades, razón por la que le hacían la vida imposible. Desde robar su comida hasta orinarle encima. Si fuera por él, se abalanzaría sobre aquellos miserables perros, pero sabía que Neco ya estaba muy viejo para aguantar una pelea, y que Rhon y Olivia no sabrían que hacer. Nala se abalanzaría sobre quién amenace a León, peor tampoco es que supiera como apuntar al cuello al momento de morder. En resumidas cuentas, León debía proteger su jauría, y riñendo no lo lograría. Es por esto que sonreía y aceptaba lo que le deparaba la vida, siempre pensando que su destino valía la pena.

Rhon y Olivia eran hermanos. O algo así en realidad, pues el parecía un Pastor Alemán y ella era una cruza entre un Schnauzer y un Westie, pero habían sido criados por la misma familia. Eran tratados como dioses, con dos comidas al día, viviendo dentro de la casa y con espacio para jugar donde quisieran. Podían incluso jugar con los humanos de la casa cuando quisieran. Pero un día entraron a robar a la casa, y aunque ladraron con todas sus fuerzas, no espantaron a los ladrones. Después entendieron que no venían a robar la casa, sino a ellos. Los metieron dentro de un auto blanco y grande, y partieron a toda velocidad, lejos de si hogar. Lejos de su familia. En algún momento el auto se detuvo, y Rhon golpeó con todas sus fuerzas la puerta de atrás. Estas se abrieron de par en par y ambos escaparon, lejos del auto y de los ladrones. Intentaron volver a casa durante meses, hasta que se dieron cuenta que jamás lo lograrían. Los perros de la calle les decían que no buscarán más, pues sus dueños los habrían buscado si fueran tan importantes. Y luego conocieron a León.

No solo les prometió ayuda, sino también que encontrarían su hogar nuevamente. Les dijo que no escucharán a aquellos vagabundos, pues nada sabían. Y por esto Olivia y Rhon andaban para todos lados juntos. Juntos siguiendo a León. En cambio Nala siempre fue de calle. El nombre se lo puso un carabinero que cuidaba de ella en la esquina del metro Universidad Católica, por qué le recordaba a una perra Rodesiana que había tenido cuando pequeño. Pero un día él no volvió más. Fue reasignado lejos del metro, muy lejos de Nala, y sin nadie que la protegiera de los abusos que todo perro sufre en la calle, ella se echó a morir. Cuando León la encontró, estaba flaca y moribunda, pero un buen pedazo de carne robada del supermercado y un poco de agua hicieron lograron animarla un poco. Desde ese momento Nala nunca se separó de León, y gracias a eso recuperó su peso y gracia.

Neco era amigo de la infancia de León. Crecieron juntos en un callejón cerca de la Moneda, sin madre alguna y con la calle como su única maestra. Ambos vagaron desde cachorros y dieron tumbos desde La Pintana hasta Lo Barnechea, comiendo de todo lo que los basureros ofrecían. Neco prefería el Barrio Italia, mientras León siempre hablaba de las maravillas de la comida Japonesa de un pequeño local en Republica. Tal vez sea por su similitud a los Shiba Inu, siendo que su porte era más parecido al de un Akita. Neco era un Labrador negro, y su apodo era perfecto. Le decían Neco, como diminutivo de "Negro Conchatumadre", pues era travieso como el solo. El mote se lo dio León, quien pasaba rabias con cada jugarreta de Neco.

Estos cinco perros vagaban por Santiago buscando hogar y alimento, además de cariño cuando el destino se los permitía. Caminaron desde la Plaza Italia hasta la Rotonda Irene Frei. Todo en un solo día. León estaba decidido a encontrar los humanos de Rhon y Olivia. Ya llevaban meses en esto, pero nada lo desalentaba. León escuchaba las historias de la casa donde ellos vivían y un nudo en su garganta se formaba cuando pensaba lo duro que sería perderlo todo. El nunca había conocido la vida de hogar, pero conocía la de la calle, y aún estando acostumbrado a ella, el reconocía que era dura.

Los cuatro pararon a descansar bajo un árbol. El clima era extraño. Había sol, pero el frío se hacía presente. El pasto estaba algo quemado y pinchaba mientras estaban echados, pero aún así era mejor que el pavimento. Los autos pasaban, uno tras otro. Todos dormían menos Neco, quien veía pasar los autos. Primero uno rojo, luego uno azul, uno blanco y uno negro. El auto negro tenía un cartel con imágenes de Rhon y Olivia. Era un cartel de se busca. ¡Era un cartel de se busca! Neco ladro y partió corriendo detrás del auto negro, sin dejar de ladrar. Persiguió el auto varios metros, hasta que este de detuvo. Antes de que el humano pudiese notar que era lo que estaba ocurriendo, un labrador negro se apoyaba en su puerta y asomaba la cabeza por su ventana. El hombre no lo podía creer. Bajo del auto para ver que le sucedía al perro, pero cuando lo hizo vio que el can se alejaba y volvía a mirarlo después de unos metros. Parecía pedirle que lo siguiera.

El hombre, que era más un joven que un adulto, siguió al perro por instinto, olvidando todo lo que debía hacer ese día. Recorrió el camino de vuelta hacia la rotonda, con el perro un par de metros adelante. Este lo miraba cada cierto tiempo para ver si lo seguía o no. Algo quería mostrarle. Y asombro fue lo que sintió. No entendía nada. Era todo tan súbito que su cabeza no lograba hilar una idea. Al frente suyo estaba el pastor y la quiltra de su amigo, esperando, bajo un árbol en la rotonda. Meses habían pasado desde que Matías repartió los carteles a sus amigos y conocidos para intentar encontrar sus perros, pero nada había dado frutos. Esto era increíble.

Martín, el joven del auto negro, llamó desesperado a Matías, quien era conocido por no contestar nunca su teléfono y por sus dos perros, que hasta hoy estaban perdidos. Como era lógico, Matías no contestó, y Martín decidió llevarse los perros a su casa. Al tratar de acercarse a Rhon y Olivia, estos ladraron, poseídos por el miedo de aquella noche en la que fueron secuestrados. Neco trato de tranquilizarlos, pero nada parecía funcionar. Martín, mientras tanto, seguía tratando de llamar a Matías, pero sin ningún resultado. El joven se dio cuenta que no había forma de calmar a los animales, y que debía volver con Matías más tarde, esperando que estos estuvieran aquí. Algunos curiosos se había acercado a mirar que estaba pasando, pero eso solo empeoraba la situación, haciendo que Rhon y Olivia ladrarán más fuerte, con más rabia y terror. Pero de todas las personas presentes, una chica, de la misma edad de Martín, se acercó a él, a ofrecer ayuda. 

Se llamaba Sofía, y le encantaban los animales. Los perros algo se calmaron cuando ella se acercó, pues irradiaba una energía positiva que estos percibieron. Para Martín, esto era magia. Y no fue solo él quien quedó embobado por la chica. León, quien se había mantenido al margen de toda la situación, no podía separar sus ojos de ella. Se había enamorado. Se acercó a Sofía, para olerla y llamar su atención, y esta se agachó y acaricio la cabeza del sumiso animal. León estaba en el cielo. Martín no podía creer lo que estaba viendo, todo parecía extraordinario. Los perros se calmaron, uno de ellos ahora se dejaba acariciar incluso, y todo gracias a ella. Martín le explicó la situación y le pidió por favor si podía mantener a los perros aquí durante un tiempo, para poder ir a buscar al dueño. Sofía aceptó, y preguntó cuánto demoraría, más o menos, pues ella debí volver a cuidar de su hermana que estaba enferma. Martín dijo que media hora, cuarenta minutos sería suficiente.

En el camino a buscar a Matías, el se dio cuenta que no le había pedido el número de teléfono a Sofía, y que si cuando volvía ella no estaba, podría perder a los perros. Podría perderla a ella. Apretó el acelerador y sintió como vibraba el motor de su auto negro. Las ruedas se aferraron a la costanera y el celular apuntaba la vía más rápida a la casa de Matías. Tiempo aproximado: Treinta minutos. Las curvas fueron rápidas y las rectas lo fueron aún más, los ceda el paso imaginarios y los semáforos todos verdes. O eso veía Martín. Al llegar a la casa de su amigo, lo tomo de brazo y sin explicación alguna lo subió al auto. "Confía en mi" dijo Martín mientras quemaba los neumáticos. Mientras tanto, Sofía creyó que jamás llegaría antes de las cuatro, hora a la que se iba su otra hermana de la casa. No podía dejar a la enferma sola, así que decidió hacer lo que solo a ella se le había ocurrido: Llevar todos los perros a su casa. Probablemente le diera un infarto a su padre, que por muy animalista y adorador de los canes que es, no podría creer que tendría que alojar una jauría completa bajo su techo. Sofía diría que eran solo cinco, pero una jauría es una jauría.

León saltaba de alegría, caminaba entre las piernas de Sofía y no podía dejar de mirarla. Había encontrado a su dueña. La que nunca había tenido, la que jamás había sido concebida, hoy apareció ante sus ojos sin siquiera esperarlo. Ni siquiera era su sueño, ¡Su destino! Pero ahí estaba él, moviendo la cola de lado a lado, como nunca lo había echo antes. Por el otro lado estaba Nala celosa, Neco preocupado y tratando de explicarles a Olivia y Rhon que todo estaría bien, que eran buenas personas y que su dueño ya aparecería. Poco sabían ellos de que Martín había llegado a la rotonda y no había encontrado nada. Pregunto en una bomba de bencina cercana si había visto una chica caminar con muchos perros. Le dijeron que si, claro, pues es algo que no ocurre a menudo, pero que no sabían que dirección había tomado. Uno de ellos aseguró que siempre tomaba la micro para ir a la universidad en el paradero de la esquina. Lamentablemente, pensaban los amigos, estaban de vacaciones. Pero que el paradero fuera ese quería decir que ella tenía que vivir cerca. 

Martín y Matías decidieron hacer lo impensado. Recorrerían toda la comuna buscando la casa de Sofía, y así encontrarían a Rhon y Olivia. Fueron casa por casa preguntando por Sofía, dando su descripción. No muy alta ni muy baja, delgada y de pelo castaño. Bonita, muy bonita, siempre agregaba Martín. Pero una casa tras otra, rejas negras, verdes y blancas, nadie conocía a Sofía. La noche llegó y los amigos se debían ir a sus casas.  Matías tomo la micro y Martín manejo a su casa, que no era muy lejos. Pobres muchachos, ambos desilusionados, con las caras largas y maldiciendo esta vida de perros. Mientras, en otro lugar, Olivia y Rhon comprendían lo que había pasado, y junto con Neco se lamentaban. Tan cerca y tan lejos, si solo hubieran escuchado al muchacho. Si Sofía hubiese esperado habrían llegado hoy mismo a su casa. No, la culpa no es de Sofía, replicaba Rhon. Ella nos está cuidando, alimentando, mimando. Son cosas que no conocíamos hace tiempo. Si mis dueños estuviesen tan preocupados, ya me habrían encontrado. Tal vez debamos quedarnos con Sofía, agregaba Olivia. Ella nos trata bien, es casi como cuando Matías de acostaba con nosotros y nos acariciaba. 

Quienes digan que los animales no sufren, no recuerdan, no lloran, es por que nunca ha cuidado de uno. Los perros aman más profundo que cualquier humano, por qué lo hacen sin reparos, sin discriminar, sin fijarse si la persona es mala o buena, bonita u horrible. Para un perro, vivir es amar, y el hombre es el único que no lo nota. Mientras Neco, Olivia y Rhon discutían, Nala intentaba llamar la atención de León, y para lograrlo empezó a morder los zapatos de Sofía, quien sin regañarla o hacerle daño alguno, se lo quito del hocico y acaricio su cabeza. Había pasado tanto tiempo desde que alguien tocaba a Nala que solo pudo recostarse de espaldas y esperar más caricias. Eran una adicción. León descansaba en el regazo de Sofía y veía todo desde ahí. Ya no sería el líder de la jauría. Ya no viviría en la calle. Ya no comería de la basura. Ahora el sería el dueño de casa y cuidaría de Sofía con todo su ser.

Más entrada la noche, llegó el padre de Sofía, listo para regañarla por la irresponsabilidad de llevar tantos perros a la casa, especialmente si no los conocía. Pero cuando se acercó a la chica, León saltó al rescate de esta, pensando que se encontraba en peligro, y enseñó los dientes, gruñendo, desafiante. Lógicamente, el padre de Sofía de asusto, pero cuando recobró el aliento, gritó, encolerizado, que ningún perro vendría a ladrarle en su propia casa. Sofía miró a León y él entendió de inmediato lo que había echo. El padre quería echar a los perros a la calle, o al menos que durmiera afuera. La chica insistió que hacerlo sería condenarlos a muerte, ya que hacía un frío ártico y no eran perros de calle. Poco sabia ella del pasado de la jauría, pero la docilidad de todos no daba para pensar que podían ser perros callejeros. Luego de una larga conversación, el padre decidió que podría quedarse sólo con uno, y el resto dormiría afuera, a su suerte. Sofía, con lágrimas en los ojos, y viendo que su mejor opción era rezar por la suerte de los canes y salvar al menos a uno. Y eligió a León. Siempre supo que elegiría a León, que lo separaría de sus compañeros, y que hacerlo podía parecer egoísta, pero se consolaba diciendo que era mejor salvar a un perro que a ninguno.

Dicho y echo, Neco, Nala, Rhon y Olivia se vieron forzados a marchar al frío invierno, pero eso no era lo peor. Su confianza se vio traicionada, depositaron sus esperanzas en esta chica y vieron como este nuevo sueño se hacía pedazos en el frío y oscuro pavimento. León veía como sus compañeros de viaje eran echados de la casa sin misericordia alguna, y buscaba los ojos de Sofía. Buscando una explicación, pero el evitaba su mirada. Sus lágrimas golpeaban el suelo mientras una pequeña garuga de transformaba en llovizna y luego en tempestad. León no pudo soportar la escena y escapó de los brazos de su nueva dueña, para socorrer a sus compañeros. Su sueño se convirtió en pesadilla y sabia que jamás podría escapar de ella. Miró hacia atrás, esperando que el padre se arrepintiera, pero solo vio a Sofía arrodillada, con la mirada hacia el piso, llorando. León eligió con el corazón y no escucho lo que decía su cabeza. El pavimento estaba frío, con cada paso sentía como sus almohadillas se pegaban al suelo y luego se despegaban, rompiéndole un poco cada vez. "La familia es lo primero" pensó León, y dicho esto cruzó la reja. Aún que no avanzaría demasiado.

Afuera de la casa, arrodillado, llorando como un niño desamparado, estaba Matías, abrazando a Rhon y Olivia. Ambos, a pesar del dolor de ser olvidados, siguieron amando, sin condiciones o requisitos. Las manos del pobre chico se perdían entre el pelaje del pastor y la barriga de la blanca perrita. Su llanto se mezclaba con risas, y hablaba de manera ininteligible, murmuraba palabras, como agradeciéndole a la vida. Los minutos parecieron horas para Sofía, quien veía con lágrimas de empatía lo que sucedía al frente suyo.  Luego de que pasara la conmoción emocional y Matías pudo recomponerse del llanto, se acercó a Sofía y la abrazo. La abrazo con fuerza, pero delicadeza. No dijo nada, no abrió los ojos, no respiró. Solo la abrazaba. Por unos instantes, todo el cuerpo del joven estaba en función de agradecer a Sofía por haber encontrado sus adorados perros. Para él, eran como hijos. "Gracias" fue lo que dijo después del abrazo, con los ojos vidriosos y una lágrima en el rabillo, como esperando el momento perfecto para saltar al vacío. Sofía lloraba desconsolada. ¿Acaso no vio cómo estaba echando a sus perros a la calle? ¿Por que me agradece si los estaba condenando? "Si no fuera por ti, jamás los habría encontrado a tiempo.

Rhon y Olivia no dejaban de olfatear a Matías, eufóricos. Neco saltaba de alegría, jugaba con ellos, les mordía la cola y saltaba, feliz. Nala observaba a León, quien sólo tenía ojos para Sofía. Se acercó lentamente, como pidiendo permiso, y apoyo su cabeza en el regazo de la chica, que en estos momentos parecía más una niña, una pequeña que no entendemos nada. Como por inercia, ella comenzó a acariciar justo debajo de la oreja derecha de León, como se había dado cuenta que le gustaba. El padre, impresionado, sorprendido, paralizado por la vida, no pudo hacer nada más que apretar la mandíbula y agradecer al cielo que llegara el joven. Con el dolor más grande de su vida había dejado partir a los perros, pero en ese momento se dio cuenta del gran error que estaba cometiendo. Miró a su hija, y no soportaba verla así. Se acercó a Neco y Nala, quienes lo miraron con desconfianza. Nala estuvo apunto de lanzar un mordisco al aire, como advertencia, pero León se puso en medio rápidamente, evitando lo que habría sido un problema. El padre estaba conmovido y León se había dado cuenta. Lentamente, con cuidado y precaución, el padre bajo sus manos y acaricio la cabeza de ambos canes. Contenía las lágrimas a duras penas. "Sofía, te puedes quedar con uno, pero que los otro dos de queden acá hasta que encuentren dueño" dijo el padre. Sofía lo miraba como si le hubieran hablado en ruso. No podía creerlo. Saltó de alegría y se colgó del cuello de su padre. Seguía pareciendo una niña, pero ahora era una niña risueña. Era una pequeña feliz. Luego se giró para darle un abrazo a Matías, pero se encontró cara a cara con Martín. Matías lo había llamado apenas escucho lo que dijo el padre, y el joven corrió desde su casa para ver la escena, para participar de la felicidad de Sofía. Bueno, no corrió mucho en realidad, pues resulta que vivía a solo algunas casas de distancia. Sofía pensaba que si no fuera por él, jamás habría conocido a estos perros. El pensaba que si no fuera por ella, jamás habría sentido la presión en el pecho que le aquejaba en ese momento. "Yo me puedo quedar con el Rodesiano y el Labrador. Fue este último el que me encontró, y siento como si me conociera desde siempre." Neco entendió lo que sucedía. Ya no sería un perro de calle, nunca más. Y la alegría de toda la jauría se hizo visible. Todos tendrían un hogar. 

En esta oscura noche, donde el gélido frío de julio había sido opacado por el calor del cariño y una de las muestras de amor incondicional más grandes que ha visto la historia del hombre. Y la de los perros. Todos pasaron dentro de la casa de Sofía y conversaron largo y tendido. Matías estaba sentado en el piso, entre Rhon y Olivia, Sofía en un sillón con León encima y Martín sentado en una silla, acariciando las cabezas de Neco y Nala. Hablaron de todo. De cómo Matías se había bajado de la micro, decidido a encontrar la casa de Sofía y sus perros. Ella explicó por qué se tuvo que ir de la plaza y Martín la consolaba diciéndole que era muy entendible, que era lo lógico, y que lo perdonara por demorar demasiado. Matías, divertido, molestaba a su amigo, por qué este parecía nervioso cuando hablaba con Sofía. Mientras tanto, Olivia y Rhon agradecían eternamente a Neco y a Nala. Prometían que de volverían a ver, puesto que Martín y Matías eran muy amigos. Le dijeron a León que le debían la vida, pues sin el jamás habrían podido encontrar a su dueño. Nala y Neco de sumaron a esto último, remarcando todas las veces que León postergó sus comidas para que ellos pudiesen alimentarse. León los miró y les dijo que él era quien debería estar agradeciendo, pues de no ser por sus cuatro compañeros, el nunca se habría dado cuenta que su sueño, en realidad, no era lo que le tenía preparado el destino, sino algo mucho mejor. Y dicho esto dio un beso en la mano de Sofía, quien todavía no podía creer que había pasado. 

Matías, Martin y Sofía acordaron llevar a la jauría al veterinario al día siguiente para realizar todos los chequeos y cuidados que fuesen necesarios. El padre de Sofía se ofreció a acompañarlos felizmente, a lo que los muchachos accedieron. Matías se despidió primero y le dio infinitas gracias a Sofía por todo lo que había echo. Le dio un golpe en la espalda y le dio muchísimas gracias por ayudarlo con toda la búsqueda. Cosas de amigos respondió él, quitándole importancia. Matías subió con Rhon y Olivia al auto, quienes asomaron la cabeza por la ventana y ladraron, felices, todo el camino a su casa. Martín seguía en la puerta de la casa y no sabia que decir. Neco entendía algo lo que pasaba, saltó sobre sus dos patas y empujó a Martín, quien perdió el equilibrio torpemente, quedando a escasos centímetros de Sofía. Ambos de sonrojaron. Quedaron en que irían a pasear juntos a los canes, que algún día podrían tomar un café y que muchas gracias por todo. Martín ya se había dado media vuelta, cuando se dio cuenta que algo le faltaba. "Podrías darme tu numero? No quiero tener que recorrer casa por casa de nuevo" dijo Martín, tratando de ser galán y fallando miserablemente. Sofía rió, fuerte, y León se me acercó asustado pensando que algo había pasado. Ella le dio el número al joven y este se fue, dando gracias a la vida por las vueltas que dieron las cosas.

Esta noche, la jauría dormirá separada por primera vez desde Rhon y Olivia se unieron, pero lo harán bajo techo, con calor y cariño, con un plato para la comida y otro para el agua. Lo harán con una familia. Lo harán felices y tranquilos, sabiendo que todos estarán en una situación similar. León miró a Sofía y se dijo que jamás la dejaría sola, ni por un solo segundo. La noche era oscura, como un manto que de extendía sobre la ciudad, pero las luces del camino, las casas de todo Santiago brillaban como estrellas en el firmamento. Tres brillaban más fuertes que las demás. La luz de un reencuentro, el brillo de un amor renovado y el calor de un vínculo honesto. Tres casas ya no serían lo mismo, todo gracias a esas máquinas de amar que nosotros conocemos como perros. ¿Que habremos echo para merecerlos?

sábado, 1 de julio de 2017

Mambrú se fue a la Guerra


            Los pequeños pies de Mambrú quedaban volando dentro de las botas militares. El uniforme que le entregaron le quedaba grande, probablemente por qué nunca pensaron necesitar gente tan joven. Trece años y Mambrú aún no se pegaba el estirón. A decir verdad, era algo que le incomodaba, pero con toda la madurez del mundo aceptaba que todo vendría a su debido tiempo. Las mangas le quedaban largas y al arremangarlas, Mambrú se veía como un niño sacado de un patio de juegos y vestido de militar. Y en realidad eso era. Si fuera halloween sería un disfraz perfecto, la envidia de todos sus amigos. Pero es un uniforme, no un disfraz, y hay que vestirlo como tal, con respeto, decencia y pulcritud. Mambrú está uniformado, pero aún es un niño. Por ahora.

Cara a Cara

            El rostro frente a mi no tiene expresión alguna, se mantiene inmóvil, imperturbable. Solo sus ojos se mueven, de izquierda a derecha, de abajo hacia arriba. Su pelo está desordenado, como si las sabanas de la cama lo hubieran apresado como a un criminal, como si él hubiera tenido que usar todas sus fuerzas para destruir sus ataduras blancas y liberarse de los poderosos brazos de Morfeo. De color castaño, el cabello cae estrepitosamente sobre la abundante frente del sujeto, cubriendo parte de esta, casi a propósito. No es algo desmesuradamente amplio, pero lo suficiente para darse cuenta de que sobrepasaba los estándares comunes. Dicen que eso presume inteligencia, pero no es algo que crea personalmente.

            Bajo esta extensa frente combaten en duelo las cejas, compuestas por la cantidad justa de pelo para no ser considerado un arbusto ni un peladero. Abajo de estas se encuentran unos párpados superiores bastante cansados, los cuales culminan en pequeñas arrugas que convergen en el rabillo del ojo. Las pupilas del sujeto están dilatadas, moviéndose frenéticamente, probablemente estudiándome como lo hago yo con él. Alrededor de esos puntos ebanescos, los rodeaba un aurea de color particular. No lo calificaría de azul, ni celeste, ni verde agua. Por ningún motivo de verde, aunque a ratos así lo parecía. Es más bien un color parecido al efecto que produce la bencina sobre aguas oscuras, como si existiera una gama de colores imperceptibles que habitan dentro de aquel iris. Sus ojos brillan, pero dejan ver una gran oscuridad en ellos, sombra que solo los que esconden sus emociones tienen. Su párpado inferior parece derrotado, como si el sueño hubiera agotado sus fuerzas.

            A los lados están las orejas, difíciles de describir, ya que se encuentran refugiadas bajo la mata de pelo castaño. No son lo suficientemente grandes para parecer alas ni tan pequeñas como para ser objeto de burlas. En fin, solo son un par de orejas. Luego, justo al centro del rostro se encuentra una nariz un poco más grande que lo normal, recta como una carretera que desciende de entre las cejas hasta la punta, la cual más que una ola parece una cornisa. Los orificios nasales son mesurados, mas la piel que los cubre es áspera a la vista. Una arruga por cada lado cae desde donde terminan hasta las comisuras de los labios, rodeando un tímido bigote conformado por cabellos rubios, castaños y cobrizos. El labio superior es notoriamente más delgado que el inferior, aunque no genere mucha discordia en el gran plano. Ambos son de un color rojo opaco, rodeados por una barba de un par de semanas, con la mezcla de los mismos colores que el bigote. 

            Los pómulos son ligeramente marcados, suspendiendo en el aire las mejillas, un tanto rellenas por el amor a la comida. Abajo de todo este conjunto se encuentra una mandíbula lejos de ser rústica y puntiaguda, sino más bien curva y amigable. La barbilla es igualmente redonda, demostrando risa rápida, a pesar de los sentimientos que pudieran agobiar a este rostro. Los cabellos se extienden hasta el pescuezo, cortados casi a la altura de la piel, donde una manzanilla pronunciada deja ver cuando el sujeto está nervioso o animado. En buenas cuentas es una cara amigable, dañada por el tiempo y el cansancio.

            Quiero tocarla. Posar mis dedos largos y saber cómo se siente aquel rostro largamente estudiado, entender sus sentimientos al tacto, determinar el calor de su cuerpo, contar las palpitaciones de su corazón justo sobre la vena yugular, dejar que él sepa que ahora yo tengo el control. Alargo mis dedos buscando su cuello, dominar la situación, sin embargo el reaccionó de la misma forma, sin cambiar la expresión de su rostro. Al parecer esto sería un intercambio de emociones, de sentimientos, de información. Sin quererlo, he sido estudiado por él tal como lo hice yo mismo, y he de sufrir las consecuencias. Pero si eso me permite terminar mi análisis, bienvenido sea.

            A medida que mi mano se aproximaba a su rostro, la suya hacia lo mismo, acercándose al mío. Me llamaba la atención que no sentía el movimiento por su parte, ni el calor de su cuerpo, ni nada. Era como si se moviera, aún manteniéndose estático. De pronto me di cuenta que su mano parecía querer interceptar la mía. ¡Este fue su plan todo este tiempo! Yo movía mi mano y el también. Buscaba su rostro pero era imposible pasar por sobre esa mano, ese obstáculo que me separaba del fin de este tortuoso estudio. Tal vez debería rendirme, tal vez debería asumir que es imposible tocarlo y contentarme con palpar su mano. No es malo, ¿O si?

            Procedí a buscar su mano, y no me costó mucho tocarla, mas me sorprendió lo fría que era. Dura, gélida, como si fuera un muro. Me di cuenta que su rostro cambio de expresión por primera vez, mirando extrañado mi mano. Esto es extraño, ¡Nuestras manos son idénticas! Salté hacía atrás y él hizo lo mismo. Me acerqué a él, y nuevamente copió mis movimientos. Me di cuenta de lo innegable. En definitiva, ¡Él es yo mismo! Es un espejo. ¡Un espejo! Miré alrededor, divertido, aliviado y un tanto avergonzado. Me duele la cabeza y mi boca parece el desierto de Atacama. Nunca más vuelvo a beber.



Hipocresía

            Los sentidos del ser humano no son solo cinco. Cualquiera lo sabe. También está el equilibrio y la orientación, entre otros. Sin embargo, solo son cinco los más importantes, los que nos enseñan de pequeños, los que están presente todo el tiempo. El olfato, el tacto, el gusto, el oído y la vista. Este último, personalmente, es el más importante, y sin el cual no podría vivir. El oído tampoco lo desprecio, ya que nos entrega la música y la voz de nuestros seres queridos. Aún así, es la vista la que se lleva toda mi atención. La capacidad de observar los colores que decoran el otoño, de ver cómo se suspenden en el aire las hojas castañas, de apreciar como el viento mueve los árboles y sus brazos desnudos. La capacidad de leer un buen libro, acompañado de un escenario fantástico.

            Leer. La gran razón por la cual la vista se alza sobre el resto de los sentidos. Conocimientos, emociones, dramas, comedias, tragedias y simples relatos, descansando entre portadas el momento de liberar sus palabras y formar con ellas una escalera que nos lleve a un mundo distinto. No sé si mejor o peor, pero distinto. Un lugar que tal vez no siga nuestras leyes, o quizás las siga demasiado. Donde el aire sea un hogar y el agua un camino. Un mundo diferente, donde ser igual sea lo correcto, donde los árboles sean más que decoración, donde los animales dominen al hombre. Un sitio libre de los canones que esclavizan al hombre dentro de la realidad.

            Quebrar las leyes impuestas por la lógica. Destrozar las ideas preconcebidas de que todo debe ser de una forma. Estudiar, trabajar, tener una familia. A la hora de escribir, todo eso desaparece y solo existe la nada. Puedes crear un libro que se pueda leer de infinitas maneras, sin necesidad de respetar números o cronologías. Julio Cortázar sabía hacerlo bien. Destruyó la idea de escribir de manera lineal, se cagaba en el orden, los patrones, los números o las secuencias. Creó una historia que puede ser revisada como al lector le venga en gana. Al menos es lo que dijo él. Tal vez, como Oliveira, buscaba convertir el libro en algo que no es.

            La vista nos permite leer libros fascinantes. No siempre tienen setecientas treinta y seis páginas de complejidad moral y cuestiones existenciales. A veces solo tienen noventa y cuatro, con letra grande y en una hoja enana. "Bonsái" es así, en una hora se lee sin problemas. Pero que sea corto no le quita intensidad, a pesar de que el autor no parezca tener afecto alguno por aquellos seres imaginarios que dependen de su voluntad. Zambra se queda con lo importante, lo que quiere contar, y olvida lo que quiere que el lector no vea. Eso es la literatura, manipular la existencia creada y distribuir emociones al antojo.

            A veces hay quienes deliberadamente rompen, ya sea por casualidad o con intención, las estructuras ideadas durante tanto tiempo. Papini nunca le puso capítulos a "Gog", nunca conectó realmente los setenta relatos de aquel multimillonario hawaiano, jamás se preocupó en darle una soga al lector para aferrarse cuando se sintiera perdido. Y he ahí la belleza de esta "novela". El rupturismo, el odio a la religión, su intención de apuñalar las costumbres establecidas en la civilización de la época. La hipocresía como la expresión más completa de la naturaleza humana. Leer es el pasatiempo más increíble del mundo.

            No siempre es el autor quien cranea toda la obra. Algunos, como Dumas, se dejan influenciar por reliquias, pergaminos o memorias. Y no siempre deben ser completamente rupturistas para crear algo nuevo, de ser así, lo nuevo sería la regla y nos llamaría la atención que una misma idea se repitiera alguna vez. Además, no hay nada más reconfortante que encontrar un estilo y aferrarse a él, como un niño a la pierna de su madre. La verdad es que todo escritor es dueño de su propio mundo, decidiendo si quiere crear uno nuevo o simplemente modificar la existencia de este plano de la realidad . Jugar con emociones de verdad, imbuir la historia de sentimientos que en realidad no estuvieron ahí, o al menos no nos consta. Como la sed de venganza de Dantés o el amor traicionero de Mondego.

            A estas alturas puede generarse la duda, fundada, de que será mejor: ¿Escribir o leer? No existe lo segundo sin lo primero, y personalmente creo que lo escrito no tiene sentido alguno si careciera de un lector ansioso por devorar las palabras que la obra contiene. Se entrelazan, siendo acciones distintas se alternan, se apoyan mutuamente, y logran finalmente avanzar en paralelo. Lo escrito cobra sentido una vez leído, y la lectura es el fundamento de la escritura. Huxley escribió "Contrapunto" jugando con la idea de la alternancia de acciones simultáneas que avanzan en paralelo. Transportó el término desde la música a la literatura, y construyó un universo donde la "musicalización" cobra sentido. Ya nada pertenece solo a una esfera, la música se mezcla con la escritura, los sonidos con las imágenes. Por dios, que maravilloso es escribir y leer.

            Estos libros encierran emociones, sentimientos, no solo la intención de generar un efecto en el lector, sino un efecto en el autor mismo. Complejidades de hace siglos son aún contemporáneas, dudas existenciales que no han sido respondidas, y que tal vez nunca lo hagan. Todos estos libros demuestran lo maravilloso de la escritura. La capacidad de deleitarnos con su lectura es invaluable, incomparable. Solo un ciego puede permitirse no leer, ¡Y ni aun así!  Están el resto de los sentidos para apoyar a quienes sufren de tan grave situación. Todos estos libros nos muestran que la lectura es lo mejor que le ha pasado a la humanidad. Lástima que no he leído ninguno de ellos.