sábado, 1 de julio de 2017

Cara a Cara

            El rostro frente a mi no tiene expresión alguna, se mantiene inmóvil, imperturbable. Solo sus ojos se mueven, de izquierda a derecha, de abajo hacia arriba. Su pelo está desordenado, como si las sabanas de la cama lo hubieran apresado como a un criminal, como si él hubiera tenido que usar todas sus fuerzas para destruir sus ataduras blancas y liberarse de los poderosos brazos de Morfeo. De color castaño, el cabello cae estrepitosamente sobre la abundante frente del sujeto, cubriendo parte de esta, casi a propósito. No es algo desmesuradamente amplio, pero lo suficiente para darse cuenta de que sobrepasaba los estándares comunes. Dicen que eso presume inteligencia, pero no es algo que crea personalmente.

            Bajo esta extensa frente combaten en duelo las cejas, compuestas por la cantidad justa de pelo para no ser considerado un arbusto ni un peladero. Abajo de estas se encuentran unos párpados superiores bastante cansados, los cuales culminan en pequeñas arrugas que convergen en el rabillo del ojo. Las pupilas del sujeto están dilatadas, moviéndose frenéticamente, probablemente estudiándome como lo hago yo con él. Alrededor de esos puntos ebanescos, los rodeaba un aurea de color particular. No lo calificaría de azul, ni celeste, ni verde agua. Por ningún motivo de verde, aunque a ratos así lo parecía. Es más bien un color parecido al efecto que produce la bencina sobre aguas oscuras, como si existiera una gama de colores imperceptibles que habitan dentro de aquel iris. Sus ojos brillan, pero dejan ver una gran oscuridad en ellos, sombra que solo los que esconden sus emociones tienen. Su párpado inferior parece derrotado, como si el sueño hubiera agotado sus fuerzas.

            A los lados están las orejas, difíciles de describir, ya que se encuentran refugiadas bajo la mata de pelo castaño. No son lo suficientemente grandes para parecer alas ni tan pequeñas como para ser objeto de burlas. En fin, solo son un par de orejas. Luego, justo al centro del rostro se encuentra una nariz un poco más grande que lo normal, recta como una carretera que desciende de entre las cejas hasta la punta, la cual más que una ola parece una cornisa. Los orificios nasales son mesurados, mas la piel que los cubre es áspera a la vista. Una arruga por cada lado cae desde donde terminan hasta las comisuras de los labios, rodeando un tímido bigote conformado por cabellos rubios, castaños y cobrizos. El labio superior es notoriamente más delgado que el inferior, aunque no genere mucha discordia en el gran plano. Ambos son de un color rojo opaco, rodeados por una barba de un par de semanas, con la mezcla de los mismos colores que el bigote. 

            Los pómulos son ligeramente marcados, suspendiendo en el aire las mejillas, un tanto rellenas por el amor a la comida. Abajo de todo este conjunto se encuentra una mandíbula lejos de ser rústica y puntiaguda, sino más bien curva y amigable. La barbilla es igualmente redonda, demostrando risa rápida, a pesar de los sentimientos que pudieran agobiar a este rostro. Los cabellos se extienden hasta el pescuezo, cortados casi a la altura de la piel, donde una manzanilla pronunciada deja ver cuando el sujeto está nervioso o animado. En buenas cuentas es una cara amigable, dañada por el tiempo y el cansancio.

            Quiero tocarla. Posar mis dedos largos y saber cómo se siente aquel rostro largamente estudiado, entender sus sentimientos al tacto, determinar el calor de su cuerpo, contar las palpitaciones de su corazón justo sobre la vena yugular, dejar que él sepa que ahora yo tengo el control. Alargo mis dedos buscando su cuello, dominar la situación, sin embargo el reaccionó de la misma forma, sin cambiar la expresión de su rostro. Al parecer esto sería un intercambio de emociones, de sentimientos, de información. Sin quererlo, he sido estudiado por él tal como lo hice yo mismo, y he de sufrir las consecuencias. Pero si eso me permite terminar mi análisis, bienvenido sea.

            A medida que mi mano se aproximaba a su rostro, la suya hacia lo mismo, acercándose al mío. Me llamaba la atención que no sentía el movimiento por su parte, ni el calor de su cuerpo, ni nada. Era como si se moviera, aún manteniéndose estático. De pronto me di cuenta que su mano parecía querer interceptar la mía. ¡Este fue su plan todo este tiempo! Yo movía mi mano y el también. Buscaba su rostro pero era imposible pasar por sobre esa mano, ese obstáculo que me separaba del fin de este tortuoso estudio. Tal vez debería rendirme, tal vez debería asumir que es imposible tocarlo y contentarme con palpar su mano. No es malo, ¿O si?

            Procedí a buscar su mano, y no me costó mucho tocarla, mas me sorprendió lo fría que era. Dura, gélida, como si fuera un muro. Me di cuenta que su rostro cambio de expresión por primera vez, mirando extrañado mi mano. Esto es extraño, ¡Nuestras manos son idénticas! Salté hacía atrás y él hizo lo mismo. Me acerqué a él, y nuevamente copió mis movimientos. Me di cuenta de lo innegable. En definitiva, ¡Él es yo mismo! Es un espejo. ¡Un espejo! Miré alrededor, divertido, aliviado y un tanto avergonzado. Me duele la cabeza y mi boca parece el desierto de Atacama. Nunca más vuelvo a beber.



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