lunes, 2 de octubre de 2017

Como un Niño


Sentado en el pasto del parque, con su hermano durmiendo como si fuera dueño del lugar, Pedro me dijo una frase que nunca más pude olvidar: "La felicidad es algo tan simple". Él tiene siete años, mientras yo tengo cuarenta y cinco. Treinta y ocho años de vida, de llantos, alegrías, carcajadas, sollozos, resoplos, enojos, decepciones y sorpresas. Treinta y ocho años que emprendieron vuelo sobre el viento y se perdieron, inspirados por una sola frase. Tanta vida y tan poca experiencia, es lo único que pude pensar. Pedro en sus tiernos siete años descubrió el secreto de la felicidad, y lo compartió de manera gratuita conmigo. No hizo un libro de autoayuda para venderlo como el próximo best seller, ni hizo un vídeo en blanco y negro en YouTube para tener millones de seguidores y visitas. No ofreció cursos elementales sobre la felicidad ni un estilo nuevo de yoga para encontrar el camino de cada uno. Pedrito me lo dijo, con sinceridad, por qué para él la felicidad es algo tan simple que no necesita ser enredada, complejizada ni enseñada como una materia filosófica. Para él la felicidad es simple, y la verdad es que tiene razón.

Somos nosotros, los adultos, quienes intentamos decorar la felicidad con palabras rimbombantes, llenas de sonido y faltas en contenido. Somos nosotros quienes tratamos de demostrar que nuestra concepción de la felicidad es más completa que la del vecino, y por ende, más platónica e inalcanzable. Somos nosotros los que ponemos estándares irreales, injertos de otras culturas. Somos nosotros, en definitiva, quienes ponemos los peros después de el "estoy feliz", solo por qué no logramos entender que la felicidad no es la satisfacción completa de las necesidades infinitas que aquejan al ser humano. Pedrito me dijo que no, y creo que tiene razón. Y la tiene por qué cuando tú le preguntas a un pequeño si es feliz, el no mira más allá de su nariz buscando las cosas que le pueden hacer falta. Los pequeños miran sus manos vacías y dicen que si, mientras abrazan, asfixian, la pierna del progenitor más cercano, por qué para ellos la felicidad radica en lo que se tiene ahora, en lo que está, en lo que entienden. Un pequeño no va a ser infeliz por qué no tiene el último juguete. Seguramente va a perder la compostura y proceder a un berrinche de proporciones apocalípticas, pero una vez la tormenta pasa, cuando vuelve a tomar la mano que lo guía por el sendero oscuro y escarpado que es la infancia, dice que es feliz. Y es feliz por qué mira lo que tiene y olvida lo que no. Así de simple.


Y toda la vida nos enseñan a ser adultos. O algo así, en realidad. Nos piden madurez, nos exigen responsabilidad y nos entregan deberes que deben ser cumplidos con rigurosidad, por qué esa es la labor del adulto. No me malentiendan, por supuesto que los deberes y la responsabilidades son inherentes a la vida adulta, miramos hacia el futuro con el afán de prevenir, evitar posibles lamentos que algún error pueda generar. Pero por culpa de estos somos muchos los que nos volvemos ciegos del presente, por qué buscamos respuestas para el problema de mañana en vez de contemplar la solución de hoy. Pedrito me preguntaba por qué a los niños les enseñan a ser adultos, pero a los adultos nadie les enseña a ser niños, y la verdad es que no supe que responder. En realidad si, si sabía que decir, y me hubiera dado vueltas sobre el tema de que el adulto tiene cosas que hacer y que no puede concentrarse en la vida como lo hace un pequeño. Pero no lo dije, por qué Pedrito es un niño de preguntas excepcionales, y para tales preguntas las respuestas corrientes no valen. No podía decir que las cosas eran así por qué hay que comportarse como adulto y no hay tiempo para ser niños, siendo que en realidad niños es lo que deberíamos ser siempre que recibimos un cumplido, damos un abrazo, nos reímos, alegramos y cantamos. Amantes del presente. Deberíamos ser como Pedrito cada vez que llora, se enoja o tiene algún pensamiento de envidia, celo o descripción. Olvidar y perdonar, entender que las cosas pasan y lo que queda es el presente. Si aprendiéramos a vivir como niños, seriamos mejores adultos.

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