lunes, 2 de octubre de 2017

Rotonda


Duele. Como perder el alma en un grito desgarrador. Duele como quemar el ingenio y ver el producto estéril de horas de trabajo. Duele como solo duele la frustración de tener y perder. Duele como caer desde lo alto de un ojo al frío suelo pavimentado, convertido en una sola lágrima. Me duele, una opresión en el pecho, una angustia desesperada, una aguja que atraviesa mi torso y desangra mis sentimientos. Levanto la mirada buscando el significado a vivir. No espero nada, no busco nada. Ojos verdes desganados olvidan lo que es tener y solo piensan en lo que se ha perdido. La vida es cruel cuando la pasión traiciona el deseo. El frío de la mañana solo es opacado por la oscuridad de la misma. Los autos solo son luces que van y vienen, sin pedir perdón ni permiso. Miro el suelo y solo veo pavimento, sucio y viejo cemento que se resquebraja cada tanto en tanto. Mis hombros cansados cuelgan a la deriva y decido escuchar una canción. Miro al cielo y veo como nada es lo que parece.

Monocromaticamente, una textura incierta toma forma y cubre el cielo mañanero. El cielo se ilumina lentamente. Una guitarra inicia un punteo y me hace olvidar los dolores, las pasiones y los desencantos. Arriba surge vida, movimiento, viento y devoción. Corre sobre el vaivén de la brisa. Donde un minuto había algo hoy es todo, luego nada. Se comprime y toma forma, se dilata y olvida la misma. Colores blancos y grises se mezclan y crean formas que alimentan la creatividad del alma. Los ojos se pierden entre los colores de cielo y la mañana ya no es tan fría. Ya no es tan triste, ni desgarradora. No hay decepción ni frustración. Solo están los colores, las formas, el viento y su mano artística creando ingenio. La guitarra acelera su paso y mi corazón da un brinco de alegría. La vida es grande, el cielo enorme, mis ojos lloran. Tan simple que da risa, tan inocente, tan honesto. Miro el contorno de la imagen que la brisa dibuja con pulso preciso, como si esculpiera la lluvia de ayer y el calor de hoy. Una ráfaga se disfraza de pincel y deforma la imaginación. Lo que antes no estaba, hoy existe, independiente, autónoma, libre y llena de vida.

La guitarra apunta al cielo y deja pasar un bajo estrepitoso, vibrante, lleno de sorpresas, quebrando esquemas y olvidando que la música tiene márgenes. ¿Que limite se le puede poner al sonido? Atrévanse a decir que la vida se vive bajo estándares definidos. ¡Los reto a hacerlo! ¡La vida es más que la disrupción de lo sistematizado, la ruptura de la rutina, la alergia a la velocidad crucero! La vida es movimiento, sonido, color, textura, llanto y alegría, odio y amor, gritos de angustia y satisfacción. Los colores del cielo se queman, las formas allá arriba toman tonos ardientes, incendiarios, propios del fuego más intenso. El blanco ahora es amarillo, tal como el gris huele a cobre y el negro se torna en pasión, rojo puro y vivo. El sol escapa de entre las montañas y tiñe de colores lo que antes era un lino virgen. Lentamente, el frío da paso a una brisa tibia y sincera. Las nubes del cielo sienten ellos colores en sus barrigas expuestas y miran hacia abajo, a la tierra cubierta en cemento, contemplando como pequeñas hormigas caminan a lo largo de las líneas de un cuaderno. Calles y avenidas, pasajes y vías, todas en pos del movimiento, el transporte y la vida. El bajo intensifica su sonido y la emoción invade el ambiente. Ya nada es lo mismo.

La batería golpea la arritmia de mi corazón, acelerado, confundido. El sol se eleva, perezoso, y tiñe las nubes de colores áuricos, espléndidos. Tinta color oro corre como sangre a través de los contornos cincelados por el viento, destellando calor y luz sobre la tierra bajo su dominio. Simpático holgazán, el sol como tirano, como despótico monarca, monopolizando los colores y cobrando diezmos a todos quienes osen mirarlo. O eso quisiera él. Entre castigo de bombos y cajas agitadas, llora el sol sobre las doradas nubes, por que él nunca verá los rostros de aquellos su luz cubre. Tantos colores, tantos sentimientos que habitan en los ojos de los hombres. Ojos verdes, esmeralda, petróleo, azules, turquesa, avellana y cafés. Rostros caucásicos y morenos, negros y amarillos. Cabellos dorados, castaños, negros, cobrizos y canos. Tanto que ver y tan poco tiempo. El sol, desesperado, rompe a llorar y las nubes se le acercan para consolarlo. Los rayos de luz atraviesan a las mismas, pero generan un color dorado, nunca antes visto, y tal belleza hace girar todos los rostros hacia el lugar de donde proviene tan extraordinario fenómeno. Los ojos ya no arden, pues las nubes protegen a los hombres, los rayos ya no queman y las hormigas ya no tienen miedo. El sol logra divisar la vida en cada uno de los rostros, y el llanto que fuera angustia hoy es regocijo y dicha.

El concierto sigue y un teclado se asoma, tímido. Se mostró inseguro y tembloroso, y al principio la batería y el bajo no sabían si era buena idea incluirlo. Si fallaba una nota  podía poner en peligro todo el concierto. La guitarra se levantó y miró al pequeño teclado, con sus dientes blancos y negros intercalados. Vio la duda en los ojos de la batería y la desconfianza en el puente del bajo, y tomó una decisión. El teclado tocaría, y le dio un empujón hacia el frente. Era su momento de brillar. Miró hacia adelante y vio como los rayos dorados de luz se hacían cada vez más tenues, dando paso a los colores del atardecer. Un rojo ronroneante, un azul calmo y un naranjo cómodo. El ambiente era tibio como un café después de trabajar todo el día. Las nubes que antes formaban figuras complejas, ahora solo eran polvo en el viento, recuerdos eternos impresos en la retina. Las teclas blancas y negras se entrelazaban mientras sonaban sonidos modernos y extrañamente gráciles. Las notas precisas, progresivas, extravagantes. Extraordinario.

La brisa que vuela por sobre las nubes se llevó lo último que quedaba de estas, dejando al descubierto el cuaderno cuadriculado por donde las hormigas caminan diariamente. El sol, cansado de brillar, baja lentamente, llevándose con él los últimos rayos de luz. Al mismo tiempo una voz entra entre los instrumentos. Canta, grita agudo. Una voz, dos voces, mil voces. Una garganta. Notas altas y tonos armoniosos escapan en orden, saltando entre tonos, jugando con las entonaciones, saltando los compases como si fueran vallas en una carrera. El sol casi se ahoga en el mar y la voz persiste en su canto enérgico. Los colores se oscurecen y los rojos dan paso a los negros, el cobre se torna gris y todo el resto es azul, oscuro como el fondo Del Mar. El sonido crece y la canción está en su apogeo. El éxtasis invade los oídos, llena el cielo, que se oscurece a medida que pasan los compases. La métrica se olvida, el progresismo avanza y vuela por donde antes las nubes descansaban, colgando de la brisa.

La voz se calma, las notas agudas ahora son más graves, más tranquilas. El teclado se deja estar y afloja la intensidad. Ahora es un trio solamente. Guitarra, bajo y batería. Suena increíble. Notas orbitan la tierra y caen en los oídos como tiernos pétalos. La batería cesa su percusión y el bajo calma su vibrar. La noche cae sobre los instrumentos y aparecen las primeras estrellas, curiosas. Se preguntan hacia dónde va esa hormiga trabajadora, subiendo la gran avenida. La luna bosteza y abre los ojos, es la hora de brillar. Mira el suelo y todo está calmo. La guitarra toca las últimas notas del día y todo se sume en silencio. La calma invade la noche y el velo oscuro cubre el tablero de cemento. Una fina capa de frío cae sobre la tierra, y sobre esta, el rocío. Nada se mueve, excepto esa pequeña hormiga que camina con sus ojos verdes. Las estrellas sonríen y juegan entre ellas. Una que otra salta al vacío y hace que todos los hombres se exalten. Mientras, la hormiga sigue su camino, llegando a Plaza Italia. Allí, gira en torno a la rotonda y vuelve por su camino. La mañana siguiente, otra canción sonará, otros instrumentos tocarán y otras nubes volarán en lo alto del cielo. O tal vez lo hagan más bajo y se conviertan en neblina. Tal vez llueva, o haga un calor infernal. Tal vez la hormiga no esté allí mañana. El silencio es total, solo la brisa deja un suspiro en el aire, una queja, un sollozo. Una sonrisa. Una rotonda.


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