En un camino
perdido entre verdes colores, autóctonos y vírgenes, se encuentra el sol sobre
un indómito paraje. Sonidos esencialmente sureños invaden el silencio y lo
secuestran entre trinos y graznidos. La escena es impresionante. Diminutos
aleteos se pasean de vez en cuando, y una leve brisa es atajada por árboles
ancestrales. La periferia se vuelve inmensa una vez la cima es conquistada, no
existen banderas ni palabras de apoyo, solo el aliento exhausto y lo que queda
de un “no voy a poder” son los
vestigios de un sonido que hace eco a lo largo y ancho de este sur inmenso, sur
precioso. Tanto que decir y tan pocas palabras. ¿Hasta donde nos permite el
intelecto transcribir lo que vemos? Nada más ni nada menos que una maravilla
verdiazul se encumbra frente a los ojos de un aventurero derrotado y agobiado
por el día a día de una voluntad maltrecha. La vida es un deporte magnífico.
La mirada castigadora de las estrellas
repartidas por la negrura eterna de la noche se posa sobre mis tímidos pasos. Nadie
dice nada y el silencio se proyecta hacia el infinito,. Mientras tanto, el
ladrido furtivo de un can paranoico y el oído atento de un ser tan despierto como
la tierra misma, secuestran el vacío de esta nocturna velada. El polvo duerme
bajo el peso de la lluvia y el camino parece más fresco y renovado. Un mugido
se escapa de lo normal y toda la atención se vierte a la vaca en cuestión. El
cielo estrellado se ve carcomido por las negras nubes que invaden la vista con
su ingrata presencia, maestras del momento e integradoras de la escénica ¿Que
sería de un paisaje sureño sin una nube furtiva? El lago refleja la imagen
nocturna y las estrellas bailan sobre el agua, traviesas. Una luna escondida
busca su lugar, pero hoy le ha tocado feriado y este es irrenunciable. Pobre
luna, tantas ganas que tenia de salir a iluminar las infinitas perlas que
forman el camino.
Más infinitas que los granos del eterno
desierto son las tintineantes estrellas que decoran con tanto ahínco la noche
perenne. El sonido lejano se pierde entre altas ramas de arrayán y grillos
cantores. El quejido de un río lejano completa el silencio y lo hace dulce,
apacible. Caminos demarcados por antorchas de la noche sobrevuelan mi conciencia
y ocupan mi pensamiento, alojan en mi mente sin pedir perdón ni permiso. Las
siluetas de los árboles centenarios se esbozan sobre este manto infinito,
pintado de azul, blanco y negro. Oscuro como la túnica que cubre a la muerte,
la noche se extiende a todo lo ancho del horizonte y me invita a olvidarme que
existo, que soy, que estoy aquí y ahora ¿Como no querer ser siempre uno más
entre tanta luz cegadora? Estrellas apostadas en los caminos de las
constelaciones como luminarias en un callejón sin salida. El camino es largo,
pero también lo es la noche. Y la luna sigue misteriosamente ausente.
El camino seco y bañado de noche se
convierte en un pequeño bosque verde. Lo que antes era fresco ahora es tierra,
inclemencia del clima, desdén del tiempo. La piedad no es una característica de
la vida, pero tampoco lo es la desesperanza. Hay tantas estrellas que pareciera
que pesan sobre mi mirada atónita y el paso rastrero que me lleva hacia
adelante se vuelve inercia, energía independiente con voluntad propia, siempre
hacia adelante, irracional, instintivo. El silencio se consume lentamente como
una leña en el fuego, despide humareda y grita presente en un lugar donde todo
lo que está parece mágico, y lo que falta se nota auténtico. Vestigios del hoy
se camuflan entre los últimos segundos de la madrugada y el cansancio pasa la
cuenta. Otro sol, otra luna, otro cielo despejado. El reflejo celeste de los
árboles costeros y las montañas presuntuosas, una roca se ve a lo lejos y
parece ser que no siempre fue así. Una maravilla de paisaje. Un recóndito rincón
de sur atesorado en la pupila atenta, imagen impregnada de olores y sonidos,
texturas y sabores. Color de vida, teñido de verde y azul.
No hay comentarios:
Publicar un comentario