miércoles, 15 de agosto de 2018

Simpaticemos


Tan importante que es enseñar y tan lindo que es aprender. Tan ciertas son estas palabras que hasta me suenan como obvias, a eslogan de alguna biblioteca pública o proyecto a favor de la educación. Y es que es tan cierto, es tan verdad. Me he dado cuenta releyendo todos mis cuentos que a veces uso palabras exageradamente largas y rimbombantes. Hay algunas que si me preguntan hoy qué significan, no tendría ni la más mínima idea, si les soy honesto. Es esa loca y pretenciosa personalidad la que me inclina a escribir para parecer inteligente, cuando en realidad esa nunca fue mi intención, creo. El tema es, que enseñar es tremendamente importante, increíblemente bonito.

            Sería lindo poder ayudar a alguien haciendo esto, haciendo lo que me gusta. No es tan difícil, creo. Siendo honesto y escribiendo lo que veo tal vez una o dos personas se sientan conmovidas y deseen hacer lo propio, relatar su día a día. Honestamente, no creo ser particularmente bueno ni malo en lo que hago, solo soy yo. Se que todo es relativo y que algunos, mayoría inclusive, piensan que pierdo el tiempo haciendo estos escritos y publicándolos en un blog tan polvorienta como las tasas de té en un bar. Pero eso es lo que me gusta hacer, y nadie debería sentirse mal por hacer lo que le gusta. Son pasatiempos, son formas de expresarse. Por ahí, si quizás supiera más de música, sería compositor, jugaría con los fortissimos y los pianissimos. Si se me diera la pintura, esparciría óleo sobre una tela virgen para gritar al mundo lo que veo cuando cierro los ojos. Pero no se pintar y lo del oído se me da fatal. Por otro lado, escribir me sale natural. No se si bien o mal, solo natural.

            Cuando alguien nos cuenta que le gusta algo, es agradable sentir como la pasión ajena corre por nuestras venas y vibramos junto a ellos con lo que les gusta. Puede ser una película emocionante, un libro increíble, un auto de gran potencia o un partido de fútbol de proporciones épicas. Todos somos distintos. Pero no hay que dejar que esa pasión compartida se transforme en un ahogo, no es necesario hablar cuando a uno le hablan. A veces solo hay que escuchar. Solo sentir con el oído esa inflexión de voz cuando habla sobre ese hermoso golazo al minuto noventa y cuatro de cabeza, ver como se dilatan las pupilas al hablar del sonido que hace ese motor en particular, sentir como se eriza la piel al describir una escena de su ópera favorita. A veces un oído atento y dispuesto es mejor que una conversación coherente y palabras elocuentes.

            Por ultimo, ayudemos. Somos personas imperfectas, desde el color del pelo hasta la forma de tus dedos del pie (a nadie le gusta la forma de la uña del dedo chico del pie propio, ni el ajeno, ni ninguno creo yo). Todos somos tal y como debemos ser. Imperfectos y funcionales, estamos llamados a empatizar en el dolor ajeno, sentimos con el corazón los dolores del otro antes de que este mismo los exteriorice. Somos una raza superior, pero no por usar herramientas, saber hablar un idioma común o tener pulgares opuestos. Somos superiores porque sentimos juntos y entendemos el sufrimiento ajeno, lo hacemos propio y actuamos según eso. Un abrazo espontáneo a una persona en la calle puede acabar con un mar de lagrimas y transformar una nube gris en un rayo de sol. Puede terminar en una denuncia también, pero seamos positivos.

            Seamos simples, claros y transparentes. Seamos únicos e irrepetibles. Respetemos a los demás y amemos su pasión por lo que es, deseo puro de perfección. Actuemos según nuestra empatía y sepamos que a todos les aprieta el zapato en algún punto del pie. Miremos hacia el lado sin envidia, sino con interés, ganas de aprender. Ganas de enseñar. Por qué en esta vida no hay nada más lindo que enseñar, nada más importante que aprender.


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