lunes, 17 de junio de 2019

Bajo la Pirámide de Cristal


Una de las maravillas de la vida es que es excepcionalmente única. Cada día es diferente y será siempre increíblemente distinto a cualquier otro. No existe posibilidad alguna de repetir voluntariamente los azares propios del destinos, hilvanados uno tras otro, creados con ojo fino y gesto grácil, a pesar de lo algunos escépticos digan. Las coincidencias de hoy jamás serán replicadas más allá de lo que la propia memoria podría hacerlo. Ni las fotos pueden contener la magia del contexto, ni los vídeos lo asombroso que ocurre de espalda a la cámara. Los detalles eternos ocurren en un momento, que puede ser infinitamente largo o tan cortos como un suspiro.

Y es que la vida a veces pone oportunidades frente a nosotros en las formas más extrañas. Tuve que viajar a París, sumergirme en la inmensidad del océano artístico del Louvre para encontrarme con una señora mayor, copiando dedicadamente cada detalle, cada complexión de luz, cada emoción que el cuadro original comprimía en tan pequeño formato. Nguyen es una pintora y copista vietnamita que dejó la pobreza en su país natal y fue a probar suerte al corazón de vidrio de arte. Allí, entraría paso a paso en los pasillos de un mundillo que intentaba cerrarle la puerta en la cara, mas ella ponía su pequeño pie y detenía los embates con su pincel y sus óleos.

El rostro retratado miraba con la cabeza inclinada hacia su nueva madre y dejaba escapar un pequeño suspiro de tranquilidad al ser acurrucado en las manos de Nguyen. Los veinte años en la capital francesa le valieron para dominar un francés con un ligero acento, pero el inglés aún se le escapaba de los oídos. A fuerza de gestos y un idioma intermedio, pudimos conversar durante minutos que parecieron breves, pero hoy se sienten eternos. Era el destello de su dedicación y la pasión que emanaba de sí misma los que se daban a entender, por sobre las sobrevaloradas palabras.

La vie d'un peintre est aussi généreuse que son pinceau.

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