El
silencio es un ruido que te aturde, es ensordecedor, casi insoportable, por que
te obliga a ver las cosas, a sentirlas,
a reconocer su existencia y palpar la esencia misma, acariciar la
textura del silencio. Experimentar lo eterno del vacío que hace un eco mudo y
solo deja sonar ese ruido blanco, ruido negro, que rebalsa los agujeros que el
tiempo va dejando en cada paño, en cada alma, en cada cuerpo. La garganta se
hace un nudo con la soga del corazón y es el silencio el que escapa como un
grito de auxilio desde las fauces de la ansiedad, la desesperación. Una lágrima
que grita socorro es encarcelada entre el párpado y la pupila, solo para
secarse en el cautiverio de la vergüenza, la negación, la censura. ¿Si todos
tenemos emociones que nos agolpan el pecho, por que debes mostrarlo? ¿Acaso no
piensas en mi, que ya tengo suficientes problemas para además preocuparme de
los tuyos? ¿Esperas un trato especial por llorar? ¿Es que no te das cuenta que
eres hombre y te hace ver débil? ¿Acaso llorar es lo único que saben hacer las
mujeres? ¿No estás muy grande para andar llorando? ¿Como no te voy a tratar
como crío, si lo único que haces es llorar? Tantas preguntas que jamás buscaron
una respuesta, dejando cicatrices en el dolor que se lleva a cuestas.
Palabras llenas
de veneno, sin contenido alguno. Un vacío que absorbe todo, un fuego que poco a
poco muerde el borde del agujero, consumiéndolo, volviendo ceniza la orilla, el
canto en silencio. Una imaginación apuñalada por la desesperanza, un corazón
congelado por el desaliento. Un silencio súbito, indignado, imperecedero,
atenta contra el pentagrama y obscurece la armonía a su alrededor. Los silbidos
alegres de primavera cesaron sin avisar. Silencio. Las carcajadas infantiles
murieron junto a su inocencia. Silencio. El ladrido de un perro se convirtió en
gemido y luego en estela, en brisa, en un movimiento apagado, opaco. Silencio.
Y de entre la falta de sonido se agolpa en el pecho un sentimiento que pesa,
que pisotea el tórax y paraliza el diafragma, ralentiza el tiempo y lo hace
tortuosamente extenso, infinito, incalculable. Nace la incertidumbre, el tren
del pensamiento colisiona en el primer cruce y los rieles quedan solos para ser
acariciados por el viento y nunca más sentir la vibración de la mente. El
silencio que se adueñó de los labios hoy encarcela el pensar, encadena el
sentir. Y todo por no decir, por no mostrar. Por fingir, por aparentar. Por
esconder el pesar y pensar que a costo de hablar y expresar nos iban a
crucificar por vivir, emocionarse y compartir. Por qué la sociedad logró
convencer que verse es más importante que ser, que no puede transparentarse sin
perecer, que ser vulnerable es perder y perderse, desparecer. Silencio. Y al
final de todo, silencio.
Una tímida
voz, de tantas, susurra que ya está cansada de esperar, de callar, de censurar
su gritar, su sentir, su pensar. Su pesar. Toma un hombro amigo y llora sin
cesar. Recibiendo una caricia en el pelo escucha que ya todo va a pasar. Le
pregunta por qué le costó tanto hablar, por que tuvo que esperar a explotar y
ella dice que no lo puede explicar, que quisiera tomar lo que siente y cantar,
contar, escribir y volar entre los consejos que inevitablemente van a llegar. A
veces quisiera que la escucharan sin tener que hablar. El hombro amigo se
vuelve un abrazo y de paso un consuelo que viene al caso, que aunque parezca
escaso le cambia la vida a la tímida voz, genera un lazo, confianza, segura
ahora no susurra, sino grita convencida, habla veloz, agradecida. Le da a ese
amigo un codazo, amistosa, mirando hacia el cielo sintiéndose bendecida,
gozosa, briosa. Entendiendo la lección aprendida ahora no esconde lo que
siente, lo maneja con cautela, abre los ojos a la vida y lo expresa
tranquilamente, confía en su amigo, su familia y quienes la rodean. Ya no
susurra ni grita, habla tranquila, entendiendo que la vida que da, también
quita. Los problemas persisten y el ruido tal vez nunca se vaya, pero como agua
bendita, sabe que el consejo amigo no falla.
Ahora el
susurro se volvió voz con eco y el silencio se llenó de cariño y vibración. No
más censura a sus emociones y por fin habla de lo que le acompleja sin pensar
en el que dirán, en sí molestará o en el que pasará. Los problemas siempre
estarán, y eso ella lo tiene claro, pero ahora lo acepta y está dispuesta a
vivir con ellos, acompañarlos de la mano y ver hasta donde llegarán. Paz. Eso
es lo que pasó. El silencio de ayer hoy se volvió paz.
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