jueves, 3 de junio de 2021

El Tesoro

 

En mi lecho observo por la ventana como el sol me saluda cordialmente, se quita el sombrero y nos damos los buenos días en un gesto cómplice. Sólo él sabe las veces que me lastimé el corazón, las veces que dejé que el tiempo me perforara el torso sin piedad, carcomiendo la carne gangrenada desde mi corazón hacia afuera. Él me conoce, y lo conozco, o al menos eso creo. Siempre que salgo a correr un rato, el sonríe, por que sabe que llevo el corazón en la mano y una lagrima en la cabeza, que de a poco baja junto al cansancio y la adrenalina, hasta terminar cicatrizando un pedazo de la herida que me cruza el alma. Son tiempos de sanar, de ser luz.

 

“Esa es mi revolución. Llenar de amor mi sangre, y si reviento, que se esparza en el viento el amor que llevo dentro”. Tarareo el son marcado por una época oscura que hoy veo lejos, iluminada por una claridez que en esa época añoraba tan intensamente. Pensar que si la luz de hoy me hubiese alcanzando entonces, probablemente habría quedado ciego. Tiempo al tiempo, y todo en su momento. Antes pensaba que corría para huir de mis problemas, subía cerros para alejarme de todo, recorría kilómetros para perder los miedos, el dolor, a mi mismo. Hoy me doy cuenta que nunca camino solo, mi historia siempre me acompaña, soy parte de mis buenas y malas, pese a quien le pese.

 

La luna me vio llorarle más de una vez, con angustia, con rabia, confundido. Tal vez no lloré tanto como otros, pero esas lágrimas eran mías, nacidas de mi garganta, dolientes y espinadas. Y hoy me rio fuerte, respiro profundo después de tanto. Cambia el rumbo el caminante, cambia el nido el pajarillo, cambia el más fino brillante, cambia todo cambia. Hoy miro la luna desde la cima de un cerro que conozco como la palma de mi mano, me doy el tiempo de observarla y verme en el reflejo de su luz blanquecina. Un pequeño tesoro en lo vasto del cielo metropolitano.

 

Y perdonen si me extiendo una vez más, me gusta estar acá, estar así, quererme aquí. Todo esto pasará, lo se, conozco lo inevitable de la inercia propia de la vida, los caprichos de las hilanderas. Pero hoy estoy, y dejo que la brisa me acaricie la cabeza, como un padre orgulloso o una cariñosa madre. Creo que al final, el mejor tesoro es vivir tan intensamente que, al momento de despedirnos para siempre, la muerte no tenga nada que llevarse.

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