Un escalofrío me
caló el alma y se derrumbó hasta mis entrañas, dejando una sensación de que la
vida se desvanecía como polvo en suspensión, como el vapor de lluvia o un
último suspiro. El eco del primer tinte
del alba inundó un cielo decorado por pilares de algodón, tiñendo el suelo de
un color añejado en sepia. Diluyendo los aromas esparcidos por el prado, el rocío
despertó el fuego de las rocas y las cumbres perezosas recibieron con los
brazos abiertos la cegadora luz del amanecer. Sobre el horizonte se encumbró el
calor impúber, mientras las primeras aves celebraban el nuevo día con su trinar
aletargado. Amanece.
El cuerpo encandecente
recorre la celeste tela, dejando un rastro de óleo a su paso, colando su
esencia entre las nubes y sembrando su semilla entre la tierra y mis pies. La
travesía desde el oriente lejano agota las últimas energías de la tímida
esfera, buscando entre las sábanas del océano un sueño profundo. Las olas se
tiñen de crepúsculo y la tarde se desparrama por el cielo, dejando un cálido
tono que levita entre el cielo y la tierra. El horizonte ígneo permanece quieto
mientras el sol agita sus brazos con el último atisbo de energía que le quedaba
en el cuerpo, despidiendo y saludando al mismo tiempo. Atardece.
En paulatino
degradé, la persiana se fue cerrando hasta que la laguna eterna de la noche
consumió todo sobre el cielo. Las nubes se tiñeron de almohadas y fueron el
asiento de los cuerpos celestes, reverberantes. En carrera, los astros
dibujaban sobre el telón siluetas minimalistas de un futuro incierto,
preocupados del ahora. Un tenue frío se acongojaba entre los brazos de una luna
escuálida, escondida en lo más alto de rosa. El silencio solo se interrumpía
por el tímido oleaje que vigilaba las costas solitarias, interpretando las
miradas de la dama vestida de novia. Anochece.
Y mientras veo como
sale el sol, una vez más. Mientras siento el calor del alba en mi rostro, una
vez más. Cuando los pájaros se disponen a darme los buenos días, una vez más.
Miro hacia el cielo y recibo la mañana con los brazos extendidos hacia el vacío
que me abraza, con una sonrisa tallada en mi rostro. Te abrazo y pienso que no
importan cuantas mañanas, tardes o noches desfilen frente a la pasarela de mis
ojos, mi mente jamás podrá olvidar la silueta de tu figura contra la luz del
sol, bajo los rayos de la luna, con tu pelo al viento de la brisa marina.
Tomaste mis colores e hiciste cantar mis días. Me cerraste los ojos para
abrirme el alma. Un escalofrío sube mi espalda, acompañando tu mano que
acaricia mi nuca. Exhalamos y nuestro aliento se vuelve lluvia, amor, viento,
nube, cielo. Se vuelve tiempo.
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