sábado, 18 de febrero de 2023

Dum Spiro Spero

Ela estaba sentada sobre el viejo tronco a las afueras del pueblo. Sus sandalias gastadas se balanceaban sobre el anaranjado tronco de aquel alerce milenario. Sus tobillos frágiles eran las raíces de dos piernas enérgicas y delgadas. Su angosta cintura hacia juego a una complexión menuda, propia de su casta. Con una mano jugaba rizando su cabello negro, mientras la otra se suspendía en el aire, ligera, la muñeca derecha dibujaba un movimiento certero y armonioso.

Era de noche y la oscuridad refugiada tras las sombras del bosque, cuyas siluetas eran dibujadas por la lejana luz del pueblo, solo dejaba entrever lo que sucedía bajo las ramas que nos protegían del manto estrellado.


Luceo non uro - dijo Ela, mientras cesaba el movimiento de su mano, tensaba sus escuálidos músculos y escondía sus ojos cafés debajo de dos palidos párpados.


Al instante, las venas de la mano de Ela brillaron fuertemente, y drenaron hasta la punta de su dedo índice, desde donde floreció una pequeña flor de un amarillo intenso, iluminando finas facciones, elegantes trazos y el sudor que escapaba de la frente de mi amiga. La magia no lograba ejecutarse sin esfuerzo.


¡Ela! Sabes que no debemos practicar Magia sin la presencia de algún miembro del Congreso, si nos encuentran podrían desterrarnos.- Si bien sabía que mis palabras estaban llenas de razón, también tenía claro que los oídos de Ela estaban absolutamente sordos a cualquier argumento. Era su primera vez experimentando el calor de hacer la luz, y la adrenalina la protegía del frío nocturno.


Silentium Noctis. - Conteste enojado. La luz que emanaba del índice de Ela fue ahogada por una veloz sombra que escapó de mi palma, y rodeó en un abrazo asfixiante la flor, hasta que esta se marchitó y cayó al suelo, apagada.


No solo Ela nos había expuesto a ambos a la sanción más grande conocida en nuestro pueblo, sino que además me obligó a cometer el mismo delito para evitar cualquier castigo. Miré su rostro entre la tenue luz que dejaban pasar las ramas, y solo vi una sonrisa pícara, propia de quien ha conseguido lo que quería.


Antes que pudiera reprenderla por lo irresponsable que estaba siendo, un fuerte rugido se escuchó desde lo más profundo del bosque, y una sensación helada me dejó paralizado. Miré a Ela, sentada aún sobre el tronco de alerce, y sus ojos estaban empapados en pánico. Un ruido sordo de ramas rotas y veloces crepitares llenaron todo el silencio que los árboles guardaban religiosamente. Por esto es que estaba prohibido hacer Magia.


Antes de poder lanzar un grito de auxilio, antes de poder dar aviso de lo que venía, sentí como una garra cálida se arrastraba sobre mi pierna, hasta llegar a mi cuello, y mi voz pasó a ser solo un eco ahogado. Por el rabillo del ojo puede ver a Ela siendo consumida por la oscuridad que brotaba de la tierra. 


Al caos le siguió el silencio, a la noche el alba, y el rocío se vio interrumpido por los pasos de todo el pueblo, buscando el paradero de Ela y Roa. No había ningún rastro. Después de la hora de almuerzo, los intentos por encontrar a los dos chicos fueron superados por una pena que invadía a todo el mundo. Todos los rumores decían lo mismo: Mors Atra.

Algo Tarde

Estuve pensando, cuánto trabajo hicimos para que todo funcionara. A veces es difícil darse cuenta que, desde el otro lado, probablemente, también se estaba llevando a cabo una tarea titánica, una lucha olímpica entre el ego y el amor, entre lo que se piensa y lo que se siente, lo que se quiere y lo que se puede. Y a veces, algunas veces, no es suficiente.

Los esfuerzos que se hacen, el desgaste, la lágrima, el cariño, el pesar, la pena, angustia, dolor, incertidumbre. Todo eso que uno calla, lo que uno dice sin decir, incluso lo que se grita desesperadamente, todo, absolutamente todo, se va acumulando en un pequeño recipiente que llamamos corazón.


A veces simplemente ya es demasiado. Glaciares derretidos por el calor del verano, la fragua incesante de quien trabaja noche y día, despierto y soñando, para sacar adelante algo que no se entiende, aquello que el eco encefálico trata de espantar, eso que el cuerpo no deja de querer. A veces el ruido del río es ensordecedor y da miedo siquiera volver a intentarlo.


Tal vez mañana sea más valiente, o tal vez pueda perdonarme eso que aún me genera duda, lo que me hiere dentro. Puede que un día las heridas cicatricen, decoradas en oro. Tal vez nos veamos las caras, cansadas de arrastrar tanto bagaje en la mochila, y descárguemos llos hombros al unísono. Puede que cuando eso pase ya sea demasiado tarde.

jueves, 9 de febrero de 2023

Cementerio General

De entre los blancos calcificados huesos a medio enterrar, olvidados por el pequeño can que estuvo arrastrando la carcasa de persona por algunos cientos de metros. El granuja, luego de tanto tramitar, decidió, cómo quien fuera al mercado, raptar el fémur izquierdo de nuestro exhumado y esqueleticamente escuálido amigo.


Parcialmente bajo el barro santiaguino, entre el cemento gastado del Cementerio General, se encontraba extraviado nuestro calcico saco de huesos, sin entender mucho que era lo que estaba pasando, que hacía ahí, al medio del pasillo del cementerio, con una pierna menos, y un agujero en el cráneo. Bueno, lo del golpe lo recuerda. 


Más bien que recordarlo, nuestro opaco conjunto de restos mortalmente heridos, tenía la sensación de que, poco a poco, el líquido negro que navegaba dentro de su cabeza se escurría, como si estuviese derramando la esencia de si mismo, mientras se dejaba estar en el suelo. 


Y bueno, nada. No lo quedo otra que levantarse. Con una pierna y ayuda de sus delgados, enclenques brazos, logró mantenerse parado y evitar que el negro siguiera desparramándose por las piedras del camino que cruza el cementerio. O eso creía el.


A poco se dio cuenta que, en realidad, el líquido oscuro no se estaba desparramando, sino que se estaba desbordando. Si, como lo oyen: Nuestro esquelético amigo estaba produciendo la viscosa sustancia, que goteaba desde su craneo al suelo, dejando una poza de lo que podría haber sido alquitrán. Tal vez lo era.


Mientras saltaba en un pie, haciendo de cuenta que caminaba, y sin saber mucho que hacer con esta especie de tinta, pensó en cómo emplearla para algún fin útil. A fin y al cabo, para eso son las cosas. Pensó en nutrir los ríos que morían de inanición, pero no sabía si la cura era peor que la enfermedad. Creyó buena idea el compartir a otros ahuesados colegas de esta extraña sustancia, pero tampoco tenía claro si estaría pasando por encima de la voluntad de esos inanimados sujetos. 


De tanto cranear, cayó en cuenta que, a medida que un pensamiento atravesaba su perforada cabeza, más líquido emanaba del mismo, como si el pensadero se hubiese convertido en un pozo de petróleo, una mina de oro negro ¿Pero que hacer con un dinero que no se puede gastar?


Nuestro querido huesitos miró al suelo, buscando respuestas de donde mismo salieron las dudas, y como una exclamación después de un susurro, una idea le vino al coladero que tenía por craneo: Al caminar, o mejor dicho saltar, ha dejado un rastro con la negra tinta que ha ido esparciendo, involuntariamente, por todo el lugar. Por fin tiene algo que hacer con el maldito líquido.


Bueno, la verdad, es que aún no se le ocurre nada muy útil en que usar la tinta, pero ahí está, escribiendo en el suelo todas sus ideas, gastando la tinta a medida que está brota del agujero en su cabeza. De vez en cuando el perro se acerca a dejarle el fémur a nuestro esquelético protagonista. Recibe al pequeño cachorro con un cariño enérgico bajo la barbilla y una cosquillas tras la oreja, toma el fémur y lo tira lejos. Sonríe para adentro. No siempre todo tiene que ser tan útil.

Balanza

Una maravilla lo que hacen las personas. Sin siquiera darme cuenta me vuelve una ansiedad aterradora, solo de pensar, y sobrepensar, los haberes del pudiesen, las locuras del hubiesen, los miedos del teniesen. Una maravilla lo que hacen las personas, terrorífico e increíble al mismo tiempo. Que fácil es impactar entre ceja y ceja, perforando sien, encéfalo y toda la materia gris, si es que a estas alturas alguna queda.


Y si, estamos más maduros también, no podemos actuar bajo impulsos del momento, arranques del corazón ni labios apresurados. A veces, sería más fácil que pudiésemos hacerlo. Cuantas ganas tuve, no sabría explicarlo. Pero finalmente no queda nada más que una cabeza tranquila ordenando el hilar extravagante de un corazón obsesionado con la tormenta, un sentir condicionado para hacer un truco cada vez que escucha un silencio. Una cabeza que parece inflarse de ideas, y desinflarse con recuerdos.


Y bueno, que entre toda la mercancía que arrastra la vida, en algún momento corresponde pesarla en la balanza. El pasado y el futuro a un lado, al otro el presente. Me sorprendí a mi mismo cuando ganó el presente. Todo esto de manera inconciente, espontánea, instantánea, irrefutablemente instintiva. Dicen que adentro de uno siguen las costumbres primitivas, las que nos llevan a decidir si pelear o huir. 


Contra todo pronóstico, o antecedente, e incluso contra una parte de mi que tal vez nunca se calle, decidí volver la espalda a esa incertidumbre tan conocida, y correr hacia la certeza proyectable, hacia lo que está, lo que es. Lo que, a fin de cuentas, de verdad quiero. 


El tiempo es sabio. Y un tremendo hijo de puta. Seguro que, si cuando el último grano de arena se suicide en el abismo del reloj, mi decisión no fue la correcta, o la que mi corazón quería, lo recordaré por siempre. En la próxima vida, y tal vez la siguiente. Por hoy me hayo tranquilo. Escribir todo esto cansa la cabeza, y me despeja la duda que durante un segundo tuve. El corazón, finalmente, es lo único que pesa.

martes, 7 de febrero de 2023

Algo sobre el Fuego

El fuego es una herramienta, un instrumento puesto a nuestro servicio desde primitivos tiempos. El fuego es la reacción química que se produce cuando la composición base de una sustancia combustible es alterada por un factor ignitor, un encendedor, que puede ser una chispa o una brasa. Algo así recuerdo de una antiquísima clase a la que debería haber puesto más atención. Podemos resumir en que el fuego es un efecto, una consecuencia, y para que ocurra se necesita un combustible, y que este sea alterado de manera tal que combustione. 

  

Así puestas las cosas, el fuego es de uso natural a estas alturas. No es más que un dato para la causa el comentar que uso fuego a diario, y considerándome medianamente letrado, no logro explicar de manera precisa la forma en la que se crea. Se que si una chispa alcanza gas metano se prende una llama, y que lo mismo ocurre si una mecha untada en alcohol es calentada con una lupa hasta una determinada temperatura. La cual no conozco. Pero se cómo funciona el fuego. En parte. 

  

De cierta manera, y al menos en lo que hasta este momento escribo, uno podría suponer que el fuego es algo que tengo dominado, cuyo uso se me hace común, corriente, cotidiano. Que por ende no debería tenerle miedo alguno. Que tal vez es solamente un instrumento sumiso que hace lo que yo le diga. Y podríamos decir que si, podríamos hablar que del fuego creado por , cuya combustión fue obra de este narrador, está bajo control.  

  

Pero el fuego es naturaleza, es arrebato, descontrol, movimiento, evolución. Existe desde antes que el hombre, y no seríamos lo que somos si lo fuera por que este se nos presentó a sí mismo. Nosotros le tuvimos (tenemos) un miedo de muerte, nuestro instinto es evadirlo, evitarlo, usarlo solo en la medida que sea necesario. Jamás jugar con el, y considerar a quienes lo hacen como locos, funambulistas, circenses, alterados o personas con trastornos pirómanos. Tenemos razones para hacerlo.  

  

La regla del treinta, treinta y treinta es clara. Treinta o más grados Celsius de calor, con vientos de más de treinta kilómetros por hora, junto a una humedad inferior al treinta por ciento, resulta en un incendio inminente. Caos desatado, un campo de guerra donde los soldados que nos protegen de perdernos en el inmolador abrazo del fuego, son los bomberos, seres preparados para ese momento, así como tantos otros, y sobre los cuales descansamos cuando lo peor ocurre. 

  

Cada verano nos acordamos de ellos, unos más que otros. Suelen devorar los titulares entre enero y febrero, mas se pierden en el silencio durante el resto del año. Ahora nos quejamos de las pocas herramientas con las que cuentan, que el presupuesto, que la desidia, que la negligencia estatal. Hago el mea culpa de pensar así, y al momento siguiente recordar todo el año, en el que no hice el más mínimo esfuerzo por dar un ápice de apoyo a esa honorable institución.  

  

Terminará el caos, eventualmente siempre lo hace. Contaremos techos, hectáreas y cuerpos. Se repartirán medallas, propondrán proyectos y comenzarán fundaciones. Lo mismo todos los años. Escribirlo no tengo la menor idea si tendrá algún efecto interno, si enserio cambiará algo en . Espero que el hacerlo me permita acordarme de dar el minúsculo grano de arena que puedo aportar para apagar este incendio. O al menos sentirme un hipócrita por no hacerlo. 

Antofagasta

El polvo colgado sobre colores opacos que escalan a lo alto de los cerros, observa desde kilómetros el oleaje intermitente de una marea azulada. El destino coloca a la gente en su cuna, la economía es quien los sume en el regazo estéril de lo inexorable.  

  

Bajo los techos de zinc, dentro de las paredes de madera prensada, vive una persona que alguna vez fue niño, joven y adulto. Aunque en realidad son varias, hay quienes rechazan la idea de diferenciarlos, como si fuesen seres creados en línea, formados bajo una doctrina inclemente, una envidia intrínseca, una enfermedad genética llamada pobreza. Estos hombres y mujeres nacidos en las laderas de Antofagasta, cerca de las ricas minas, lejos del mineral, hijos del ardiente sol de enero y la fría ventisca invernal, son quienes dan vida a las veredas, traen el color pastel a la costa, escondido bajo los rostros grises cansados, el polvo de la brecha económica estática.  

  

Agruparemos a este grupo etario únicamente por motivos narrativos en una sola persona, quien vivirá tierra, respirará industria y peleará contra la adversa realidad que afronta la quien tiene reducidos privilegios, economías familiares estrujadas, manos endurecidas por el duro laburo. Educación acotada, si es que alguna, informalidad laboral, trabajo infantil, niñes reducida, ocio disminuido. Es la historia de quienes viven en la ladera. 

  

Es una historia de la cual no puedo decir nada. La verdad de mi contexto no me permite siquiera rodear la complejidad de la vida de esta persona. Si me dignara a escribir algo, aunque sea por lo más sacro de la narrativa biográfica, demográfica, sociológicamente consciente, no sería nada más que una sátira, una pobre parodia de una realidad que no debe ser observada, no ha de ser idealizada. Todos tenemos obstáculos en nuestro camino, pero no seamos tan obtusos como para no reconocer que hay líneas de partida que quedan ciertamente más adelante que otras.   

  

Nada es imposible, y hoy por hoy, ni siquiera el cielo es el límite. Aun así, puta madre que debe ser difícil.

Los Caminos de la Vida

Como una broma de mal gusto, o una sátira de la realidad, a veces la vida presenta situaciones inverosímiles, aleatorias, causando monzones de emociones que empapan el alma de quienes llevan a cuesta una memoria abrumada. A veces no es la vida, sino uno mismo, el que permite que broten estas situaciones. Es que hay veces, y vaya que las hay, en que uno gatilla su propia ansiedad por no saber medir las consecuencias de sus actos. Tomar una piña como si fuera una manzana. 

 

Puede ser tras una cerveza o un helado, en una banca, una escalera o en un departamento escondido entre los verticales obeliscos que se codean con árboles y avenidas. A pie, en dos, cuatro y hasta ocho ruedas. De día y de noche. Si cae el sol engullido por su propio calor, si se alza una luna chismosa, llena de cahuín y murmullo. El silencio solo es de los muertos. A veces, ni siquiera. 

  

Tanto trabalenguas, tanto recuerdo antiguo, historias de ayeres, de meses, días y años. Detrás de tantos como están y cómo van, hay siempre un por que por detrás. Puede ser solo una sonrisa extraviada en un sur eterno, dentro de un lago o sobre un camino de tierra. Un silencio cómodo entre tanto ruido forzado. No cantaba ningún pájaro, y eso me llamó la atención. 

  

Al final, lo que queda es lo aprendido en el camino, la velocidad en que la vida transcurre en experiencias, más no en tiempo. Como si la inercia del pensar, del meditar sobre el ayer, fuese el único motor necesario para avanzar. La relatividad del tiempo, tan manoseada, se traduce en que en solo un instante podemos llegar a darnos cuenta de donde proviene una vida de mecanismos, artilugios, artificios. La mente es un lugar oscuro, enclaustrado. Pero una vez la llave gira un par de veces, la luz impregna todo y epifanías se elevan como si habláramos de mariposas. La vida es movimiento.

Mis Colegas

Si tuviese que escribir sobre ustedes dos, tal vez escribiría un poema. No uno largo, de esos eternos y llenos de palabras como descalabro, despilfarro, arrebol y otorrinolaringología. Escribiría algo conciso, satírico, medio tonto y divertido. Tal vez más lo segundo que lo primero, y sobre todo lo tercero. Al final, probablemente sería más un anti poema que otra cosa. Sería un anti cuento, una anti obra, de esas que se presentan en los anfiteatros para que la anti gente opine sobre lo anti erudito de todo este anti espectáculo. O tal vez no escribiría nada. Anti escribiría. 

  

En visto y considerando lo anterior, supongamos que en vez de escribir hiciéramos algo juntos. Que se yo, ir a un karaoke. A ti te imagino cantando algo cebolla, formato Juan Gabriel, o peor (¿mejor?). Y tú, cantarías algo más folclórico, aunque tal vez me cuelgo de un injustificado estereotipo, aunque te encante que la gente lo haga. Si, si, de provincia y orgullosa. ¿Yo? Algo en inglés, algo anglo, pero no afinado, de esos que se gritan, esos que salen como sale, divertido, insensato, impetuosos, flojo y con empeño. Todo con cerveza entremedio, y alguna hamburguesa voluptuosa dando vuelta por la mesa. Que sean tres. Con papas. Da lo mismo quien pague, total nunca hemos hecho cuentas. Espero no deberle nada a nadie. 

  

En fin, solo se una cosa de todo esto, de ustedes, de mí, de nosotros, de nadie. Y es que igual, en parte, aunque sea por un segundo, a ratos, me alegro de conocerlos por toda la vida. Algo ameno en el tranquilo canal que pasa la misma película en blanco y negro todos los días. Ósea, no la misma, misma, pero bien parecida. A ratos agarra color, uno que otro de repente, y, por lo general, gracias a ustedes. O eso creo. Puede ser el humor de mierda que los tres compartimos, o el ser cómplices de un trabajo tolerable, que se vuelve ameno cuando conversamos. Al fin y al cabo, y este es el quid del asunto, nada puede ser tan terrible cuando se comparte con otros dos pobres diablos. La paz se encuentra en la miseria mutua. O algo así.