Ela estaba sentada sobre el viejo tronco a las afueras del pueblo. Sus sandalias gastadas se balanceaban sobre el anaranjado tronco de aquel alerce milenario. Sus tobillos frágiles eran las raíces de dos piernas enérgicas y delgadas. Su angosta cintura hacia juego a una complexión menuda, propia de su casta. Con una mano jugaba rizando su cabello negro, mientras la otra se suspendía en el aire, ligera, la muñeca derecha dibujaba un movimiento certero y armonioso.
Era de noche y la oscuridad refugiada tras las sombras del bosque, cuyas siluetas eran dibujadas por la lejana luz del pueblo, solo dejaba entrever lo que sucedía bajo las ramas que nos protegían del manto estrellado.
Luceo non uro - dijo Ela, mientras cesaba el movimiento de su mano, tensaba sus escuálidos músculos y escondía sus ojos cafés debajo de dos palidos párpados.
Al instante, las venas de la mano de Ela brillaron fuertemente, y drenaron hasta la punta de su dedo índice, desde donde floreció una pequeña flor de un amarillo intenso, iluminando finas facciones, elegantes trazos y el sudor que escapaba de la frente de mi amiga. La magia no lograba ejecutarse sin esfuerzo.
¡Ela! Sabes que no debemos practicar Magia sin la presencia de algún miembro del Congreso, si nos encuentran podrían desterrarnos.- Si bien sabía que mis palabras estaban llenas de razón, también tenía claro que los oídos de Ela estaban absolutamente sordos a cualquier argumento. Era su primera vez experimentando el calor de hacer la luz, y la adrenalina la protegía del frío nocturno.
Silentium Noctis. - Conteste enojado. La luz que emanaba del índice de Ela fue ahogada por una veloz sombra que escapó de mi palma, y rodeó en un abrazo asfixiante la flor, hasta que esta se marchitó y cayó al suelo, apagada.
No solo Ela nos había expuesto a ambos a la sanción más grande conocida en nuestro pueblo, sino que además me obligó a cometer el mismo delito para evitar cualquier castigo. Miré su rostro entre la tenue luz que dejaban pasar las ramas, y solo vi una sonrisa pícara, propia de quien ha conseguido lo que quería.
Antes que pudiera reprenderla por lo irresponsable que estaba siendo, un fuerte rugido se escuchó desde lo más profundo del bosque, y una sensación helada me dejó paralizado. Miré a Ela, sentada aún sobre el tronco de alerce, y sus ojos estaban empapados en pánico. Un ruido sordo de ramas rotas y veloces crepitares llenaron todo el silencio que los árboles guardaban religiosamente. Por esto es que estaba prohibido hacer Magia.
Antes de poder lanzar un grito de auxilio, antes de poder dar aviso de lo que venía, sentí como una garra cálida se arrastraba sobre mi pierna, hasta llegar a mi cuello, y mi voz pasó a ser solo un eco ahogado. Por el rabillo del ojo puede ver a Ela siendo consumida por la oscuridad que brotaba de la tierra.
Al caos le siguió el silencio, a la noche el alba, y el rocío se vio interrumpido por los pasos de todo el pueblo, buscando el paradero de Ela y Roa. No había ningún rastro. Después de la hora de almuerzo, los intentos por encontrar a los dos chicos fueron superados por una pena que invadía a todo el mundo. Todos los rumores decían lo mismo: Mors Atra.