miércoles, 15 de marzo de 2023

Mató

Dale, a ver, respóndeme unas preguntas. Estamos solos, nadie nos molesta. Si, es tarde y mañana trabajamos, pero chao, no va a ser primera vez que estemos cagaos de sueño en la pega. Tampoco va a ser la última, seamos realistas.


Si bueno puede ser, pero igual es tarde. Son las una y media de un miércoles, ando acostado en la cama webiando con el teléfono, como si me sobraran horas de sueño. No se si es lo mejor la verdad. Por algún lado leí que a más gente le pasa lo mismo, como una forma de sentir que el día no se pierde entre tanta pega.


¿Como así?


No que, como lo explico, que como trabajamos todo el día, nos quedamos hasta tarde webiando con el teléfono para tener la sensación de que ese tiempo es nuestro, de que tenemos tiempo libre, cuando en verxad lo que hacemos es comernos horas de sueño.


¿Y tú teniíclaro esto? Pero lo hací igual


Bueno es como decirle a alguien enojado que deje de estar enojado, o a alguien triste que se alegre. Obvio que saben que hay que desenojarse, o ponerse contento, pero no es como llegar y hacerlo. 


Bueno, entonces démosle a la idea, formato entrevista ¿te tinca? 


Ya dale demosle. Pero para ¿esto es como entre nosotros nomás? ¿O es como para publicarlo en el blog después? No es que sepa si alguien lo va a leer o no, pero puta, no puedo decir cualquier wea si va para allá ¿cachai?


No, si, dale. Que vaya pal el blog, pero es solo entre nosotros.


Pero weon así no puedo. Si querí que vaya pal blog me tení que avisar antes. Que me maneo. Como que me baja la wea y empiezo con las palabras largas, describo harto las weas y como que sale en prosa ¿cachai?


Ya pero weon, no lo hagamos tan difícil. Es la misma wea que hablarle al espejo, esa conversación en la ducha o las conversaciones inventadas en el auto cuando manejai solo.


Pero weon, eso es distinto po. Además, me estay dejando como loco po, de esquizofrénicos está wea.


Bueno si, pero que tanta wea estar loco. Si al final, al menos somos dos. Ósea uno. Puta, ya me perdí weon.


Pico, mató.


Mató nomas.


Si, chao, mató.

Pueblo Hundido

Las ruedas de un Tiggo prestado abrasan una carretera cubierta de polvo, de espacio, de distancia. Desde el mar a la cordillera es solo un momento, un pensamiento, un hilo de conciencia que separa todo lo ancho de un país entero. Solo el gris pavimento resquebrajado por el tiempo y sus pasajeros, por camionetas y camiones, cargas y descargas, ires y venires. 


Las historias deambulan suspendidas sobre la árida brisa de Atacama, existen como absolutas ermitañas, lejos de ondas de radio y antenas celulares. Recorren caminos donde la única compañía son los ojos de gato que pasan a una velocidad impredecible, aunque a veces se esconden dentro de la boca de lobo que puede volverse la noche.


Montañas peinadas por la erosión del viento, moldeadas a su deseo, con gesto sublime, insistente, primigenio, elemental. La naturaleza que parece muerta mientras vive, un bosque silente bajo la arena, un ecosistema que se desarrolla detrás del velo invisible, agazapado, esperando la oportunidad correcta, el momento en el que el rabillo del ojo humano se despista, para aparecer intempestivamente lejos, pero tan cerca.


Detrás de cada rincón, luego de un vaivén de curvas, de un sube y baja de arena, se encuentra un valle homónimo, Pueblo Hundido. Hogar de historias antiguas, de minas cerradas, salares virgenes y lagunas coloridas. Habitan flamencos andinos, Condores y zorros cumpeos, entre tanta naturaleza que escapa al ojo erudito, del cual por cierto carezco.


La noche ilumina la tierra con su glotona luna, adornada con guirnaldas de estrellas, bufandas de constelaciones, un arete de Júpiter, con su collar de lunas. Un observatorio contempla lo lejano, acerca cada vez más los astros, encerrados dentro de nuestra propia pupila, por un momento, por un instante. 


Y es allí, en ese lugar, donde he llegado por un azar preparado meticulosamente por el destino, es que me encuentro, cara a cara, con el sueño tranquilo, con la calma deseada, con el descanso tan esquivo. Una paz que solo te puede dar un lugar tan mágico, tan ajeno, tan apartado como el norte de Chile. 


El silencio se vuelve vida, las estrellas se despiden en degradé, la luna se afirma a los primeros rayos de sol y las nubes se desperezan para empiezar su emigrar. De entre la iluminada oscuridad emergen dos cordilleras hermanas, las que sostienen un breve intercambio de ecos. Inhalo el primer aire de la mañana, el sabor a montaña empapa mis pulmones y dejo escapar un halo que se difumina sobre los techos de zinc. Por primera vez en todo el viaje, pienso que si llegase a fallarme el Tiggo, no sería tan malo.

miércoles, 8 de marzo de 2023

Una Hora

De la vida siento que ya he escrito mucho. Al menos, demasiado. Especialmente para alguien que no ha vivido nada. O al menos eso creo. Recurrentemente acudo a la figura de darle una explicación a la vida, que necesita un sentido, que va para algún lado, que tiene que tener un objeto, lo que hay después, lo que hubo antes. Grandes preguntas que, honestamente, no se si me inquietan de sobre manera. La vida es solo eso, es un estar inexorable, irremediable, en el momento que se deja la vida, ya no se está.

Pero hay cosas que quedan. Incluso después de que la vida se fuga en un último adiós, el acabado aliento de quien exhala sin esperar inhalar una vez más. Los cuerpos dejan huella. Puede ser una planta, un hijo, un libro. Pueden ser historias, un edificio, un hecho histórico. Puede ser daño. Vaya que si puede dejar dolor. 

El dolor del cuerpo deja cicatrices que han de ser escondidas del sol, para evitar que su marca sea permanente. No siempre se logra. También hay cicatrices que abundan por dentro, de esas que siguen sangrando por años. Existen heridas que dejan cicatrices que se vuelven a palpar cada vez que alguien nos toca el alma. Esas son las cicatrices que más temo dejar. Las invisibles heridas del ser.

Les mentiría groseramente si dijera que no he dejado alguna, o que ignoro haberlo hecho. Todos sabemos por donde pasa el filo de nuestra personalidad, ya sea de forma sincera, inocente y pura. Lo que ignoramos es si lo que queda al paso es una superficie suave, sedosa, cuidada, o un corte seco, profundo. A eso le tengo verdadero terror. 

Tal vez en realidad es miedo a que la gente piense que me agrada hacer daño. Puede ser mi habito evitativo, mi repulsión al conflicto. He pensado que tampoco me agrada la sensación de hacer daño. 

Perdón, casi he hablado sólo yo, y parece que ya termina nuestra hora. ¿Le parece si nos vemos dentro de una semana? Puede agendar con Teresa nuestra próxima sesión. Me da la impresión que los jueves en la mañana tengo libre, si es así, y le parece bien, podemos coordinar para entonces, y hablo con Teresa para que le tenga preparado un café. Muchas gracias por abrirse tanto esta sesión, siento que vamos avanzando. Después vemos lo de la transferencia, le mando una boleta por WhatsApp.

Perpendiculares Paralelas

Quedaron de juntarse en el camino, lo cual, al ojo, sería por ahí cerca de Plaza Perú. Él llegó caminando mientras ella esperaba, aunque para ser honestos, él no sabía donde estaría ella, caminaba alternando la mirada entre el horizonte y Google Maps, sin ninguna otra certeza más que la de encontrarla en alguna parte. A lo largo de esos audífonos blancos, cuyos cables se enredaban cada vez que entraban y salían del bolsillo, sonaba Sweet Nothing de Taylor Swift. Algo del último disco de esa artista que ella en algún minuto le mostró. Algo nuevo por algo viejo.

Cuando cruzaron la mirada, ninguno de los dos supo bien cómo reaccionar. Él solo atino a hacer un gesto exagerado con la mano, y ella no supo reconocer su silueta sin los anteojos. Se saludaron incómodamente, sin saber donde correspondía poner los brazos, y luego de un par de gestos atolondrados, caminaron hacia ningún lado. Sin darse cuenta terminaron en una heladería. Los audífonos en el bolsillo se encontraban ahogados en silencio, sin emitir un solo ruido, muertos de ganas de gritarle a ella que él estaba escuchando esa música que siempre dijo que no le gustaba, esa que a ella le encantaba, esa que él ahora no puede dejar de escuchar.

La heladería fue un chiste, ninguno quería pedir primero, los dos querían pagar. Ya con el helado en la mano, no encontraron ningún mejor lugar para sentarse que una escalera a la entrada de un hotel, de dónde sabían que pronto serían echados, ya no eran horas de estar vagando. Así las cosas se pusieron rápidamente al día, recordando sobre hermanos, perros y amigos. Hablaron un poco de sus trabajos, como si cada uno de los temas fuese una casilla que debía ser chequeada. Todos, menos ese tema que ambos evitaban cuidadosamente.

Estamos de acuerdo que decir “donde hubo fuego, cenizas quedan” no es más que un cliché pasado de moda, una frase gastada y manoseada. Pero no es menos cierto reconocer que de cada tanto en tanto es la única forma de abrazar completamente el sentimiento de un instante. Las miradas se cruzaban con ganas de quedarse tomadas de la mano, analizando, observando, recordando los colores que habitaban en el otro. Los dedos hormigueaban con ganas de tocarse, mas el impulso no era nada más que eso, un instinto atrapado en el miedo, y tal vez en el orgullo.

Una vez terminado las preguntas, agotadas las excusas, intercambiaron los adioses respectivos, dándose un beso donde ninguno de los dos quería, con un abrazo que los separaba más de lo que los unía. Así, se despidieron sin saber cuándo volverían a verse. Él miró hacia atrás, para darse cuenta que ella no lo hizo, y se tragó con vergüenza las ganas de correr a sus brazos. Ella era más fuerte, tomó su mochila, una mujer independiente, que no necesitaba a ningún hombre en su vida. Una mujer que, a pesar de todo, lo quería a él, y no se atrevió a decirlo.

Él se puso sus audífonos y escuchaba Taylor Swift con una lágrima en la garganta, pero el corazón un poco más tranquilo. Ella por su lado, caminó preguntándose que haría para con todo eso que le generaba tanto miedo decir. Ambos se imaginaban compartiendo los audífonos de él, escuchando la música de ella, mientras caminaban en direcciones opuestas. A veces las cosas son así, o al menos así creo que fueron.

Hay veces que a los lápices se les acaba la tinta, y las páginas que estaban destinadas a ser escritas, quedan en blanco, prístinas, silentes y tristes. Se pierde el hilo de la historia y se cierra este capítulo incompleto. Se toma un nuevo lápiz, un nuevo cuaderno, se cruzan los dedos, se prenden velas y se toca madera, todo esperando que finalmente al terminar el cuento, el autor pueda colgar sin vacilar ese punto final.