miércoles, 15 de marzo de 2023

Pueblo Hundido

Las ruedas de un Tiggo prestado abrasan una carretera cubierta de polvo, de espacio, de distancia. Desde el mar a la cordillera es solo un momento, un pensamiento, un hilo de conciencia que separa todo lo ancho de un país entero. Solo el gris pavimento resquebrajado por el tiempo y sus pasajeros, por camionetas y camiones, cargas y descargas, ires y venires. 


Las historias deambulan suspendidas sobre la árida brisa de Atacama, existen como absolutas ermitañas, lejos de ondas de radio y antenas celulares. Recorren caminos donde la única compañía son los ojos de gato que pasan a una velocidad impredecible, aunque a veces se esconden dentro de la boca de lobo que puede volverse la noche.


Montañas peinadas por la erosión del viento, moldeadas a su deseo, con gesto sublime, insistente, primigenio, elemental. La naturaleza que parece muerta mientras vive, un bosque silente bajo la arena, un ecosistema que se desarrolla detrás del velo invisible, agazapado, esperando la oportunidad correcta, el momento en el que el rabillo del ojo humano se despista, para aparecer intempestivamente lejos, pero tan cerca.


Detrás de cada rincón, luego de un vaivén de curvas, de un sube y baja de arena, se encuentra un valle homónimo, Pueblo Hundido. Hogar de historias antiguas, de minas cerradas, salares virgenes y lagunas coloridas. Habitan flamencos andinos, Condores y zorros cumpeos, entre tanta naturaleza que escapa al ojo erudito, del cual por cierto carezco.


La noche ilumina la tierra con su glotona luna, adornada con guirnaldas de estrellas, bufandas de constelaciones, un arete de Júpiter, con su collar de lunas. Un observatorio contempla lo lejano, acerca cada vez más los astros, encerrados dentro de nuestra propia pupila, por un momento, por un instante. 


Y es allí, en ese lugar, donde he llegado por un azar preparado meticulosamente por el destino, es que me encuentro, cara a cara, con el sueño tranquilo, con la calma deseada, con el descanso tan esquivo. Una paz que solo te puede dar un lugar tan mágico, tan ajeno, tan apartado como el norte de Chile. 


El silencio se vuelve vida, las estrellas se despiden en degradé, la luna se afirma a los primeros rayos de sol y las nubes se desperezan para empiezar su emigrar. De entre la iluminada oscuridad emergen dos cordilleras hermanas, las que sostienen un breve intercambio de ecos. Inhalo el primer aire de la mañana, el sabor a montaña empapa mis pulmones y dejo escapar un halo que se difumina sobre los techos de zinc. Por primera vez en todo el viaje, pienso que si llegase a fallarme el Tiggo, no sería tan malo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario