miércoles, 12 de julio de 2023

Hogar

 Veo tu transitar desde la pieza a la cocina, con la misma sonrisa perdida de quien se cruza con un perro al caminar por la calle. No, miento. Es como si fueran dos perros, los que, acompañados de su humano se acercan, te olfatean, te vuelven a analizar, todo para sonreírte, con la lengua afuera, como gesto inequívoco de autorización para hacerles cariño en su cabeza. Perdón que todo sea una gran metáfora canina, pero es difícil separar dos cosas que tanto me gustan. Dos momentos fugaces que atraviesan los instantes como cometas frente a nuestros ojos. Como un perro asomado por la ventana del auto de al lado en un semáforo.


Te das vuelta, mientras el agua hierve en la tetera, presta a perderse en esa cafetera italiana de la cual tanto te haz encariñado. Todo muy concentrada, envuelta en tu pijama, una almohada y las sábanas que aun abrazan tus tobillos pidiendo que vuelvas a la cama. Te das vuelta y me ves perdido en este relato, en tu escencia, tu energía, el sueño que emanas, la alegría que te rodea, la imagen mental de que perro me gustaría que adornara este momento mágico. El instinto me dice un Golden Retriever, pero el corazón me pide un Coker Spaniel. Inglés y ruano, como los que me acobijaron desde chico.


Me acompañas en la mesa y me preguntas en que pienso. Me da un poco de vergüenza, entonces te digo que pensaba en ti, en tú caminar, en la sonrisa que adorna tu rostro en la mañana, la tarde, la noche. Te cuento lo que me haces sentir, y veo como te sonrojas. Me regalas un beso furtivo, como si fuera el primero. Sonrio, por que nada más puede hacer un hombre feliz más que sonreír. Das un sorbo de tu café, y con tus mejillas escondidas por la taza transparente que sostiene tu capuccino. Te pregunto si tendrías un perro, me miras un segundo antes de decirme que si. 


Aquí es. Así si.

No hay comentarios:

Publicar un comentario