A Tomas le gustaban recoger piedras mientras caminaba. Hacia el ligero ademán de amarrarse los zapatos de cada tanto en tanto, con el objeto de pescar un guijarro y esconderlo en la manga de su chaqueta, para poder depositarlo cuidadosamente en su bolsillo sin que nadie preguntara nada. ¿por que lo hacía así? Nunca supo bien como explicarlo, y esa era justamente la razón de por que lo hacía: para no tener que dar explicaciones.
Ahora, atengámonos a la realidad del asunto también. No era cualquier piedra la que Tomas tomaba. Ni tampoco lo hacía en cualquier momento o lugar. De partida, tenía que ser una piedra mas menos del porte de su pulgar, sin esquinas afiladas idealmente, sino mas bien curva, con superficie tersa, que no le fuese a agujerear los bolsillos. Requisitos escuetos pero precisos, que acotaban considerablemente el universo de piedras que caían en los bolsillos de Tomas.
Las piedras que Tomas tomaba podían estar en cualquier parte. Una piedra en la playa acurrucada entre la marea baja, una astilla de lago que llamara la atención antes de hacerla saltar en la superficie del mismo. Un souvenir del tiempo en los pies de un glaciar del sur.
La verdad, es que al momento de seleccionar las piedras, todas concurrían en un único y trascendental requisito: tiener que haber llamado la atención de Tomas, en ese momento exacto. Un poco de historia, algo de significado, un recuerdo vago alimentado por la superficie de una piedra pómez, o la risa compartida en virtud de alguna broma relativa al cuarzo, o sobre sus usuarios.
Lo más importante para tomas, era el por qué. No el qué ni el cómo, aunque el dónde y el cuándo también podían ser relevantes. Todo se reducía a que fue lo que le llamó la atención al momento de recogerla. Algo tan intimo, tan inexplicablemente significativo, absurdamente simple. Podía ser una explicación de una hora llena de palabras largas y rimbombantes, así como un simple “porque si”.
Tal vez nada tuviese mucha relevancia, porque a fin y al cabo todas las piedras terminaron juntas en un frasco en su oficina, donde las mira y recuerda el momento en que recogió cada una de ellas. Como un pequeño jarro de memorias, que solamente él sabe leer.
Por supuesto, lejos las más importante de todas, esas que le alteran el pecho cuando las mira por el rabillo del ojo mientras escribe una minuta, son esas que fueron un regalo. Solo una persona que conoce a Tomas de verdad, sabe que una piedra puede ser un lindo obsequio. Algo tiene eso de que te regalen una memoria, un recuerdo, un instante. Lo más cercano que se me ocurre a volver en el tiempo.
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