martes, 4 de abril de 2023

Rue des Trois Freres

La historia comienza como muchas otras, con tres pequeños que fueron creciendo cada uno a su ritmo, con las cicatrices propias de la infancia, las asperezas de la juventud y los temores de ser adultos. Las virtudes del tiempo y el desgaste del viento los acompaño durante largos años, que de cada tanto en tanto parecían ser tan cortos. Las pequeñas calles de un Lille cubierto por el frío del invierno. Copos de nieve cayendo como ligeras notas en el pentagrama de un piano, azarosas y únicas, yendo a acabar en el suelo, abrazadas, acurrucadas en este gélido diciembre. Testigos de las huellas que dejan a su paso los tres hermanos.


Él era el menor, y con una chasca rubia que le cubría las orejas, caminaba abrigado con chaquetas suficientes para arropar a toda una escuela. Sus pequeños pasos eran más bien saltos, de poza en poza, como una liebre recorriendo el velo blanco a su paso. Su rostro inocente, elegante y afilado, solo era el escondite donde dos ojos azules, inteligentes, inquietos, observantes. Travesura como mantra, con la misión de darle vida a la vida.


Tomándolo de la mano de encontraba Ella, la hermana. La mas despierta de los tres. Una voz de mando y conocimiento absoluto de todo cuanto los rodeaba. Ligera de palabra, y aparentemente liviana en su pensar, meditaba por los tres, y sus arrítmicos pasos seguían una logica que solo Ella entendía, y que de alguna forma siempre hacía sentido. Una brújula sin un norte, porque no lo necesitaba.


Frente a ellos dos, caminaba el tercero con paso seguro y desafiante. Con tranco certero y sin vadear ante la nieve o el agua, el hermano mayor apuntaba al horizonte confiando en que ese era el camino, sin tener dudas, ni pruebas. Escuchándola siempre a Ella, y atento a donde los guiara Él, este hermano atravesaba arbustos y pozones, con energía prestada de su hermano, con una sonrisa prestada de su hermana.


Así, estos tres hermanos cruzaron el invierno del norte, atravesando el frio alba y el oscuro crepusculo, saludando al sol y despidiendo la luna. Repitiendo el camino una y tantas veces, hasta que la rutina se volvió costumbre, y luego, un recuerdo del ayer. 


Años pasaron y los tres hermanos tomaron cada uno su camino. Él empezó a pisar con fuerza, riéndole en el rostro a la adversidad, haciendo malabares con fuego y así, salvando del frío. Ella, por su lado, siguió saltando y haciendo acrobacias con palabras, invadiendo de energía a todos a su alrededor, enseñándole al mundo a ser niños, y a los niños a ser mundo. Y el hermano mayor, por lo pronto, miraba contento como sus hermanos se abrían paso entre el viento blanco que alguna vez les intentó cerrar el paso.


A veces los tres se vuelven a juntar, pero ya no es lo mismo. Tomados de las manos, acurrucan el frío espacio que queda entre los cuerpos que se abrazan. Tibias sonrisas y cómplices miradas, ojos azules y verdes, saludos sin palabras. Es verdad que ya no es lo mismo. No es menos verdad, que a veces es mejor.

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