El recuerdo más viejo que logro enganchar en lo más profundo del pensadero, es ir compartiendo dulces con mi hermano. Tomados de la mano y sentados en un peldaño, de una pequeña escalera que no llevaba a ningún lado. Para nosotros al menos, porque evidentemente quedaba al frente de la puerta principal de nuestra casa. Los ojos al frente al jardín, y viendo las hojas bailar para nosotros, peinadas por el viento de una primavera joven.
De papeles verdes se llenaba mi lado, de morados se llenaba el suyo. Habían naranjos tambien, y otros verde más oscuros. Esos quedaban a la suerte de la olla. No recuerdo si comimos mucho, o muy poco, si la bolsa estaba nueva, vacía, o si siquiera había una. Solo recuerdo ir compartiendo esa sonrisa intoxicada en azúcar con mi hermano.
Y ahí termina el recuerdo. Solo eso. Solo una imagen que se mueve lentamente, como un nanometraje, esos que en cinco segundos te dan vuelta la vida. Ojalá las cosas fueran como antes. Así tal vez sabría dónde está mi hermano, que ha sido de él, sus aspiraciones, donde palpita su corazón. Quién sabe, tal vez hasta podríamos sonreír.
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