"¿Por qué quieres
aprender a tejer? Ese es trabajo de laburadoras, obreras, amas de casa. ¿Acaso
has perdido la cordura?". Entre las preguntas que hacia Matilde mientras vendaba mis manos, agujereadas
por el traicionero alfiler, yo me preguntaba cómo se puede perder algo que
jamás he poseído. La cordura es una institución absolutamente sobrevalorada,
una mentira vendida por psiquiatras y doctores en la mentira corporativa.
Dirijo una industria cosmética, créanme que sé de qué hablo.
"¿Y por qué no?"
Respondí, intrigado por cuál sería su respuesta. "No hemos aprendido
suficientes cosas aún, querida."
"Jamás has necesitado
aprender nada, sin embargo heme aquí, acompañándote y sanando tus heridas
mientras tú gastas los años aprendiendo cosas sin sentido. ¿¡Qué esperas!? Se
te va la vida en un suspiro y nadie habrá para sobarse las manos con tu
aliento." ¿Cómo explicarle que yo no le debo nada a la vida? ¿Acaso esta significa
algo en absoluto? Perspectivas, nada más que eso. Francamente no necesito nada
ni nadie. Mi soledad me acompaña, mi éxito me cobija. Quién diga que el dinero
no compra felicidad, nunca ha sabido utilizarlo realmente.
"Matilde, soy un
ignorante. ¡Oh qué ignorante soy! La vida me ha dado todo y solo he sabido
lucrar contra los minutos y segundos. ¡Cómo esperas que me quede quieto, cuando
el mundo gira, rueda, da vueltas, se enfurece y nadie puede detenerlo!".
Sentía como la cólera se apoderaba de mí, había gritado alterado y necesitaba
apaciguar el fuego que ardía en mi sien. Pensé en un desierto, soledad, no
rendirle cuentas a nadie, olvidar la vida y mirar las nubes que esconden el
velo fotocromático que cubre nuestras cabezas. La calma me invadió nuevamente
mientras tomaba la mano de mi mujer y escondía un cuadrado de lana carmesí.
"No hemos aprendido suficientes cosas, no puedo hacer frente a la muerte
con los bolsillos vacíos".
Una lagrima escapó por el
rabillo de un ojo color avellana, rodando mejilla abajo, confundida,
arrojándose al vacío para morir sobre el dorso de mi mano crispada.
"Aprender cosas antes de morir" dijo, mientras una voz que no era
suya se quebraba entre sollozos. Quitó los ojos del suelo y los posó sobre los
míos, perdida en sus cavilaciones. Las blancas perlas me apuñalaron con su
vidrioso destello mientras Matilde suspiraba. "Enséñame a vivir sin ti,
antes de que aprendas a vivir sin mí".
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