martes, 17 de septiembre de 2019

La Esperanza


La esperanza son las cosas con plumas que se posan en el alma. Descansan su revoloteo en las raíces del hombre y calman el sentimiento natural de incertidumbre, de desconfianza. Acobijan entre sus alas el corazón de los maltrechos, los heridos, los cabizbajos. Guardan en su pecho las asperezas de la piel y las cicatrices del corazón. Escuchan con cuidado los pensamientos que gotean desde los ojos, y recogen las migajas que se nos caen al andar. Nos entregan el tibio sentimiento de que mañana saldrá el sol, y que con sus rayos se llevará la oscuridad. Nos enseñan que incluso en el negro manto de la noche se encuentran cocidos botones de luz, que guían nuestro camino como un sendero titilante.

La esperanza descansa acurrucada a nuestras costillas, se alimenta de los nudos que se atoran en la garganta y los sollozos acallados por los que han sido llamados débiles. Se deja ver luego del naufragio, como un salvavidas, cuando en realidad siempre ha estado allí, esperando pacientemente el momento reflexivo y determinante, dejando a sus alas argentadas alzar vuelo y llevarse lejos las tribulaciones propias de los confundidos, los inseguros, los corazones resquebrajados.

Somos lo que la vida trajo, y la esperanza lo que nos alienta, somos viento y marea, una ola empedernida, un rastro en la orilla, un mensaje único. Somos polvo de viento, dejando una estela al paso, un sendero, estrellas alineadas en un sentido. Somos nuestras cicatrices, los dolores, las penas y las rabias. Somos risa, llanto, cariño. Somos un abrazo apretado, una mirada fija. Somos una lagrima descarriada, un puño firme. Somos lo que somos, y lo seguiremos siendo, hasta que nuestro ser deje de ser si mismo, y solo seamos polvo de viento en la memoria de todos. El eco de las olas rompiendo contra la costa y volviendo al origen. En ese momento, seremos recuerdos, seremos historia. Seremos eternos.

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