jueves, 27 de junio de 2019

El Hombre que no Tenía Tiempo para Leer y por eso Escribía


El tiempo es oro. Bueno, no oro, tal vez dinero. Para ser precisos, tampoco es eso. El tiempo es solo algo que pasa y no vuelve. Puede dejar memorias o buenos recuerdos, pero lo único cierto es que jamás vuelve. Nunca verán un reloj dar vueltas contra su propio sentido. O tal vez si, si es que frecuentan museos progresistas y con ideas de arte algo abstractas. Pero si hablamos de la gente común y corriente, como yo, el tiempo pasa y no vuelve. Lo cual es lamentable, ya que con solo veinticuatro horas en un día me alcanza sólo para cierta cantidad de actividades, dentro de las cuales leer no es una de ellas, muy a mi pesar. Duermo lo suficiente para no estar cansado para trabajar, trabajo lo justo y necesario para poder pagar el agua, la luz, la comida y mi liga de fútbol. Juego una hora de fútbol al día, lo que es suficiente para quedar lo cansado que necesito estar para poder dormir. Y luego todo de nuevo. No es monótono ni una rutina, para quien piense que me estoy quejando. Mi trabajo es increíble y me encanta dormir. Y el fútbol para que decir.

El problema es que entre mi departamento y la oficina hay una pequeña librería por la que siempre paso, y presa de un impulso descontrolado, compro algún libro que llame mi atención. Ya debo tener mi pieza llena de grandes novelas. Los poemas revolotean por el comedor y las historias de ciencia ficción junto a la televisión. Un pintoresco escenario. Tengo de todo tipo de libros, grandes y pequeños, con comentarios del autor y versiones de bolsillo, tapa dura y sin tapa alguna. Pero nunca he podido leer ni uno solo, pues no tengo tiempo para tal emprendimiento. Lo se, lo se, debo invertir en mi intelecto, pero son tantos que ya no sé por dónde partir. ¿Alguna vez se han visto envueltos entre tantas obligaciones y deberes que no saben por dónde empezar a atacar esa lista interminable de quehaceres? Me divierte, pero al mismo tiempo me preocupa.

Un gran amigo, en tono mordaz, me señaló que el único remedio para la falta de lectura, es la escritura. Menuda estupidez. De que quiere que escriba si lo único que se son palabras que aparecen en informes y en diarios, cuando ni eso leo frecuentemente. Simplemente no hay tiempo. Además, ¿De que podría escribir yo, un hombre corriente, con una visión banal de la vida, cuyas actividades no son en nada espectaculares y quien la vida le viene sin cuidado? ¿Sobre política? No se nada, menos que nada incluso. Y no me siento culpable, nunca me ha interesado informarme sobre las catástrofes del mundo. Sobre economía tampoco, pues los números se me dan fatal. Deportes me parece interesante, pero para eso hay tantos hoy en día que cualquiera podría hacer un blog con relatos deportivos.

Tal vez escriba sobre la gente. Personas cuya historia permanece escondida, con un futuro prometedor. Seres majestuosos cuya aura mística solo se compara al misterio mismo de sus intenciones obscurecidas entre el tumulto de pasos y resonantes bocinas a lo largo de las concurridas avenidas. Si, personajes tan controvertidos que ni aun ellos mismos tienen consenso sobre quienes son, que es lo que buscan o siquiera que es lo que están pensando en el momento preciso que transcurre mientras los observo con una mirada inquisitiva, prejuiciosa y completamente parcial.

 Por ejemplo, este tipo que me adelanta velozmente en la calle mientras camino hacia la oficina. Su nombre es Tom Fornido, y es un asesino en serie. Bueno, no es su nombre de verdad pero es el que todo el mundo usa para referirse a él. Ha matado a cuatro sheriffs y aún nadie a podido ganarle en un duelo. Tiene la zurda más rápida de toda la ciudad, solo vencida en velocidad por la derecha más ágil, que también es suya. Si, tal como oyen, Fornido no solo domina la zurda con destreza, también sabe apuntas, jalar el gatillo y liquidar a su adversario con la derecha, todo en el mismo grácil movimiento, incluso mejor que con la siniestra. Camina apurado hacia el Banco Central, pues ahí se reunirá con sus pandilla, piensan atracar el banco de una vez por todas y dejarlo limpio como el alma de Santa Teresa. Pistola en mano, Tom Fornido, El pequeño Bob y Juan Gatillo, se preparaban para asaltar el edificio, todo estaba listo, preparado y conversado. Incluso el botín ya estaba invertido en brebajes caros en la taberna más lejana, al otro lado de la alameda. Tom pateo la puerta y al contacto esta voló por los aires, cayendo sobre el mesón del asustado banquero. "¡Esto es un asalto!" gritó Juan Gatillo a todo pulmón, mientras el pequeño Bob ya estaba vaciando la bóveda, los bolsillos de un caballero asustado y el collar del perro de una dama que nada más de valor tenía encima. Todo iba acorde al plan, pero Tom no contaba con la avaricia de sus compañeros, malditos mercenarios. Juan Gatillo posó fríamente el cañón de su gastado Revolver Calloway en la nuca de nuestro protagonista, mientras Bob aun no entendía bien que era lo que estaba pasando. En solo un segundo, Tom demostró toda su habilidad al soltar un disparo certero sin siquiera desenfundar su querido Revolver Schofield nacarado, desde la misma funda perforo el cráneo entre ceja y ceja y dejó al señor Gatillo tumbado en su espalda. El disparo alertó al alguacil y por eso es que hoy vemos a nuestro estimado Tom corriendo por la avenida.

Bueno y las historias a veces pueden ser más complejas. Como la del alto chico con polera roja que camina escuchando sus audífonos, moviendo la cabeza al son de una batería frenética y una guitarra estridente. O eso pensaría cualquiera que viera a este sujeto de pelo negro, que en realidad está moviendo la cabeza al son de los cañones de Tchaikosvky. Si, el es el renombrado director de orquesta Pitrov Leonechivinsky, un ruso ameno, que solo adora al mencionado compositor por sobre el himno de la Madre Patria. No es que le tocara vivir las barbaridades de esa época, sino que solo le generaba un amor platónico la romántica idea del idealismo Marxista-Leninista. Estimado camarada, si tan solo dejase sus ideales de lado, ya lo habríamos visto hacer maravillas con la orquesta filarmónica de Viena. Una pena que por su anticuado pensar, sus revolucionarias ideas sean desechadas por el conservadurismo moderno. Una pobre alma perdida en el anacronismo del destino.

Y así, fui entreteniendo mi camino a la oficina imaginando la vida de cuanto ser humano tuvo la desgracia de cruzarse en mi camino. Habían algunos tipos que por cuidado no quise ni hacer una introducción a su historia, me miraron con cara de pocos amigos. Otras damas que al cruzar la mirada solo encontraba incomodidad reciproca y me cohibía de solo pensar en una historia que pudiese ser posible, dentro del universo infinito de la imaginación propia. Nunca he sido bueno para la comunicación con las personas del sexo opuesto, si se entiende mi complejo. El problema fue que una vez ya en la oficina, el proceso interno creativo no pudo detenerse para dar paso a monótono y automatizado acto del trabajo propiamente tal. Que desgaste de tiempo y recursos, fue increíble la baja productividad comparativa que se adueño de mi durante las 10 horas que duro mi jornada laboral. Al final del día nada me dijeron, lo atribuyeron a un mal día y hasta bromearon con que incluso a los relojes, de cada tanto en tanto, había que darles cuerda. Creo que por algo de ese estilo es que mis amigos me dicen Suizo.

Una vez llegado a la liga, mi rendimiento nuevamente fue paupérrimo. Las pelotas parecían serme esquivas entre un mar de palabras que mi cerebro arrojaba sobre el sintético césped, haciéndome engorrosa la tarea de comandar el medio campo y llevarme el equipo al hombro como acostumbro. Incluso la forma de pensar, las palabras que utilizo se escapan de la habitualidad de mi léxico, es como si la mera idea de animar cada triste silueta que habita mi alrededor me hubiese poseído hasta la medula y me controlase como un titiritero o un ventrílocuo mediocre. El partido terminó con una desmerecida victoria a nuestro favor, resultado de una serie de errores nefastos por parte del contrincante, que bajo ningún respecto debería haber sido un rival de mérito frente a nosotros. No es que seamos un equipo excepcionalmente talentoso, sino que nos conocemos hace tiempo y todos jugamos ordenados, menos yo hoy, que parecía un gato en un mar de palabras acuosas.

Ya en mi hogar. mientras preparaba rápidamente la cena, mi cerebro pudo soltar cada uno de sus pensamientos para que vagasen a lo largo y ancho de mi humilde apartamento, el cual equipado con lo justo y necesario, además de una librería absurdamente virginal, no era envidiable en ningún respecto. Y fue entonces cuando ví una silueta que jamás podré olvidar. Al otro lado del espacio eterno entre los dos edificios, rodeada del amarillo color de la luz artificial a la que tan acostumbrados estamos, una silueta femenina resalto con sus pronunciadas curvas por sobre todas las demás ventanas de luz que se me presentaban enfrente. Ella, entre todas las estrellas de la tierra, dejó que cada farol lumínico apostado a la orilla de una calle no fuera más que la propia introducción a la imagen más encantadora que un hombre podría ver. Solo su silueta lograba engatusarme de manera absolutamente involuntaria, me daba ganas de gritarle que la amaba de un lado del infinito para el otro. Finalmente, el respeto y el pudor me pudieron, apartando la mirada de tan increíble escena por respeto a aquella silueta de mejillas rebosantes de sonrisa y una nariz tan perfecta que debe ser la envidia hasta de su propia sombra. Y así fue como me encontré con un personaje a quien ninguna historia que mi recién cultivada imaginación pudiese crear, le haría justicia. No habrá jamás palabra alguna que pueda decorar la belleza que existe tan distante, sin hacerla parecer obscena, recargada, artificial o burda. Este personaje es perfecto a su manera, y no necesita ayuda alguna para ser idealizado.

La calma lentamente vuelve a mi cerebro y estoy nuevamente listo para perderme en la monotonía de la rutina, tranquilo de los resultados de este alocado día, ya que jamás podré pagarle al azar la recompensa con la que hizo brillar mi vida. Una sombra entre luces, que brilla más que mil soles fulgurante.

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