lunes, 17 de junio de 2019

Oda al Puelche


El viento vertiginoso golpea mi cara de manera brutal. Mis ropas son despedidas por los aires y solo mi cuerpo es capaz de detener su vuelo. La brisa murmura un grito lleno de adrenalina y mis oídos sordos son penetrados por la inamovible voluntad del Sur.

A lo lejos escucho el crepitar de las furiosas olas nacidas de la nada, hijas de la inclemencia y esclavas del rigor. Galopan sobre la superficie del lago, dispuestas a volcar cada embarcación a su paso. El tiempo solo las empuja en dirección sur, presagiando ira y tormenta. La vida de cada ola es extinguida por la costa y su ímpetu es muerto por la arena. El sol, fiel testigo del fenómeno, se limita a documentar en su memoria los sucesos ocurridos.

La tormenta anunciada no fue más que un mero engaño, una travesura, una ilusión. La carcajada de la naturaleza hace eco entre el bosque y me alcanza con toda la fuerza del mundo. Los árboles se mecen tranquilos en una cuna fabricada con fragmentos de viento. En el cabezal, el viento norte advirtiendo una tormenta que no vendrá, y a los pies la mirada divertida del sol, quien, como buen padrino, cuida los longevos troncos que se izan como rascacielos dispuestos a perforar el paño del día.

El sur como escenario perfecto y la bahía apartada de los estragos del puelche. Un perro a mis pies y la brisa de frente. Este es el sur, este es mi hogar.

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