Una de las maravillas de la vida es que es
excepcionalmente única. Cada día es diferente y será siempre increíblemente
distinto a cualquier otro. No existe posibilidad alguna de repetir
voluntariamente los azares propios del destinos, hilvanados uno tras otro,
creados con ojo fino y gesto grácil, a pesar de lo algunos escépticos digan.
Las coincidencias de hoy jamás serán replicadas más allá de lo que la propia
memoria podría hacerlo. Ni las fotos pueden contener la magia del contexto, ni
los vídeos lo asombroso que ocurre de espalda a la cámara. Los detalles eternos
ocurren en un momento, que puede ser infinitamente largo o tan cortos como un
suspiro.
Y es que la vida a veces pone oportunidades
frente a nosotros en las formas más extrañas. Tuve que viajar a París,
sumergirme en la inmensidad del océano artístico del Louvre para encontrarme
con una señora mayor, copiando dedicadamente cada detalle, cada complexión de
luz, cada emoción que el cuadro original comprimía en tan pequeño formato.
Nguyen es una pintora y copista vietnamita que dejó la pobreza en su país natal
y fue a probar suerte al corazón de vidrio de arte. Allí, entraría paso a paso
en los pasillos de un mundillo que intentaba cerrarle la puerta en la cara, mas
ella ponía su pequeño pie y detenía los embates con su pincel y sus óleos.
El rostro retratado miraba con la cabeza
inclinada hacia su nueva madre y dejaba escapar un pequeño suspiro de
tranquilidad al ser acurrucado en las manos de Nguyen. Los veinte años en la
capital francesa le valieron para dominar un francés con un ligero acento, pero
el inglés aún se le escapaba de los oídos. A fuerza de gestos y un idioma
intermedio, pudimos conversar durante minutos que parecieron breves, pero hoy
se sienten eternos. Era el destello de su dedicación y la pasión que emanaba de
sí misma los que se daban a entender, por sobre las sobrevaloradas palabras.
La vie d'un peintre est aussi généreuse que
son pinceau.
No hay comentarios:
Publicar un comentario