Es como este
sentimiento que se aloja dentro tuyo. Como un zángano, un parasito que se
alimenta día a día de tus emociones, de la felicidad que te generaban ciertas
cosas, de tus pasatiempos, de las conversaciones amenas y las risas espontáneas
compartidas con la gente que te quiere. Esa sensación de vacío, de
inestabilidad, de miedo por no saber que es lo que sucede, o por qué. ¿Es
normal? Se que no sería la primera persona en padecer depresión o ataques de
ansiedad, ¿Pero así se siente? Es como si todo lo que me pasara en el día fuese
malo. Como si respirar fuese el único impedimento para llegar a un lugar mejor,
más tranquilo. Esa inercia, esa falta de entusiasmo por hacer las cosas que
antes hacía feliz y cantando, ese miedo a la incertidumbre de no saber quién soy
ahora. Esas ganas de llorar que me invaden de repente. Buscar en internet los
síntomas de estas enfermedades, cruzar los dedos por que alguien
“accidentalmente” me ayude, porque no soy lo suficientemente valiente para
hacer algo por mi mismo.
Quiero pedir el
número de algún psicólogo, pero no lo hago. Quiero gritar en la calle que no
estoy bien y que necesito ayuda, pero me da miedo. Quiero decirle a mi polola
que no me encuentro bien, pero no quiero molestar. Mis amigos tienen sus
propios problemas, no tienen que lidiar con los míos. Mi mamá está llena de
cosas y seguro no tiene tiempo para este tipo de asuntos. Mis hermanos están
ocupados y yo soy el mayor, que ejemplo les daría. Mi papá trabaja y está
agobiado por que cuando llega a la casa el ambiente se siente denso. Y me
enoja. Me enoja que nadie adivine que es lo que me pasa. Que nadie insista diez
veces en preguntarme si estoy bien. Que mis amigos no piensen en mi. Que mi
familia no piense en mi. Que mi polola no piense en mi. Y me doy cuenta que soy
egoísta, ególatra, estúpido. Y me frustro. Y me da pena. Me miro y me siento
gordo. Quiero ir al gimnasio, pero no me dan las ganas. Entonces pienso en leer
ese libro que hace un mes me tenía tan sumergido en su mundo, pero no encuentro
tiempo. Hago otras cosas, miro tele, y mientras la miro pienso que podría estar
paseando a mis perros, o leyendo, o ejercitándome, o visitando a mis amigos.
Me frustro, me
da pena y la decepción me carcome como la gangrena. Casi todos los problemas de
la vida los tengo solucionados. Los más importantes, por cierto. Estoy en una
familia acomodada, tengo estudios, se leer y escribir, no me preocupo de donde
vendrá la comida o si me faltará dinero para el mes siguiente, o para esta
semana, o mañana. O para hoy. Debería estar dando las gracias, mas heme aquí,
quejándome por todo. Que hijo de puta más mal agradecido.
- “¿Cómo estás?
- “¡Bien, gracias! ¿Y tu?”
- “Muy bien también, gracias por
preguntar.”
- “¡Que bueno! Me alegro”
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