lunes, 14 de octubre de 2019

Kintsugi: El arte de reparar


Las cicatrices son los caminos de la vida impregnados en la piel, en el corazón, en nuestra memoria. Cuando sufrimos un accidente, nuestra vida cambia, reacciona, hacemos una oda a la Metamorfosis de Kafka y dejamos de ver las cosas de la misma manera. Lo que una vez nos hizo tropezar, hoy nos tendrá expectantes y atentos. Lo que una vez dolió, hoy genera recelo y desconfianza. Las personas quedan marcadas con el recuerdo de lo que nos ocurrió, con resentimiento por la traición, miedo por el dolor, angustia por la incertidumbre. Pequeñas fracturas en nuestra vida tan frágil, tan voluble y caprichosa. Aquel camino que en un principio parecía recto y fácil, hoy lo recorremos observando con el rabillo del ojo a nuestras espaldas, esperando sentir el frío filo del puñal amigo, arrastrando los pies para sentir los agujeros dejados en el camino por nuestros hermanos, acariciando lentamente la acera por culpa de la desconfianza que nos dio el “amor de nuestra vida”. Pero de eso no se trata este camino.

Aquel que avanza es quien no pierde el tranco, quien cae, perdona, se levanta. En ese orden. Miremos hacia atrás con una sonrisa colgada desde las orejas y agradezcamos con un leve gesto a esas personas que nos acompañaron, dándonos una mano al costado del camino. Riamos de historias añejadas en barricas de roble con las personas que nos hicieron sufrir. Las lágrimas de ayer son las que hacen florecer el campo ante tus ojos. Los obstáculos están ahí para ser sorteados, para dejarnos lucir nuestra capacidad de sobreponernos al dolor, la pena, la rabia. Perdonemos, abramos los ojos, no estamos solos. Quien nos daña también sufre, también llora, también cae e intenta levantarse a costa de los demás. No repliquemos la conducta, pero tampoco odiemos, pues solo un corazón de hierro es capaz de encerrar la rabia sin dañar a los demás, y lentamente se convierte en una cárcel para los deseos y sentimientos. Liberemos todo, dejemos de pensar que todo nos pasa a nosotros. Somos un engranaje en un reloj enorme que sin nosotros no puede dar la hora.

El Kintsugi es el arte de reparar la cerámica quebrada con laca y polvo de oro. Buscan aceptar que las fracturas son parte de la belleza propia de la vasija, sus imperfecciones son lo que la hacen única, tratan el daño y la reparación como parte de la historia de la obra, más que como algo que hay que esconder. Amemos nuestras cicatrices, nuestras estrías, nuestros dolores y enfermedades. Hagámoslo con una sonrisa y contagiemos de este sentimiento a quien nos vea en la calle. Irradiemos paz, calma y perdón. No dejemos que la vida nos quite las ganas de vivir.

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