Es
increíble como a veces logramos decir tan poco, como nos es imposible expresar
lo que sentimos, por más palabras que haya en el diccionario, en cualquier
idioma. ¿Tal vez somos nosotros los que complicamos el mensaje, llenándolo de
segundos significados, de inseguridades, de faltas de certeza? Las palabras
están ahí para responder a nuestras necesidades ¿Acaso sabemos que es lo que
necesitamos realmente? Sería tan agradable crear una maquinita que se amarre al
corazón y nos permita ser honestos por una perra vez en la vida. Poder decir lo
que sentimos, como queremos decirlo, y que sea oído como esperamos. A veces
queremos decir algo, gritarlo incluso, pero no podemos por miedo a la
consecuencia, las repercusiones que la honestidad puede tener en la vida del
resto, en la propia incluso. ¿Es mejor a veces callar y no decir nada?
Ahogarnos entre palabras silenciadas por la censura, coaccionadas a bajar la
cabeza y dejar pasar el momento de decir algo, ese que nunca va a volver. Si le
hubiera dicho lo que sentía tal vez todo habría sido más fácil. Tal vez
estaríamos los dos de la mano, leyendo estos párrafos, cuestionándonos que
habría pasado si no hubiese dicho nada. ¿Tan voluble es el destino que tan solo
un capricho del momento puede detener lo que habría sido una vida de risas y
cariños? Las oportunidades son estaciones que jamás vuelven a nuestra vida y
espero no haber dejado pasar hoy la que me destinaba un final feliz. Si tan solo
las palabras dijeran lo que queremos decir, todos podríamos ser lo que queremos
ser.
Tal vez el
meollo del asunto está en lo imposible, en la falta de control que existe sobre
el receptor de cualquier mensaje. Tal vez dijimos lo que queríamos con las palabras
elegidas con pinza a través de un proceso minucioso de
selección. Podemos habernos puesto en mil quinientos escenarios donde lo dicho
no pudiese malinterpretarse, donde las frases escaparan de los labios de forma
precisa y cayeran las notas sobre cada uno de los acordes, tal como debería
sonar cada compas. Aún así existe la posibilidad de errar, de fallar milimétricamente,
de que todo se vaya a la mierda por que lo que dijiste se entendió de otra
manera. La misma palabra puede tener significados distintos para cada uno, y
jamás podremos controlar lo que piensa cada persona. Tal vez eso es lo hermoso
del dialogo, la conversación, la confrontación de ideas. La disculpa honesta,
aunque a tropezones, debería caer siempre de pie ¿No? Pues no, lamentablemente.
A veces somos demasiado idiotas para saber decir las cosas, y la vehemencia no
siempre lleva hacia adelante.
Las
palabras, al parecer, no son lo mío.
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