Tu mejor perfil es de cara al sol, atrapando con el rostro los primeros rayos de la mañana, o los últimos de la tarde. Cuál girasol en pleno verano, tus pecas abrazan el tibio arrebol y logro sentir, desde mi asiento de espectador, como se templa tu alma, como te llena de dicha esas caricias solares. Tu cara tranquila, mostrando un temple envidiable, una paciencia ancestral y dedicación absoluta al calor del sol. Con tus verdes ojos cubiertos por el velo del gesto y tus suaves manos posadas sobre tus piernas, siento como irradias calma y proyectas ese calor que entra por tus poros. Tu pelo rubio refleja la luz y armoniza con tu templanza, brillando con esa intensidad que sólo se aprecia al agradecer la vida, el momento, los instantes.
Los girasoles siempre ofrecen su cara al
sol, y a cambio reciben vida y energía, magia y fuerza. Así te veo yo,
radiante, absorbiendo la luz del alba, el suspiro del ocaso, el adiós del crepúsculo.
La ventana verde de tus ojos se abre por un momento, y me pierdo en el
laberinto de sus detalles, entre la laguna esmeralda de tu iris y la expresión
misma de tu pupila. Tu mirada se cruza con la mía e intento disimular el
sentimiento que aflora con tu encanto. Una sonrisa se dibuja entre tus labios y
siento como tu calor me invade el alma, dejando al descubierto cada centímetro
de mi ser, totalmente al desnudo, completamente perdido, irremediablemente
tuyo.
Sin darme cuenta, me pierdo en ese fragmento
de instante en que nuestras miradas se abrazaron con un afecto profundo, e
intento inmortalizar la imagen en el frágil pozo de los recuerdos. Ante la
imposible tarea de retratar los detalles de tu dulce mirada, sólo aprovecho de
contemplar el presente, agradecer el grano de arena en que se detuvo el tiempo
para poder observar hasta el más mínimo detalle. Tus pecas revoltosas que
juegan con el sol y tus elegantes labios, que son el anzuelo que declaro jamás
podré resistir, y solo eclipsado por las palabras que saltan de tu boca, como
un río lleno de conocimiento, pasión, sarcasmo y humor.
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