miércoles, 15 de diciembre de 2021

Torres de Ébano

 

Siento sobre mí la tranquilidad de la noche que se derrumba abrumada por la bruma pasajera de este invierno tardío, iluminada por las luciérnagas de concreto que decoran el ruido de este raudo río arrebatado. Los autos atraviesan velozmente el puente suspendido sobre los residuos de lluvia, de nieve, de vida. Ráfagas de viento los acompañan, jugando con el cabello cansado de este transeúnte laborioso. El delgado velo gris que cubre nuestras cabezas amenaza con liberar el chubasco agazapado, pero contiene su mano etérea, como esperando que los cuerpos agotados terminen sus periplos, se quiten los zapatos, cambien de ropajes y desnuden su conciencia entre los brazos de Morfeo. Pero las luciérnagas siguen ahí, trepidantes e irreverentes.

Los gigantes erigidos adornan sus cuerpos con estrellas titilantes, enmarcadas de vida, cubiertas de historia, preservada tras vidrio. Desde la distancia observo las siluetas palpitando dentro de sus corazones, el tránsito incesante, el ajetreo constante. Se agotan y renacen, solo para extinguirse como fuego bajo la lluvia, dejando un rastro de luminiscencia entre el humo. Derramando vida entre sus piernas, dejan escapar su aliento por las puertas, despidiéndose de los últimos luceros antes de entregar la noche al neón. Ante el visible silencio, las estrellas bajaron a jugar en el río estrepitoso, con su ciego sonar chapoteando entre las curvas rocas que alojaban su carne, oriunda de las cumbres andinas. Entre el silente repiquetear de la corriente, el pasar de las luces sobre el pavimento hacían ver como si cometas recorrieran la avenida, dejando una estela ígnea a su paso.

Y me detuve, tan solo por un segundo. Sólo un instante fue necesario para que la realidad se impregnara en el desgastado lienzo de la memoria. Los ruidos que se hilvanaban, trenzándose hasta volverse un sólo eco. Los olores a ciudad, a río, a pasto y parque, a vida. Colores, sabores y texturas que se asomaban entre los edificios, detrás de las aceras, sobre los bancos y los fantasmas de la urbe. Una foto, llena de magia, de ciudad, de Santiago. Un pequeño tesoro que llevo en el bolsillo de mi corazón, para mirarla cada vez que las mañanas grises me aquejen el alma, o que el material particulado interrumpa la calma del paisaje. Los instantes serán eternos en la memoria de quienes se detengan a capturarlos.

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