viernes, 23 de septiembre de 2022

Ese Libro Negro

Me tomó meses, tal vez demasiados. Desde el 28 de mayo del presente que tenía este libro durmiendo en el bolsillo. Dando vueltas del velador a la mochila, a una caja que guardo encima del closet, a la maleta, debajo de mi cama, dentro y fuera del corazón. A otra maleta, de nuevo a mi mochila. Recorrió más kilómetros que nosotros, me conoce de día y de noche, alegre y con pena, durmiendo hasta tarde y en la madrugada despierto. Solo y acompañado, este negro libro me persiguió donde quiera que fuera. 

Compré muchos otros libros en el trayecto, prometiéndoles a todos que serían los próximos en ser leídos, sin tener real idea de cuándo eso podría ser. Tokyo Blues me espera desde hace tiempo, al igual que Rayuela. Por ahí me encontré el libro primero de Dune, paseando en un supermercado Mendocino. Me encantaría escribir un párrafo refiriendo a los otros siete u ocho libros que pasaron a formar parte de mi librero, pero sería una pérdida de tiempo tratar de recordarlo, y probablemente resultaría en una mentira. Lo que si se, es que esta semana deberían llegar otros dos libros, que realmente no logro hacer memoria de como se llaman. Tal vez debería llevar una lista.

Me doy cuenta que los únicos libros que recuerdo, los compré hace tiempo, pero no tanto. Digamos que el suficiente. El primero más convencido, el segundo ya sin mirar a la cara. Y de todos los libros que hacen peso en mi librero, no tengo ninguno favorito, ni hallo la forma de decidir cuál será el próximo que lea. Tal vez opte por el azar, o busque la opinión de un tercero. Esto último siempre ha sido de mi predilección, pero tengo ganas de probar algo nuevo. Tal vez sea el más denso, o el más ligero. El más largo o el más corto. Puede ser por altura, por año. No se si quiero un poema, una novela o una obra. O cualquier cosa que exista entre esas tres. Tal vez ni tenga que elegir.

Si dijera la verdad de lo que pienso, algo de cariño le he tomado a este libro, que más que mal, me conoce en las buenas y las malas. No sentir su peso será como que me faltara llevar mi billetera, o mi celular. Las llaves de la casa que de cada tanto en tanto olvido. La inercia me hace pensar que lo ideal sería buscar uno similar, con la textura de su tapa, los colores de su portada, su altura y su peso, pero se que eso no es lo que quiero. Se que no existe tampoco. 

Creo que lo que corresponde es mirarlo con cariño, cerrarlo por última vez, dedicarle una sonrisa a sus cuentos, despiadados por cierto, y olvidarme de todo este asunto de pensar en que viene mas tarde. Cuando quiera leer, lo haré, no antes ni despues. Por ahora reposo en mi cama, luego de un corto pero monumental viaje. Tomo mi celular y creo que voy a escribir. Al final de las cosas, lo leído siempre queda para uno; lo escrito, para el resto.

Para el Vino

Una copa de vino en la cómoda soledad de un sillon con espacio suficiente para dos personas más. El silencio que acaricia el rechinar de los zapatos al moverse y cambiar ligeramente de posición. La tenue luz de espaldas a todo, iluminando justo lo suficiente para que pueda alcanzar mi copa sin miedo a dejar caer su contenido. La botella vacía me mira a los ojos y sonríe conmigo. No me la he tomado solo, pero la última copa es la única que me acompaña. Está más fría de lo recomendado, un poco como el mismo que habla, sin embargo me llena de calidez y su sabor ahoga los pensamientos que a veces tratan de galopar en un metro cuadrado.

La intensidad de un día lleno de emociones nuevas, caras llenas de sorpresas, detalles, rincones por conocer, experiencias por vivir, carcajadas que se asoman y llantos agazapados, angustias y alegrias hacen rondas de la mano viendo como, paso a paso, me adentro en este mundo desconocido. El estímulo es abrumador, la curiosidad es extenuante, el movimiento turbulento que fluye como luces de neon, dejando estela tras su transitar. Mis ojos, cegados por la blanca luz de una cordillera de novia, deben verse como dos soles eternos, brillando de excitacion y entusiasmo por el futuro que se avecina. ¡A la mierda las certezas, denme todo eso de lo que no conozco!

Los párpados esperan con ansias el mañana y se dejan caer inertes para dar paso a un nuevo dia, lleno de miedos, de pasos a ciegas, de caminar tanteando el vacío. De aprender, conocer, entender. De olvidar el pasado y amarrarse al presente con la vida, o lo que va quedando de ella. El pasado como un ancla a tierra y saltando del acantilado en el ala delta que es el futuro. 

Miro a los dos lados antes de cruzar la calle, y me encuentro solo. No solo Solo, solo solo. Confundido a veces, entre tanto palabrerío. Tanta letra muerta no me deja ni pensar, el zumbar de abejas entre sien y sien, el predicar del río alimentando al canal, al lecho, la cuenca, el vacío. Perdóname un segundo y préstame otro ¿De que estábamos hablando?

Tocando el Silencio

La sensación de un invierno gélido sin tu sonrisa a mi lado, el silencio de una carcajada ausente, el aroma incoloro de un perfume que se fue con el viento. Luceros incandecentes que se apagaron bajo la lluvia que ahoga mi cuarto, escondiéndose tras paginas firmadas con palabras que pesaron tanto como el aire que acompaña un último aliento. Un invierno frío, cansado, confundido y solitario. Un invierno nuevo.

Los días se escurren entre la niebla y la noche, entre los días de melamina y las mañanas corriendo detrás de granos que caen junto a los minutos. Ideas que evolucionan, cambian y mutan antes de tener un nombre, o siquiera un trazo. Improvisaciones sobre un paño en el que no caben más enmiendas. La ruptura de los márgenes en pos de la improvisación y la transgresión del horizonte. A veces para cambiar solo se necesita caer, pasar debajo del obstáculo, levantarse a escondidas y seguir corriendo campo traviesa, acariciando pasto, flor y maleza. Un nuevo sendero.

Impulsos milimétricamente controlados, disueltos en el caótico oceano y sus corrientes. Música de todos los estilos, percusiones de todos los colores, a tiempos distintos, ordenados, irregulares, aleatorios, indoloros, aunque a veces no tanto. Tanto deseo me hace correr lejos, perderme y olvidarme, pero a veces vuelvo. Las letras se acumulan sobre una montaña ecléctica que se derrumba abrumadora sobre quién abarca más de lo que el corazón aguanta, quien entrega tanto de sí, que luego tiene que andar reclamando migajas para no morir de hambre. La razón de estar conmigo.

Un paseo bajo estrellas invisibles, pero presentes, creo. Constelaciones perdidas entre la luz ensordecedora del recuerdo que desborda el firmamento, las costuras del paño negro de la noche escribiendo letras sin palabras. Un adiós, diez, doce bienvenidas, creo. Tal vez quince, diecisiete o veinte. Quizás ninguna. La canción que suena a través de una garganta afónica de gritar por día, gritar de noche, dormir a la tarde y soñar a toda hora. Un nuevo inconciente, otros protagonistas, otro tiempo, otro lugar, mismos miedos, manos e instrumentos. 

La orquesta se encuentra preparada y solo espera la orden. La batuta se levanta y la partitura refleja la negra luz. La quietud se apodera de los colores de la sala. Se cierra la libreta y el director baja su brazo. Mueve sus manos de forma errática y sorprende a los asistentes. Ha llegado el momento de tocar El Silencio.

Nacido para ser Azul

En la paleta de colores que se desparrama sobre el lienzo de mi alma, me encantaría descubrir porque a veces es el azul el que más me identifica. No ese azul de Picasso, sino el azul de Chet, ese con sentido, sentimiento, con una razón de ser. Como la espuma que deja la ola, reflejando en las burbujas la mano dorada con la que el atardecer se despide. Sentimiento. Algo así como cuando escuchas esa canción, hueles ese perfume, visitas ese lugar, recuerdas sus palabras. Nostalgia, creo que así le llaman.

No se si el azul es un color tan melancólico como lo pintan de vez en cuando. Me parece que es algo más, un poco distinto, tal vez más profundo, quizás más afilado. Algo diferente a la melancolía de ver la luna menguante y dedicarle un verso agobiado, un detalle sentido, una prosa farsante. Creo que el azul me suena más a una lluvia de recuerdos, repiqueteando sobre el techo de zinc que cubre un corazón averiado, viendo en el horizonte un sol radiante, ardiente, alejado.

Tal vez no es lluvia lo que me suena cuando pienso en azul. Puede ser río, canal, cascada y  pena. Si, un poco de pena. Me parece ver una caminata de noche, entre edificios y su verticalidad vertiginosa, entre árboles apagados y luciérnagas de fierro. Suena como autos apurados tratando de llegar a tiempo a ninguna parte, a su destino, arrastrando tras ellos viento, ruido y vacío. A veces pienso que los autos pasan muy cerca cuando espero en la vereda. Otras pienso que no tanto.

Al final, creo que el azul de Picasso también tiene lo suyo. Es azul, llano, cansado y plano. Nada de estigmas asignando sentimientos a colores. Azul es azul, y el resto es música.