Me tomó meses, tal vez demasiados. Desde el 28 de mayo del presente que tenía este libro durmiendo en el bolsillo. Dando vueltas del velador a la mochila, a una caja que guardo encima del closet, a la maleta, debajo de mi cama, dentro y fuera del corazón. A otra maleta, de nuevo a mi mochila. Recorrió más kilómetros que nosotros, me conoce de día y de noche, alegre y con pena, durmiendo hasta tarde y en la madrugada despierto. Solo y acompañado, este negro libro me persiguió donde quiera que fuera.
Compré muchos otros libros en el trayecto, prometiéndoles a todos que serían los próximos en ser leídos, sin tener real idea de cuándo eso podría ser. Tokyo Blues me espera desde hace tiempo, al igual que Rayuela. Por ahí me encontré el libro primero de Dune, paseando en un supermercado Mendocino. Me encantaría escribir un párrafo refiriendo a los otros siete u ocho libros que pasaron a formar parte de mi librero, pero sería una pérdida de tiempo tratar de recordarlo, y probablemente resultaría en una mentira. Lo que si se, es que esta semana deberían llegar otros dos libros, que realmente no logro hacer memoria de como se llaman. Tal vez debería llevar una lista.
Me doy cuenta que los únicos libros que recuerdo, los compré hace tiempo, pero no tanto. Digamos que el suficiente. El primero más convencido, el segundo ya sin mirar a la cara. Y de todos los libros que hacen peso en mi librero, no tengo ninguno favorito, ni hallo la forma de decidir cuál será el próximo que lea. Tal vez opte por el azar, o busque la opinión de un tercero. Esto último siempre ha sido de mi predilección, pero tengo ganas de probar algo nuevo. Tal vez sea el más denso, o el más ligero. El más largo o el más corto. Puede ser por altura, por año. No se si quiero un poema, una novela o una obra. O cualquier cosa que exista entre esas tres. Tal vez ni tenga que elegir.
Si dijera la verdad de lo que pienso, algo de cariño le he tomado a este libro, que más que mal, me conoce en las buenas y las malas. No sentir su peso será como que me faltara llevar mi billetera, o mi celular. Las llaves de la casa que de cada tanto en tanto olvido. La inercia me hace pensar que lo ideal sería buscar uno similar, con la textura de su tapa, los colores de su portada, su altura y su peso, pero se que eso no es lo que quiero. Se que no existe tampoco.
Creo que lo que corresponde es mirarlo con cariño, cerrarlo por última vez, dedicarle una sonrisa a sus cuentos, despiadados por cierto, y olvidarme de todo este asunto de pensar en que viene mas tarde. Cuando quiera leer, lo haré, no antes ni despues. Por ahora reposo en mi cama, luego de un corto pero monumental viaje. Tomo mi celular y creo que voy a escribir. Al final de las cosas, lo leído siempre queda para uno; lo escrito, para el resto.
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