viernes, 23 de septiembre de 2022

Tocando el Silencio

La sensación de un invierno gélido sin tu sonrisa a mi lado, el silencio de una carcajada ausente, el aroma incoloro de un perfume que se fue con el viento. Luceros incandecentes que se apagaron bajo la lluvia que ahoga mi cuarto, escondiéndose tras paginas firmadas con palabras que pesaron tanto como el aire que acompaña un último aliento. Un invierno frío, cansado, confundido y solitario. Un invierno nuevo.

Los días se escurren entre la niebla y la noche, entre los días de melamina y las mañanas corriendo detrás de granos que caen junto a los minutos. Ideas que evolucionan, cambian y mutan antes de tener un nombre, o siquiera un trazo. Improvisaciones sobre un paño en el que no caben más enmiendas. La ruptura de los márgenes en pos de la improvisación y la transgresión del horizonte. A veces para cambiar solo se necesita caer, pasar debajo del obstáculo, levantarse a escondidas y seguir corriendo campo traviesa, acariciando pasto, flor y maleza. Un nuevo sendero.

Impulsos milimétricamente controlados, disueltos en el caótico oceano y sus corrientes. Música de todos los estilos, percusiones de todos los colores, a tiempos distintos, ordenados, irregulares, aleatorios, indoloros, aunque a veces no tanto. Tanto deseo me hace correr lejos, perderme y olvidarme, pero a veces vuelvo. Las letras se acumulan sobre una montaña ecléctica que se derrumba abrumadora sobre quién abarca más de lo que el corazón aguanta, quien entrega tanto de sí, que luego tiene que andar reclamando migajas para no morir de hambre. La razón de estar conmigo.

Un paseo bajo estrellas invisibles, pero presentes, creo. Constelaciones perdidas entre la luz ensordecedora del recuerdo que desborda el firmamento, las costuras del paño negro de la noche escribiendo letras sin palabras. Un adiós, diez, doce bienvenidas, creo. Tal vez quince, diecisiete o veinte. Quizás ninguna. La canción que suena a través de una garganta afónica de gritar por día, gritar de noche, dormir a la tarde y soñar a toda hora. Un nuevo inconciente, otros protagonistas, otro tiempo, otro lugar, mismos miedos, manos e instrumentos. 

La orquesta se encuentra preparada y solo espera la orden. La batuta se levanta y la partitura refleja la negra luz. La quietud se apodera de los colores de la sala. Se cierra la libreta y el director baja su brazo. Mueve sus manos de forma errática y sorprende a los asistentes. Ha llegado el momento de tocar El Silencio.

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