sábado, 29 de agosto de 2015

El Héroe

Me desperté de golpe. Definitivamente el ruido y la ansiedad ya no me dejan dormir. Esa sensación de saber que tienes que levantarte temprano y que tu vida depende de ello. Si no estoy a las seis de pie listo para partir, probablemente hasta ahí llegara todo. Algunos piensan en que mis días son monótonos, haciendo siempre lo mismo. No tienen idea lo distinto que es cada día, siempre haciendo cosas diferentes, bordeando obstáculos, y al final del día consiguiendo lo que buscaba. No suena difícil, y la verdad es que hasta ahora no lo era tanto. Pero hoy es diferente, aún más diferente de todo el resto de los días.

Me desperté de golpe, me vestí para la ocasión, y fui. Mi jefe ya está ahí, con la garganta lista para gritarme. No es un mal jefe ni mucho menos, sabe muy bien lo que hace y confío plenamente en él, pero tiene un tono de voz rasgado por la bebida y la experiencia. Tal vez eso es lo que nos obliga a obedecerle sin rechistar. Me dice lo de siempre, que soy un flojo, que debería estar listo antes, que hoy es más difícil que ayer y que cualquier otra persona en la tierra podría tomar mi lugar, que no soy especial. Él es mi jefe, un tipo totalmente carismático. Pero siendo sincero, creo que lo único que me ha mantenido a flote ha sido su interminable entusiasmo y perseverancia. Probablemente cuando, y si es que, me toque ser jefe de alguien voy a ser igual. Tal vez un poco menos hijo de puta. Tal vez.

Eran las seis treinta y ya estábamos todos listos para partir el trabajo de hoy. No parecía ser nada difícil o extremadamente complicado, pero alguien tenía que hacerlo. Somos cinco, sin contar al jefe, pero antes éramos seis. Hace una semana ese sexto cometió un error irremediable, y bueno, hoy somos cinco y el jefe. De hecho, en un principio éramos 15, y habían dos jefes, pero ellos tenían sus diferencias y por eso dividimos la compañía. Cada uno eligió, de manera totalmente voluntaria, en que lado quería quedarse. La verdad, pensaba que nuestra idea era la mejor, al menos la que más se parecía a lo que yo pensaba, que a esta altura me doy cuenta que no importa mucho. Lo que he aprendido estos meses, es que lo mío, lo que soy, lo que pienso, lo que tengo y lo que quiero, no importan si a través de ellos no logró la supervivencia grupal. Pero a veces el individuo se pone por sobre el resto, y terminas como el sexto de la compañía, acribillado por el enemigo.

Bueno, ¿Así es la guerra o no? En los vídeos de propaganda de la escuela militar no muestran que gente muere despedazada, ni que pasas un hambre que pone en duda tu humanidad, fríos glaciares, que sientes miedo como si fueras un pendejo de tres años y vieras a Freddy salir de tu armario. Cada vez que salía de mi tienda, si ese día habíamos tenido la suerte de dormir en una, yo veía a Freddy, con sus largas garras, tratando de quitarme la cordura y haciéndome correr lejos, desertar. Dicen que soldado que huye dura dos guerras. No es verdad. Soldado que huye, el jefe le da un tiro en la cabeza, y créanme, es muy bueno en ello. 

Mientras pienso en estas vaguedades, marchamos por un pequeño monte, tratando de encontrar algún punto de extracción. Habíamos cumplido la misión hace un mes, dos días y catorce horas, con veinte o treinta minutos, pero nadie venia a buscarnos. El sexto era quien controlaba la radio, y tal vez no fue buena idea dejarlo solo en las tiendas mientras buscábamos algo para comer en el bosque. Él fue el que insistió en que era mejor que se quedara solo. Logramos recuperar el radiotransmisor, gracias a que lo había escondido cuando escucho el primer disparo. Pero ahora nos sentíamos como monos tratando de descifrar la señal correcta. Esto al jefe le encabronaba y maldecía a la madre del sexto, los huevos del general y la madre que lo había parido.

Llegamos a la cima del monte, y parece un lugar sencillo para mantener la posición incluso frente a un ataque de numerosos enemigos. Excepto si había un francotirador. A quien se le halla ocurrido crear armas para disparar desde cientos de metros de distancia es un marica, y un genio. Pero al parecer no debemos preocuparnos mucho, el traje camuflado combinado con la fauna natural de este monte nos refugiaba de ojos ajenos, solo hay que esperar. El jefe tiene que tomar una decisión importante, si lanzar o no la bengala para que nos encuentren. La extracción va a ser alrededor de las mil horas, y eran solo las ochocientas cincuenta. La radio tenía un GPS y sería fácil localizar el lugar, pero no donde estamos nosotros, ya que existe el principio de que si un soldado amigo puede ubicarte, uno enemigo puede alcanzarte. Permaneceremos escondidos por esta hora y media que falta.

Hicimos una trinchera con un par de palas que llevábamos a cuestas. No era primera vez que solicitábamos la extracción, sabíamos que las cosas se podían poner calientes si alguien lograba ubicarnos, porque eso significaba comprometer la posición del helicóptero de apoyo. Por esto, esperamos en la trinchera, fusil en mano. Hacemos turnos para pegar el párpado, o se supone que lo hacemos. Nadie puede dormir. La ansiedad de ver terminados largos meses de correr bajo el clima inmisericorde es demasiada para permitirse el lujo del sueño. Estamos todos aferrados con uñas y dientes a la esperanza.

Son las mil doscientas y el helicóptero no llega. El sol movió las sombras hasta las mil trescientas, y la impaciencia empezó a hacerse notar. Manos convulsionantes, compañeros asesinando los últimos cigarros, el jefe mira el cielo cada vez con más frecuencia. Yo espero sentado Sobre los troncos enmudecidos que algunos llaman piernas. El día era frío, con neblina, y eso hace que la búsqueda del helicóptero sea más complicada, la opción de no usar la bengala para ser encontrados se esfumo entre nuestras esperanzas. Empezamos a escuchar ruidos metálicos, pero eran muy bajos para ser el helicóptero. El soldado que esta de vigía llegó corriendo desde su posición y salto dentro de la trinchera. Era el enemigo. Son treinta aproximadamente, y nos están buscando, pero no saben donde estamos. Eso es un punto a favor. 

El Jefe nos tomo a los cinco y nos dijo cosas de generales. Que la vida no nos pertenecía por naturaleza, que debíamos luchar por ella. Que pensemos en nuestras familias, en mi hija que no conozco, mi señora, mi madre. La vida es una mierda y nosotros simplemente fuimos escupidos en una guerra de nadie, pero para poder hacer algo al respecto debíamos llegar a casa primero, y eso solo lo lograremos por sobre los cadáveres del enemigos. Escuchamos los fusiles retumbar sobre las espaldas cansadas de nuestros perseguidores. Están abrumados por la marcha, pero nosotros también. Los brazos tambalean contra la propia voluntad, las balas se escurren entre los dedos como sangre, el miedo y la adrenalina empieza a prender las venas, expandir las pupilas. Era el momento de pelear por nuestra libertad.

Nos repartimos en seis puntos distintos, posicionado como francotiradores, atrás de la trinchera. Abrimos el fuego con una granada que detonó en el centro del grupo, acabando con la vida de catorce de ellos. Nunca fueron treinta, sino veintitrés, y quedaban nueve, confundidos por el ataque. El general planeo una emboscada similar al Blitzkrieg Alemán de la Segunda Guerra Mundial, donde con artillería pesada se atacaba la mayor cantidad de terreno posible, dejando a los soldados el trabajo de limpiar los detalles. Velocidad y eficiencia. Alcancé a darle a uno en el pecho, a la altura del pulmón derecho, y un compañero hirió de muerte a otro enemigo antes de que el resto desapareciera tras los árboles. Ahora es cuando la batalla se vuelve peligrosa. Tenemos buenos tiradores, pero en la guerra todo puede pasar. 

Vuelvo a estar consiente, una bala impacto mi casco y me dejó inconsciente por unos minutos, los suficientes par que mis compañeros mataran a tres de ellos. Me asome por mi posición y disparé a un cuarto en la pierna, para verlo caer al piso  de rodillas y hacerle un par de orificios en la cara, sin piedad. Una bala rozó mi cabeza por la izquierda y sentí una puñalada en mi oreja. No me detuve y apunté al lugar donde vi el fuego que casi acaba con mi historia. Le di al hijo de puta en la frente. Los dos que quedaban salieron de los árboles con las armas sobre su cabeza, pero el general no es conocido por su misericordia, ni por su mala puntería, y con dos balas acabo con ambas vidas. Plomo entre cejas. No es ético, y tal vez si alguien abre la boca le podría llegar castigo al jefe, pero la verdad es que tenía que hacerse

Con el perímetro limpio, se lanzó la bengala y el helicóptero ya esta llegando. Salto de alegría, escapar de este infierno, poder conocer a mi hija, quiero llegas. Veo hacia el lado, todo es lagrimas y felicidad. El jefe se saco la boina y prendió un habano. Antes de que pudiera aspirar el primer aire tóxico de aquel cruel asesino, una bala atravesó la escena para aterrizar sobre la cabeza del jefe. La fuerza del impacto lo hizo caer de espaldas. Antes de que pudiera darme cuenta de lo que estaba pasando, otro plomo atravesó el rostro de un compañero. De tocar el cielo caímos al infierno.

Temo lo peor: Que el helicóptero se retire a una zona segura y nos deje acá. No quiero quedarme acá un minuto más. Ya estamos todos tras la trinchera, tratando de localizar al francotirador enemigo, esperando que sea un solamente. A juzgar por los disparos, no está en un punto más bajo que el nuestro, sino igual o más alto. Eso no dejaba muchas opciones. Hay dos cerros cerca, pero solo uno da el perfil necesario para un ataque. Con los binoculares traté de localizar su posición, pero estaba camuflado. Pude ver un reflejo de la luz de la mirilla cuando apunto a mi cabeza. Mi mente trabaja a mil, pienso en todo lo que puedo ganar y perder. Tengo dos opciones: disparar a su posición y esperar a que el viento y la corta distancia no afecten la trayectoria, lo que significaría arriesgarme a que sean dos francotiradores y decir adiós a este mundo. La otra opción es bajar la cabeza y salvarla en la trinchera, pero perdería la posición exacta del enemigo. Jalo el gatillo tres veces y salto hacia el lado, esperando haber tomado la decisión correcta. El disparo impacto mi pierna, pero no alcanzo la arteria femoral, por lo que no había mayor peligro. Si es que no había otro tirador. Caí al suelo y el dolor es como si un puñal hubiera decidido hacer de mi pierna su hogar permanente. Logro reincorporarme y salto a la trinchera y mis compañeros me miran atónitos. Al parecer no me conocen tanto. 

Esperamos por largos minutos, hasta que pasó media hora sin que un segundo francotirador se hiciera presente. Lanzamos la segunda y última bengala. Pasan los segundos y minutos y no vemos al helicóptero elevarse sobre los árboles para llegar a nuestra posición. Estresa pensar en todo lo que le podría haber pasado. Mi oreja arde como puta madre y no me deja pensar tranquilo. Escucho aun el pitido que dejan los disparos. No quiero más guerra, no quiero matar a nadie más, no quiero que gente se pelee para matarme. ¿Estaré cayendo en la locura? No sería extraño, no existe una sola persona invulnerable a las inclemencias de la guerra. La gente con poder nos manda como sacrificio para hacer valer su punto, y debemos asumir sin alegar. Al que reclame, lo callan, y no son cosas que te enseñen en la escuela militar. Te dicen que todo será color de rozas, ¡un héroe! Pero no es así, en una guerra no hay héroes, no hay ganadores si quiera, solo gente muerta, heridos por todos lados. Llegamos siete y nos vamos tres, habiendo matado a veintitrés. Estas muertes pesan sobre nuestra conciencia, no la de los generales ni jefes de gobierno. ¿Que creen que están haciendo? Tienen gente muriendo de hambre en casa y gastan millones de millones en enviar gente a su muerte. 


Veo la hélice, luego apareció el cuerpo del helicóptero. Es una maquina equipada especialmente para este tipo de misiones, no muy blindada, pero rápida, para que la extracción no llame la atención del enemigo. Subo arriba después de mis compañeros, uno a uno. El medico a bordo esta revisando mi oreja y algo dice de que no hay nada comprometido. El cansancio no me deja pensar. La adrenalina ya se fue, y espero que no vuelva. El dolor es fuerte, pero mi vida ya no corre peligro. Mire hacia afuera por la ventana lo que durante meses fue mi hogar. Incline la cabeza y mis ojos se cierran. No quiero saber más de esta realidad.

Muerte

        La Muerte camina con un polerón de chiporro, un gorro de lana y su cara pálida, angosta, esquelética, ojos azules con tonos rojizos de vez en cuando, pómulos marcados, y un aura de desconcierto y confusión. Es como si el también preguntara porque a veces se lleva a los buenos. Usa pantalones beige y zapatillas de cuero. A decir verdad, podría ser el hijo de la Muerte, pero los años lo delatan, su ceño de acordeón ha sido castigado por el tiempo. Ni la Parca se puede escapar de la risa de los años. No lleva una hoz, porque delataría su identidad, pero lleva un celular con el que graba los accidentes y los sube a las redes sociales, para que todos sepan que sucede cuando manejas sin mirar la calle.

        La encontré una mañana esperando la misma micro que yo. Guantes de invierno en sus manos y la capucha puesta. Sentí un escalofrío. Subi primero que él y me senté en la parte de atrás, y lo vi sentarse en la parte de adelante, no sin antes dudar si sentarse a mi lado o no. Tenía cara cansada, como quien ha trabajado toda la noche. Apostaría que así fue. Mire mi reloj, estaba atrasado pero no tenía como apurar la micro. Mi al conductor para saber si estaba a salvo arriba de este vehículo. Era joven, no me tranquilizo mucho. No importa mucho realmente, el tramo era corto hasta la conexión.

       Baje, mirando hacia atrás buscando a la Muerte. No estaba. Mire hacia adelante para encontrarlo frente a mi. Horror. Calma, no significa nada, no hay que precipitarse haciendo concluciones confusas. Camine hacia el punto de conexión. Él también. Me miraba con pena, con culpa. Hoy era el día. Un escalofrío recorrió mi espalda, subiendo vértebra por vértebra como si fuera una escalera, para llegar hasta mi nuca y erizar los pelos que nacen caprichosamente allí. Lagrimas inundaron mis ojos, pero apreté la mandíbula y soporte, con dignidad. Si iba a irme hoy, sería peliando.

       Corrí en dirección opuesta a lo que siempre hago, rompiendo el circuito monótono, y pase rápidamente al lado de la muerte, como el viento helado que dejan atrás los autos cuando pasan a tu lado por la mañana. Mis pies se detuvieron, y la muerte posó su mano enguantada sobre mi pecho, sentí el frío, el horror, miedo, desesperación, pero estaba decidido a no irme hoy. Lo mire a los ojos, esperando tener la valentía suficiente para hacerle frente, y vi lagrimas de tristeza. La Muerte estaba llorando. No era un lloriqueo de recién nacido, ni de hombre adulto, tampoco de un niño caprichoso o de un joven incomprendido. Lloraba, pero no había ninguna expresión en su rostro. Lloraba en calma. 

No te resistas - Dijo la Parca, con un tono extrañamente reconfortante - No tiene caso hacerlo, no vengo por ti.

             Probablemente mi expresión debe haber sido respuesta, sorpresa y hasta repulsión. La idea de que mi muerte llegue como si hubiera sacado numero para ello no me acomodaba mucho.

¿Por que me sigues entonces? - pregunte inquieto, que la Muerte te siga no es algo normal, y no me quedaría tranquilo hasta saber el origen de todo esto

Espera y veras - Respondió, enigmática - Sube a la micro

         Jamás se me ocurriría llevarle la contra a la muerte, el solo pensarlo me parece ridículo, así que subí, sin rechistar. Me senté atrás, como siempre, y vi como la muerte se sentaba al lado del conductor. Le hablaba, y de súbito, este cayó sobre el volante y la micro perdió el control. Sabiendo que hoy no era mi día, corrí hacia el volante con la esperanza de poder corregir el rumbo del vehículo y salvar al resto de los pasajeros, pero cuando ya estaba a solo un par de pasos del volante, una mano invisible me tiro la polera y cai de espaldas. Era él, la Parca. El tiempo se detuvo, como si quisiera que ambos pudiéramos contemplar el caos, abrazar la vaguedad de la vida y la abstracción de lo que es bueno y malo.

¿!Por qué me detienes!? ¡Toda esta gente morirá! Vamos demaciado rapido para que las barreras de contención eviten lo que sucederá alfinal. ¡Si no me sueltas todos moriremos! ¡Se supone que no seria mi día!

Y no lo será - respondió tranquilo - Yo no puedo controlar quien muere y cuando, solo los vengo a buscar. Son ustedes mismos, mortales, los que se determinan, consumiendo alimentos cancerígenos, llevando conductas tóxicas no solo para ustedes, sino que para todo lo que los rodea. Ninguno de los que están en este bus sobrevivirá además de ti, tenlo claro. No les des falsas esperanzas.

¡Pero yo creo que puedo estabilizar la micro! ¡No pierdo nada intentándolo! Si tu dices que no eliges, y solo eres el mensajero de nuestras propias acciones, permíteme probar que todos merecemos segundas oportunidades - estaba emocionado, la adrenalina corría por mi sangre como si fuera una carretera a la mitad del desierto, sin control de velocidad.

          Antes de poder esgrimir mi próximo argumento, la Muerte me soltó, y al darme vuelta pude ver como sonreía con un gesto pícaro.

Inténtalo - me dijo con un tono de burla enfermizo, lleno de sarcasmo y malas intenciones - Entretenme

           Corrí hacia el volante, y lo gire hacia el mismo lado al cual la cola del bus se estaba escapando. Gire hacia el otro lado cuando la micro se tambaleó, pero con este último giro una de las ruedas salió despedida por la presión de la maquina. Estaba todo perdido. El bus cayó sobre su costado derecho, enviándome directo a la puerta de acceso de aquel lado, al igual que el cuerpo del chofer fallecido. El bus siguió deslizándose por la calle, arrastrando todo lo que encontro a su paso. Hasta que golpeó la barrera de contención, y mi cabeza dio con una esquina del asiento más cercano. Perdí el conocimiento.

       Desperté bajo el cuerpo del chofer, que había sido atravesado por uno de los fierros que se desprendieron de la maquina. Mire hacia el lado y todo era muerte y desolación. Grite preguntando si alguien estaba vivo, pero solo el silencio supo responder. Me arrastre hacia la libertad, solo para ver con horror que la micro no había sido la única afectada. Dos autos más habían sido alcanzados por la colisión, y un tercero estaba reposando contra la pared de un edificio, con la rueda incrustada en el parabrisas.

Qué opinas ahora - dijo, entretenida, la Muerte - ¿valió la pena el esfuerzo?

¡¿Que hiciste?! ¡Dijiste que solo seria el bus! - respondí abatido por la realidad.

Así iba a ser en un principio, pero cuando vi tu determinación, algo me dijo que podrías serme útil - la sonrisa de la Parca ascendió hasta ser una carcajada que resonaba en los cuerpos inertes de todos los que participaron en esta trágica comedia.

¡No! ¡No tenía que ser así! Esto lo hiciste tu, no yo, no es mi culpa, ¡no soy a quien deben culpar! ¡Las vidas de estas personas no pueden pesar sobre mis hombros!

Puede que no todas, pero si algunas, fue tu decisión el querer jugar al héroe sin saber que estaba realmente en peligro

             Bocinas de ambulancias y policías empezaron a acercarse, extrañamente tarde.

Debo irme - dijo la Muerte dándome la espalda

Ayúdame a salir de aquí, te lo ruego, no puedo ver esto - respondí, con la cara entre mis manos

No puedo, solo me preocupo de recolectar almas perdidas en esta tierra - dijo con desdén, casi repulsión - no para consolar asesinos

lunes, 24 de agosto de 2015

Ojos Públicos

      Me senté en la micro con ánimos observadores. Logre conseguir un asiento junto a la ventana para contemplar las maravillas del viaje de vuelta a casa. Voy en una montaña rusa, estruendos por doquier, subes y bajas como si estuviera rebotando. Por dentro todo es mas o menos lo mismo, gente mirando celulares, conversando, o como yo, contemplativas. La de allá al fondo esta comiendo, nueces si no me equivoco, o maní. Se dio cuenta que la estaba mirando, y no se quien tiene mas vergüenza de los dos.

        Afuera por ahora no hay mucho, es complicado describirlo, todo es muy lento o muy rápido. Cuando la micro se detiene, solo veo gente cruzar la calle con sus manías de personas. Quieren ser la primera en llegar, esquivan el gentío que camina en sentido contrario como si fuera un entrenamiento y ellos fueran alguna especie de superhéroe veloz y ágil.

     Deje atrás las imágenes cubiertas de rascacielos y altos edificios, para ver construcciones aisladas, parques, gente corriendo mas lento. No tanta comida rápida, y mas cafe.

      Paró la micro, hay recambio. Acaba de subirse una niña muy bonita, y nos miramos fijamente, pero corrí la cara de súbito, más por que soy tímido que técnico. Se subió un viejo vestido parecido a mi. Divertido. Ahora miro hacia afuera, y veo autos con pequeñas personas adentro. Las trato de estudiar, adivinar de donde vienen y a donde van. Ella tiene vestido de profesora, así que debe venir del colegio hacia su casa. Probablemente algún niño le dijo que le gustaba y que era la mejor profesora del mundo, mientras otro trataba de hacerle el día imposible. Para ser sincero, yo era más del segundo tipo. Más allá hay un auto que lo maneja un tipo de traje, probablemente abogado, como yo, pero el maneja un auto caro, en un traje hecho para él, con un maletín de cuero gastado, que es lo único que le recuerda de donde viene. Dos autos más allá hay un estudiante, como cualquier otro. ¿Cómo lo reconozco? Primero que todo, son 6 en un auto en el que caben 4, para abaratar el viaje, después, todos tienen mochilas repartidas por el auto, con papeles escapando por las ventanas. Si no son estudiantes, son payasos modernos. 

        Me levanto de mi asiento, esta es mi primera parada. Pierdo un poco el equilibrio, pero trato de que no se note, no se por qué, si todo el mundo lo pierde. Me bajo de la micro, aun en movimiento, y siento adrenalina, porque entiendo que un paso en falso y significa una caída estrepitosa. Una adrenalina patética, que luego, mas tranquilo, me da vergüenza haberla sentido. Me siento en el paradero, pero no soy el único, hay una señora esperando de pie. Probablemente esta de pie porque tiene algún apuro o porque se aburrió de esperar toda la vida. 

         Mientras, un color anaranjado empieza a dominar el cielo con todos sus matices, opacándo el azul del día y el negro de la noche, veo que la micro se aproxima a mi posición, me levanto, tomo el maletín y busco mi tarjeta. ¿Hay algo mas incomodo que tener que buscarla cuando es tu turno de tocar la maquina con el plástico, esperando el ansiado"BIP"? Gracias a Dios, hay un asiendo vacío junto a la ventana, y continuo mi travesía observadora. Veo como sube la gente en otros paraderos, mujeres bonitas y no tanto, gente de traje y de calle, gordos, bajos, altos o flacos, da igual, acá todos somos iguales, unos más caballeros que otros, pero nada más. Una mujer me mira con ojos coquetos, pero no se sienta a mi lado. Un tipo me mira con desdén, al parecer le molesta tener que compartir el metro cuadrado con otra persona, y por esto pasa de largo. 

        Finalmente un sujeto tranquilo se sienta a mi lado, y para mi sorpresa, no toma su celular, un libro, audífonos ni nada, solo observa a travez de sus anteojos. ¿Que estará mirando? ¿Al tipo de traje y rostro cansado a su lado? Tal vez no le interesa nada y solo mira al vacío.  Tal vez yo debería hacer lo mismo. Me mira intrigado, ve que escribo apasionadamente en mi celular, pero no tiene idea de que es. ¿Divertido o no? El teléfono está totalmente a su merced, el texto está ahí para leerlo, y solo depende de mi escribir lo suficientemente rápido para que el texto baje raudo y veloz, para que le sea imposible leer esta historia de la que, involuntariamente, se ha echo parte.

        Siendo sincero, me entretiene mi posición, no me estoy burlando de mi compañero de viaje, pero la verdad es que la idea de una cacería me llama la atención. Yo huyo con el significado de esta historia, y el me persigue con curiosidad. Miro hacia adelante y me doy cuenta que estoy a breves minutos de mi destino final. Miro al sujeto a mi lado pensando si alguna vez tendré algún público a la hora de escribir, o algo similar a lo que hoy sucedió. Me bajo de la micro y la noche ya había cubierto el cielo con su tuerta cara morena, llena de pecas brillantes, solo opacadas por el brillo de su ojo, observador, casi tan curioso como el mío. 

        Miro hacha el lado para despedirme y agradecerle a este absoluto extraño que hizo tan ameno el viaje, y al girar mi rostro, me doy cuenta, con sorpresa y gracia, que estaba profundamente dormido, con la cabeza en una posición imposible, oscilando entre sus hombros. Tengo una imaginación un tanto extraña y paranoica, y eso es lo único que pude pensar. Baje de la micro con prisa, porque necesitaba botar la risa que se contenía dentro de mi, entre la boca del estomago y mis dientes, los cuales temblaban de risa.

     Camine los últimos metros que frente a mi se encontraban, los que me separaban de mi hogar. Los centímetros se hicieron kilómetros, y los kilómetros se hicieron millas, luego yardas, pulgadas, milímetros, metros. Me di cuenta que me estaba tambaleando sin realmente avanzar, ya que cada dos pasos hacia adelante daba tres para atrás, y vice versa. Resulta que al parecer mi cansancio era evidente. Abrí el portón a duras penas, subí los últimos peldaños que me mantenían afuera, a la merced de la cruel risa lunar. Entre, y finalmente pude cerrar los ojos queriendo no despertar nunca. 

     Desperté con un freno fuerte de la micro. Estaba solo y era tarde. No había luna, pues hoy era feriado. Me baje de la micro, con un conductor confundido y divertido por mi situación. Resulta que todo había sido un largo sueño y ahora yo estaba en el terminal. Genial. Se aproxima una caminata para nada interesante, y para nada corta por lo demás. Mis zapatos tocaron el polvo del suelo y este se levanto arrancando de una inminente suela que acabaría con su revoloteante vida. Prefiero estar soñando, así al menos no me canso.

domingo, 23 de agosto de 2015

Junta de Vecinos

     Un Hombre Enojado. Un hombre irascible, extrañamente expectante, siempre buscando más. Un curioso, aventurero. Pero al fin y al cabo, es un hombre enojado. El Hombre Enojado vive en una gran casa, y se enoja cuando la casa está vacía. Hay tanto espacio libre que su enojo parece diminuto, y eso lo hace un hombre más enojado, porque intentando llenar el hogar de vida, solo lo llena de quejas, y perfecciones innecesarias. El Hombre Enojado una vez encontró un agujero en el techo de vidrio, y a kilómetros podías ver como el enojo escapaba por aquel hoyo, haciendo señales de humo indias. Señales indias de enojo. 

        Su Vecino es un tipo alegre, un tipo alegre y sedentario, que vive en una casa chica, con un pequeño perro, una pecera pequeña y su niña de gran corazón. Y dientes, tiene unos dientes enormes. Vive alegre en su pequeña casa, pero es tanta su alegría que cada cierto rato, una teja sale volando por la presión, un ladrillo arranca aullando de su vida monótona de ladrillo, y el resto de sus gemelos lo ven partir, huir de la monotonía sedentaria de un ridículo ladrillo. Pero él toma a su hija de la mano, le da un beso en la frente con ternura, y le muestra las diez estrellas brillantes que ahora entran a su casa, gracias a que aquel pedazo de techo que quedo al descubierto, desnudo frente al negro manto nocturno, decorado con luces vigilantes. Y ella sonríe con sus grandes dientes. Nunca entendí si sus dientes eran grandes y por eso siempre sonreía, o si la historia era toda al revés 

         En el frente vive una pareja cansada. Él no está nunca en su casa, y es alegre como el vecino, ella no se mueve de su casa, y se enoja porque él nunca está. Eso dice ahora, pero no creo que siempre haya estado enojada por eso. Lo supongo porque se conocen hace tiempo, y ella sabia que así eran las cosas. ¿O él fue quien cambio? Tal vez siempre salían los dos juntos y después no. Quizás nunca lo hicieron y ahí está el problema. No lo sé, pero ella esta enojada mientras él se va de su casa alegre. No es que se conozcan tanto, ni tampoco que sean dos extraños, pero la situación es divertida. Osea, ¡Ella podría salir con él! ¡Él se podría quedar con ella! La casa es una mezcolanza de emociones medidas con una cuchara de azúcar, contando cada grano de alegría y de enojo, para que los dos lleguen a ser viejos, juntos y soportables. ¿Qué más se puede pedir?

       A su lado hay un sitio baldío, lleno de hojas en otoño, de nieve en invierno, y bellas flores en primavera. En verano hace calor, mucho calor. Y este sitio vacío, es un lugar mágico. Los niños le temen cuando son chicos, porque aun no conocen la curiosidad, y su imaginación restringida solo piensa en los castigos que puede traer meterse ahí, y no las aventuras increíbles que allí podrían llevarse a cabo. Pero cuando son más grandes, pasa a ser un centro de reunión deportivo, donde el poste chueco y la piedra grande de ahí son un arco, y al otro lado hay uno dibujado con pintura roja que uno saco a escondidas de su casa. E incluso, cuando son aún mayores, pasa a ser un centro social, y todos se juntan a conversar de cosas de niños mayores.

           La vida corre en este barrio, huye del tiempo, las estaciones van y vienen como pequeños jugando en un columpio. Los veranos son calientes, los inviernos fríos, las primaveras coloridas y los otoños naranjos. Todo era tranquilo hasta que un día, entre primavera y verano, el perro del vecino feliz escapó, sin ánimos de volver. El pequeño perro corrió por la larga calle, hizo un gran viaje, y tuvo una gran aventura. Pero el Vecino Alegre nada supo. El Vecino Alegre consolaba a su hija de grandes dientes diciéndole que ellos ya no podían cuidar al pequeño perro, y que él quería ser libre. Pero su esfuerzo era estéril, los grandes dientes de su hija ahora se camuflaban al lado de los grandes ojos, húmedos de tristeza, que la pérdida le dejo. Su tristeza ocupo el trono, lugar antes reservado exclusivamente a la felicidad. El Vecino Alegre paulatinamente vio como las comisuras de sus labios, arrugadas de tanto sonreír, ya no intentaban escalar sus mejillas sonrojadas, sino bajar por el mentón, queriendo llegar al suelo para acostarse y llorar.

            La situación no pasó desapercibida, y la cansada pareja tomo cartas en el asunto. Ella busco bajo sus sillones, la Mesa de comedor, la cama, la tele, la lampara, en el baño, en la cocina, dentro del horno y fuera. Él busco en los arbustos, por la calle, los árboles, arriba y abajo. Ambos se encontraron en la puerta de entrada a la casa, y con sorpresa, la mujer salió y el hombre entró, y aunque los dos siguieron en lo suyo, se dieron cuenta que ya no eran los mismos. Ya no se sentían cansados.

       Dado que los intentos de encontrar al can no eran fructíferos, los lamentos de la niña, que aumentaban exponencialmente, llegaron a la casa del Hombre Enojado. Primero se escucho un eco en el enorme hall, haciendo retumbar la cabeza de vendado, sintética, que coronaba la entrad de su casa. Luego se expandió a la derecha, hacia la cocina, rebotando en la mesa de centro, luego en la mesa de diario, tocando el mesón de desayuno, entrando por la despensa para salir de la cocina y aterrizar en el amplio comedor, haciendo vibrar la gran mesa de vidrio, y todos los costosos cuadros de alrededor. Un cuadro originario de África cayo culpa de la conmoción.

          El lamento no se detuvo ahí, y decidió habitar el salón de estar por breves minutos, los suficientes para apagar la chimenea, botar la estatua abstracta de una persona abriendo los brazos y remecer el antiguo retrato de aquel conde inglés del cual el Hombre Enojado se jacta ser pariente. Pero eso era solo el comienzo, porque después de conmover el baño de visitas, el lavadero y el salón de juegos, con una gran mesa de billar, decidió subir la escalera, dando tumbos entre la baranda y los cuadros, todos latinoamericanos, para aterrizar en un segundo piso un poco menos amplio que el primero, por razones arquitectónicas. Primero invadió el baño de la pieza de visitas, luego movió los cojines que nadie había tocado en décadas, la cama de visita, el sillón de visita. Muebles vírgenes al tacto se conmovieron con el llanto, y lo dejaron resonar en sus entrañas, para continuar su travesía con renovadas fuerzas.

           Salió al pasillo y se encontró con una estantería llena de libros, una biblioteca personal, tan grande como la soledad del hombre enojado. Los libros de drama empatizaban con el llanto, los de economía no entendían que existieran emociones más allá de la avaricia, filosofía medito al respecto de esto, los poemas trataron de representar esto con sus mejores versos y las novelas históricas recordaban con nostalgia los llantos de sus escritores. Los libros de política nunca supieron del problema.  

           Ya en el tramo final de su trayecto, el llanto entro, irrespetuoso, a la habitación del Hombre Enojado, pasando por encima de la televisión que mostraba una carrera de fórmula uno. Ganaba Hamilton, con Vettel mordiéndole la cola. O tal vez era al revés. El Hombre Enojado despertó de súbito, preguntándose que era ese ruido, y se asomó por la gran ventana de su gran habitación, para ver a la pequeña de grandes dientes y grandes ojos llorar desconsoladamente. El Hombre Enojado ya no estaba enojado, tenía pena, y sintió empatía.

          El Hombre Enojado bajo de su alta casa, con el eco del llanto aun aullando en su cuarto, y se puso de cuatro patas a buscar el pequeño perro por todos lados, como una persona normal lo haría, creo. Se paralizó el tiempo, y nadie lo podía creer. Aquel tipo que solo salía de su casa para quejarse del largo del pasto y para tomar aviones para ir al otro lado del mundo a quejarse de lo corto del pasto, aquel tipo que solo emitía gruñidos y sarcasmos punzantes. Aquel ser humano estaba buscando el perrito de una niña, mostrando que tenía corazón. Ensuciando su blanco y costoso pantalón, su camisa nueva, rayando el reloj de oro. Todo el mundo estaba anonadado. Incluso la niña dejo de llorar. Eso hizo que el hombre enojado levantara la cabeza, y todos vieran que ya no era un Hombre Enojado, sino un hombre. Solo era un hombre. Siempre lo fue, lo único cambio en el instante en que empezó a buscar al perrito fue que todos empezaron a verlo de forma distinta. 

      El perro pequeño llegó de su aventura después de un par de días, más pulgoso, embarrado y hambriento que nunca, y todos los vecinos fueron a la casa del Hombre Enojado.  Él contó las historias de sus largos viajes, y lo poco que le importaba la longitud del pasto. La pareja trajo una ensalada surtida, aliñada por él y una carne asada, cocinada por ella. El alegre vecino llevó a su pequeña hija con grandes dientes y pequeños ojos alegres, y al pequeño perro, limpio ahora. Se sentaron todos en la larga mesa de vidrio, y antes de que pudieran empezar, el pequeño perro saltó sobre la mesa y se comió la gran cena, rayando la mesa de vidrio. Todos miraron al Hombre Enojado, con susto de salir despedidos por el aire debido a su furia, como los mitos decían. El Hombre Enojado se levanto, silente, tomo al perro con las dos manos y miro los preocupados ojos de la pequeña niña, y rió a carcajadas, acariciando al can. Toda la mesa exploto de risa, risa que escapó por la puerta con detalles artísticos y escapo por la calle que era lo que los unía desde un principio, para aterrizar en el terreno baldío, y subir a la noche estrellada.

A lo Largo de la Torre

     Vientos huracanados entraron trepidantes por el agujero en la pared de piedra mohosa, cubierta de tierra y tiempo. "Debe haber alguna forma de escapar de acá" pensó el Ladrón. Una pared que olía a humedad y desesperación le acariciaba la espalda, como una prostituta a un hombre casado, mientras observaba con ojo crítico cada uno de los barrotes que lo separaban de la libertad, buscando algún detalle que el maestro herrero hubiera dejado insoluto, alguna grieta entre el oxido del fierro inclemente, alguna luz en aquella prisión oscura y olvidaba. "Debo escapar de aquí, no debería estar acá, es una confusión" se decía a si mismo el Ladrón. Pero a él le llaman Ladrón, y ya no importa su nombre, titulo o intención, para el pueblo él es un ladrón, para el vulgo el es el Ladrón.

     No hay razones para excitarse - le dice, con tono divertido, una sombra en la esquina de la habitación. 

     ¿Quien eres tu? - preguntó intrigado el Ladrón, sorprendido por no haberse dado cuenta que estaba acompañado, y avergonzado de que lo hayan escuchado caer en la desesperación, aunque fuera por breves minutos.

     Solo soy un bufón de corte - repuso la sombra, sin escapar de su escondite, su hogar, su refugio dentro de la implacable torre.

     ¿Y qué hace un bufón aquí? - repuso el Ladrón, que para ser sinceros, no sabía a qué se refería cuando decía "aquí", no conocía el lugar donde estaba, y el agujero de la pared no le permitía determinar un paisaje concreto, no le permitía reconocer un lugar especifico, ni siquiera un punto de referencia.

     Aquí cumplo sentencia por lo mismo que tu - repuso el bufón con una sonrisa ensombrecida. Su humor no era divertido, al menos no para el Ladrón

     Yo no hice nada, estoy acá por error, ni siquiera se de que me acusan - contestó el Ladrón, a quien nada de esta situación le causaba gracia.

     Oh, ¿es eso cierto? Nunca había escuchado a nadie en tu situación, Ladrón - Dijo con tono burlesco el bufón, asomando su blanca cara de la sombra en la que habitaba.

     Sus ojos eran negros como el ébano, su cara blanca como el papel donde se firmó su sentencia, y su pelo era cano, de matices grises y blancos. Pero lo que hacia su rostro insoportable era su sonrisa, histriónica, cínica, que atravesaba su rostro como si fuera un corte que dejara ver sus entrañas, su lengua perspicaz y elocuente, aunque venenosa. Su nariz aguileña parecía apuntar al Ladrón constantemente, y amenazarlo con sacarle un ojo.

       Ya veo porque estas acá en la torre y no haciendo reír a nobles derramando vino y riéndose del pueblo, eres un ser repugnante, falto de simpatía y sin ingenio - dijo el Ladrón, tratando de provocar al Bufón, o al menos callarlo

     Puede ser verdad - respondió el Bufón - pero al menos se porque estoy donde estoy. ¿Puedes decir lo mismo? Aparentemente no ¿y por que es eso? Porque no quieres reconocer lo que es obvio. El pueblo te ha declarado Ladrón, y eso es lo que serás por el resto de tu vida, vive con ello, asúmelo, afróntalos, rebélate contra el vulgo, grita quien eres, olvida que han dicho de ti, a tus espaldas o a la cara, porque nada de lo que te digan es verdad. Sin embargo, ¿Qué es la verdad? ¿Quién determina que una cosa es verdad y otra no? El pueblo dice que tu eres un Ladrón, mientras lo niegues acá dentro, no lograras nada, el cambio que debes hacer es afuera de esta torre.

         Espera, no entiendo - dijo confundido el Ladrón - ¿Quieres que lo reconozca o que lo afronte?   

    Lo único que quiero - replicó el Bufón, agarrando su estómago para contener una tormenta de carcajadas - es reírme de ti.

    El Ladrón perdió la paciencia, y golpeo el cráneo del Bufón hasta que los grises y verdes de la pared pasaron a ser rojo. No un rojo vivo, colorido, sino un rojo apagado, un rojo de muerte. Inmediatamente aparecieron dos soldados para detenerlo, pero ya era demasiado tarde. Debido al asesinato del bufón el Ladrón fue condenado a muerte, y cuando caminaba hacia la horca, observaba los verdes colores de los árboles, el azul del cielo y el café de la madera que lo sostendría hasta su muerte. Oyó los suaves cantos de los pájaros, la risa de los niños, porque verían a su primer condenado morir ahorcado. Estaban aburridos de los fusilamientos y las degollaciones, pues eran muy rápidas.

     Antes de que el ejecutor jalara la palanca, el Ladrón pidió permiso para decir sus últimas palabras. No ofendió a nadie, ni tampoco pidió perdón, no se acordó del Bufón ni de sus captores, no pregunto donde estaba la torre o en que pueblo seria ejecutado. Solo levanto la frente, y con lagrimas de felicidad dijo "Solo habiendo sido privado de mi libertad, hoy he podido darme cuenta cuanto la extrañaba, y solo habiendo quitado una vida, me di cuenta de cuanto quería la mía." Antes de que hubiera exhalado su último aliento, sonó como la palanca dejo caer el peso del Ladrón, para que la cuerda que sujetaba su vida desde el cuello lo traicionara, dejándolo caer en la oscuridad de la muerte, con una sonrisa tranquila reposando en su rostro.

Voy Llegando

     Una luz ilumino su rostro en el asiento trasero de un Toyota Corsa año 1997, eran las dos de la noche y la gente en los paraderos se preguntaba que hacia el joven de la luz. Una joven en el paradero decía que estaba en su celular, viendo facebook, Twitter o alguna otra trivialidad, otros decían que usaba una linterna para buscar algo que se había caído bajo el asiento del piloto.

     Ahora que recuerdo, la luz no venia de atrás, sino de adelante. Y no era un corsa, era un Yaris del 2010, color plata. Probablemente mandaba algún mensaje rápido, o un audio. Eso pensaba la gente que estaba al lado del auto. Nunca hubo un paradero. Si había una joven, y decía que veía facebook o Twitter o alguna trivialidad. No dijo nada de una linterna, solo hablo de redes sociales y de como consumen el tiempo y la concentración de la gente.

     Mentira, no fue así. Nunca hubo un paradero, y tampoco eran solo personas, eran policías, bomberos y paramédicos, y una periodista. Rodeaban el Toyota Auris, o lo que quedaba de el, revisaban el poste, y buscaban a ver si alguien más había visto que había pasado. La periodista decía que debía estar mirando facebook, mandando un mensaje o revisando Twitter. Era tarde, pasado las dos, hacia frío, y el hálito del paramédico se mezclaba con el humo que dejó el auto. Los bomberos llegaron rápido, muy rápido, pero no lo suficiente. Una luz brillaba en el asiento del piloto, pero nadie miraba la pantalla. Ya no.

El Extranjero

     Suena el despertador. ¿Aún funciona? Me despierto divertido por la idea de tener un horario, y tener que obedecer a una pequeña maquinita que me molesta a diario. Salgo de mi cama, tomo una ducha, me pongo ropa que me guste, siempre cómoda. Camisas de repente, pareciendo serio de vez en cuando. Bajo, tomo desayuno, algo nutritivo de preferencia, huevo, jamón y algunos cereales, los que van quedando. Me lavo los dientes bien, porque lo del dolor de muelas es algo fatal. Lo leí en una revista de hace un par de años. Ordeno un poco el desastre que hay en la casa y escapo por una puerta de madera a la realidad de cada día.

     Estoy Sólo, no solo de soltería o solo de no tengo amigos. Solo de Soledad, no hay ningún otro ser humano en la tierra. Bueno, para ser sincero, no he recorrido mucho tampoco. Lo escuche en las noticias mientras las siguieron dando. De a poco, me fui quedando solo, y no entiendo por qué. No es que las demás personas se hubieran ido a Marte o algo así, simplemente empezaron a morir, una a una, sin mayor explicación que esa. Pero yo no. Yo quede solo, en una casa grande con espejos amplios que dejaban ver el extenso jardín verde, pero sin vida.

     Día a día avanzo una cuadra más, que es aproximadamente seis casas por lado. Voy saltando, de casa en casa, primero busco sobrevivientes, luego ropa, después alguna herramienta que me podría servir en el futuro. Por suerte yo tenía una de estas mochilas de montaña, esas grandes, donde me cabía prácticamente todo. Tenía un par de linternas, con suficientes pilas para unos días, un botiquín de primeros auxilios, ropa de cambio, comida en lata, botellas de agua, un revolver, no tengo idea que marca o calibre, y un libro de Neruda. Siempre me gusto su manera de transformar lo bello en horrendo, y vice versa. Generalmente si encontraba algo útil, como un cuchillo, o un abrelatas, lo guardaba en alguno de los bolsillos exteriores. Si encontraba zapatillas nuevas o mejores para caminar de mi talla, las cambiaba. Era siempre una aventura, pero no tenía con quien compartirla.

     Caminaba por la calle, mirando las casas, y al fondo había un supermercado. Repase rápidamente las casas y entre en el establecimiento comercial, en búsqueda de vituperios, herramientas, ropa y alguna compañía. Pasaban horas, días en los que no escuchaba mi voz. Lo único que me mantiene cuerdo es Neruda, y escribir mi propia historia. Escribo sin ese miedo que todos sentimos, ese susto a que alguien encuentre el diario, libro, conjunto de poemas, y nos juzgue. Siempre escribí con ese miedo, siempre elegimos las palabras con pinza, no porque nos importe la estética o la gramática, sino porque podrían reírse. Ahora lo hago porque es de las pocas cosas que me permiten sentirme humano otra vez. 

     Entré al supermercado, que estaba con las patas para arriba. Debe haber sido la desesperación de esos tres días en los que todos morían. Mi cabeza ya omitía los cuerpos muertos, ilesos, inertes, todo sin explicación alguna. Encontré mas pilas, saque sopas en latas y verduras en conserva, ideales para mantener una dieta sana. Camino por el pasillo doce, buscando paltas, que me gustan mucho. Sentí que algo me tocaba el hombro, me giro, no hay nadie. ¡¿No estoy Solo?! ¿Que es esto que siento?, Alegría, Miedo, ansiedad, decepción. ¿Decepción? Tal vez porque, de cierta manera, me gustaba estar Solo. Me gustaba no escuchar a nadie, olvidarme en mis pensamientos. Escucho una voz, De nuevo siento que alguien toca mi hombro, y no quiero voltear porque significaría renunciar a la vida que tengo ahora. ¡Déjenme tranquilo! ¡Me gusta estar Solo! ¡No quiero saber de prejuicios, opiniones contrarias, costumbres irritantes ni malos hábitos! Me toca de nuevo el hombro, y me doy vuelta para golpear lo que sea que me esta molestando de esta vida tranquila.

     Es mi hermana, me dice que deje de mirar mi celular como un idiota. Ya no estoy en el supermercado, estoy en la sala de estar de mi casa. Está mi hermano jugando FIFA, mi mama haciendo vida social en facebook, mi papa viendo el resumen deportivo y mi hermana me empuja, como si hubiera visto un hombre muerto. Tal vez eso es. ¿Estos años, todos estuvieron vivos excepto yo? No reconozco donde estoy, tampoco se bien como se llama mi familia, supongo que será normal ¿No? Osea, veo que todos están en lo mismo que yo. Veo la hora, solo han pasado cinco minutos ¡¿Solo cinco minutos?! Mi hermana me mira como quien mira a un desamparado, y la entiendo, perdí cinco minutos de mi vida. Pero ¿Realmente los perdí? Siento que no, que cada segundo fue usado en favor de un sueño, un anhelo, un mundo tranquilo, donde solo yo podía olvidarme de todos. ¿En qué tipo de mundo estará viviendo el resto de mi familia?