Me desperté de golpe. Definitivamente el ruido y la ansiedad
ya no me dejan dormir. Esa sensación de saber que tienes que levantarte
temprano y que tu vida depende de ello. Si no estoy a las seis de pie listo
para partir, probablemente hasta ahí llegara todo. Algunos piensan en que mis
días son monótonos, haciendo siempre lo mismo. No tienen idea lo distinto que
es cada día, siempre haciendo cosas diferentes, bordeando obstáculos, y al
final del día consiguiendo lo que buscaba. No suena difícil, y la verdad es que
hasta ahora no lo era tanto. Pero hoy es diferente, aún más diferente de todo
el resto de los días.
Me desperté de golpe, me vestí para la
ocasión, y fui. Mi jefe ya está ahí, con la garganta lista para gritarme. No es
un mal jefe ni mucho menos, sabe muy bien lo que hace y confío plenamente en
él, pero tiene un tono de voz rasgado por la bebida y la experiencia. Tal vez
eso es lo que nos obliga a obedecerle sin rechistar. Me dice lo de siempre, que
soy un flojo, que debería estar listo antes, que hoy es más difícil que ayer y
que cualquier otra persona en la tierra podría tomar mi lugar, que no soy
especial. Él es mi jefe, un tipo totalmente carismático. Pero siendo sincero,
creo que lo único que me ha mantenido a flote ha sido su interminable
entusiasmo y perseverancia. Probablemente cuando, y si es que, me toque ser
jefe de alguien voy a ser igual. Tal vez un poco menos hijo de puta. Tal vez.
Eran las seis treinta y ya estábamos
todos listos para partir el trabajo de hoy. No parecía ser nada difícil o
extremadamente complicado, pero alguien tenía que hacerlo. Somos cinco, sin
contar al jefe, pero antes éramos seis. Hace una semana ese sexto cometió un
error irremediable, y bueno, hoy somos cinco y el jefe. De hecho, en un
principio éramos 15, y habían dos jefes, pero ellos tenían sus diferencias y por
eso dividimos la compañía. Cada uno eligió, de manera totalmente voluntaria, en
que lado quería quedarse. La verdad, pensaba que nuestra idea era la mejor, al
menos la que más se parecía a lo que yo pensaba, que a esta altura me doy
cuenta que no importa mucho. Lo que he aprendido estos meses, es que lo mío, lo
que soy, lo que pienso, lo que tengo y lo que quiero, no importan si a través
de ellos no logró la supervivencia grupal. Pero a veces el individuo se pone
por sobre el resto, y terminas como el sexto de la compañía, acribillado por el
enemigo.
Bueno, ¿Así es la guerra o no? En los
vídeos de propaganda de la escuela militar no muestran que gente muere
despedazada, ni que pasas un hambre que pone en duda tu humanidad, fríos
glaciares, que sientes miedo como si fueras un pendejo de tres años y vieras a
Freddy salir de tu armario. Cada vez que salía de mi tienda, si ese día
habíamos tenido la suerte de dormir en una, yo veía a Freddy, con sus largas
garras, tratando de quitarme la cordura y haciéndome correr lejos, desertar.
Dicen que soldado que huye dura dos guerras. No es verdad. Soldado que huye, el
jefe le da un tiro en la cabeza, y créanme, es muy bueno en ello.
Mientras pienso en estas vaguedades,
marchamos por un pequeño monte, tratando de encontrar algún punto de
extracción. Habíamos cumplido la misión hace un mes, dos días y catorce horas,
con veinte o treinta minutos, pero nadie venia a buscarnos. El sexto era quien
controlaba la radio, y tal vez no fue buena idea dejarlo solo en las tiendas
mientras buscábamos algo para comer en el bosque. Él fue el que insistió en que
era mejor que se quedara solo. Logramos recuperar el radiotransmisor, gracias a
que lo había escondido cuando escucho el primer disparo. Pero ahora nos
sentíamos como monos tratando de descifrar la señal correcta. Esto al jefe le
encabronaba y maldecía a la madre del sexto, los huevos del general y la madre
que lo había parido.
Llegamos a la cima del monte, y parece
un lugar sencillo para mantener la posición incluso frente a un ataque de
numerosos enemigos. Excepto si había un francotirador. A quien se le halla
ocurrido crear armas para disparar desde cientos de metros de distancia es un
marica, y un genio. Pero al parecer no debemos preocuparnos mucho, el traje
camuflado combinado con la fauna natural de este monte nos refugiaba de ojos
ajenos, solo hay que esperar. El jefe tiene que tomar una decisión importante,
si lanzar o no la bengala para que nos encuentren. La extracción va a ser
alrededor de las mil horas, y eran solo las ochocientas cincuenta. La radio
tenía un GPS y sería fácil localizar el lugar, pero no donde estamos nosotros,
ya que existe el principio de que si un soldado amigo puede ubicarte, uno
enemigo puede alcanzarte. Permaneceremos escondidos por esta hora y media que
falta.
Hicimos una trinchera con un par de
palas que llevábamos a cuestas. No era primera vez que solicitábamos la
extracción, sabíamos que las cosas se podían poner calientes si alguien lograba
ubicarnos, porque eso significaba comprometer la posición del helicóptero de
apoyo. Por esto, esperamos en la trinchera, fusil en mano. Hacemos turnos para
pegar el párpado, o se supone que lo hacemos. Nadie puede dormir. La ansiedad
de ver terminados largos meses de correr bajo el clima inmisericorde es
demasiada para permitirse el lujo del sueño. Estamos todos aferrados con uñas y
dientes a la esperanza.
Son las mil doscientas y el helicóptero
no llega. El sol movió las sombras hasta las mil trescientas, y la impaciencia
empezó a hacerse notar. Manos convulsionantes, compañeros asesinando los
últimos cigarros, el jefe mira el cielo cada vez con más frecuencia. Yo espero
sentado Sobre los troncos enmudecidos que algunos llaman piernas. El día era
frío, con neblina, y eso hace que la búsqueda del helicóptero sea más
complicada, la opción de no usar la bengala para ser encontrados se esfumo
entre nuestras esperanzas. Empezamos a escuchar ruidos metálicos, pero eran muy
bajos para ser el helicóptero. El soldado que esta de vigía llegó corriendo
desde su posición y salto dentro de la trinchera. Era el enemigo. Son treinta
aproximadamente, y nos están buscando, pero no saben donde estamos. Eso es un
punto a favor.
El Jefe nos tomo a los cinco y nos dijo
cosas de generales. Que la vida no nos pertenecía por naturaleza, que debíamos
luchar por ella. Que pensemos en nuestras familias, en mi hija que no conozco,
mi señora, mi madre. La vida es una mierda y nosotros simplemente fuimos
escupidos en una guerra de nadie, pero para poder hacer algo al respecto debíamos
llegar a casa primero, y eso solo lo lograremos por sobre los cadáveres del
enemigos. Escuchamos los fusiles retumbar sobre las espaldas cansadas de
nuestros perseguidores. Están abrumados por la marcha, pero nosotros también.
Los brazos tambalean contra la propia voluntad, las balas se escurren entre los
dedos como sangre, el miedo y la adrenalina empieza a prender las venas,
expandir las pupilas. Era el momento de pelear por nuestra libertad.
Nos repartimos en seis puntos
distintos, posicionado como francotiradores, atrás de la trinchera. Abrimos el
fuego con una granada que detonó en el centro del grupo, acabando con la vida
de catorce de ellos. Nunca fueron treinta, sino veintitrés, y quedaban nueve,
confundidos por el ataque. El general planeo una emboscada similar al
Blitzkrieg Alemán de la Segunda Guerra Mundial, donde con artillería pesada se
atacaba la mayor cantidad de terreno posible, dejando a los soldados el trabajo
de limpiar los detalles. Velocidad y eficiencia. Alcancé a darle a uno en el pecho,
a la altura del pulmón derecho, y un compañero hirió de muerte a otro enemigo
antes de que el resto desapareciera tras los árboles. Ahora es cuando la
batalla se vuelve peligrosa. Tenemos buenos tiradores, pero en la guerra todo
puede pasar.
Vuelvo a estar consiente, una bala
impacto mi casco y me dejó inconsciente por unos minutos, los suficientes par
que mis compañeros mataran a tres de ellos. Me asome por mi posición y disparé
a un cuarto en la pierna, para verlo caer al piso de rodillas y hacerle
un par de orificios en la cara, sin piedad. Una bala rozó mi cabeza por la
izquierda y sentí una puñalada en mi oreja. No me detuve y apunté al lugar
donde vi el fuego que casi acaba con mi historia. Le di al hijo de puta en la
frente. Los dos que quedaban salieron de los árboles con las armas sobre su
cabeza, pero el general no es conocido por su misericordia, ni por su mala
puntería, y con dos balas acabo con ambas vidas. Plomo entre cejas. No es
ético, y tal vez si alguien abre la boca le podría llegar castigo al jefe, pero
la verdad es que tenía que hacerse
Con el perímetro limpio, se lanzó la
bengala y el helicóptero ya esta llegando. Salto de alegría, escapar de este
infierno, poder conocer a mi hija, quiero llegas. Veo hacia el lado, todo es
lagrimas y felicidad. El jefe se saco la boina y prendió un habano. Antes de
que pudiera aspirar el primer aire tóxico de aquel cruel asesino, una bala
atravesó la escena para aterrizar sobre la cabeza del jefe. La fuerza del
impacto lo hizo caer de espaldas. Antes de que pudiera darme cuenta de lo que
estaba pasando, otro plomo atravesó el rostro de un compañero. De tocar el
cielo caímos al infierno.
Temo lo peor: Que el helicóptero se
retire a una zona segura y nos deje acá. No quiero quedarme acá un minuto más.
Ya estamos todos tras la trinchera, tratando de localizar al francotirador
enemigo, esperando que sea un solamente. A juzgar por los disparos, no está en
un punto más bajo que el nuestro, sino igual o más alto. Eso no dejaba muchas
opciones. Hay dos cerros cerca, pero solo uno da el perfil necesario para un
ataque. Con los binoculares traté de localizar su posición, pero estaba
camuflado. Pude ver un reflejo de la luz de la mirilla cuando apunto a mi
cabeza. Mi mente trabaja a mil, pienso en todo lo que puedo ganar y perder.
Tengo dos opciones: disparar a su posición y esperar a que el viento y la corta
distancia no afecten la trayectoria, lo que significaría arriesgarme a que sean
dos francotiradores y decir adiós a este mundo. La otra opción es bajar la
cabeza y salvarla en la trinchera, pero perdería la posición exacta del
enemigo. Jalo el gatillo tres veces y salto hacia el lado, esperando haber
tomado la decisión correcta. El disparo impacto mi pierna, pero no alcanzo la
arteria femoral, por lo que no había mayor peligro. Si es que no había otro
tirador. Caí al suelo y el dolor es como si un puñal hubiera decidido hacer de
mi pierna su hogar permanente. Logro reincorporarme y salto a la trinchera y
mis compañeros me miran atónitos. Al parecer no me conocen tanto.
Esperamos por largos minutos, hasta que
pasó media hora sin que un segundo francotirador se hiciera presente. Lanzamos
la segunda y última bengala. Pasan los segundos y minutos y no vemos al
helicóptero elevarse sobre los árboles para llegar a nuestra posición. Estresa
pensar en todo lo que le podría haber pasado. Mi oreja arde como puta madre y
no me deja pensar tranquilo. Escucho aun el pitido que dejan los disparos. No
quiero más guerra, no quiero matar a nadie más, no quiero que gente se pelee
para matarme. ¿Estaré cayendo en la locura? No sería extraño, no existe una
sola persona invulnerable a las inclemencias de la guerra. La gente con poder
nos manda como sacrificio para hacer valer su punto, y debemos asumir sin
alegar. Al que reclame, lo callan, y no son cosas que te enseñen en la escuela
militar. Te dicen que todo será color de rozas, ¡un héroe! Pero no es así, en
una guerra no hay héroes, no hay ganadores si quiera, solo gente muerta,
heridos por todos lados. Llegamos siete y nos vamos tres, habiendo matado a
veintitrés. Estas muertes pesan sobre nuestra conciencia, no la de los
generales ni jefes de gobierno. ¿Que creen que están haciendo? Tienen gente
muriendo de hambre en casa y gastan millones de millones en enviar gente a su
muerte.
Veo la hélice, luego apareció el cuerpo
del helicóptero. Es una maquina equipada especialmente para este tipo de
misiones, no muy blindada, pero rápida, para que la extracción no llame la
atención del enemigo. Subo arriba después de mis compañeros, uno a uno. El
medico a bordo esta revisando mi oreja y algo dice de que no hay nada
comprometido. El cansancio no me deja pensar. La adrenalina ya se fue, y espero
que no vuelva. El dolor es fuerte, pero mi vida ya no corre peligro. Mire hacia
afuera por la ventana lo que durante meses fue mi hogar. Incline la cabeza y
mis ojos se cierran. No quiero saber más de esta realidad.