domingo, 23 de agosto de 2015

A lo Largo de la Torre

     Vientos huracanados entraron trepidantes por el agujero en la pared de piedra mohosa, cubierta de tierra y tiempo. "Debe haber alguna forma de escapar de acá" pensó el Ladrón. Una pared que olía a humedad y desesperación le acariciaba la espalda, como una prostituta a un hombre casado, mientras observaba con ojo crítico cada uno de los barrotes que lo separaban de la libertad, buscando algún detalle que el maestro herrero hubiera dejado insoluto, alguna grieta entre el oxido del fierro inclemente, alguna luz en aquella prisión oscura y olvidaba. "Debo escapar de aquí, no debería estar acá, es una confusión" se decía a si mismo el Ladrón. Pero a él le llaman Ladrón, y ya no importa su nombre, titulo o intención, para el pueblo él es un ladrón, para el vulgo el es el Ladrón.

     No hay razones para excitarse - le dice, con tono divertido, una sombra en la esquina de la habitación. 

     ¿Quien eres tu? - preguntó intrigado el Ladrón, sorprendido por no haberse dado cuenta que estaba acompañado, y avergonzado de que lo hayan escuchado caer en la desesperación, aunque fuera por breves minutos.

     Solo soy un bufón de corte - repuso la sombra, sin escapar de su escondite, su hogar, su refugio dentro de la implacable torre.

     ¿Y qué hace un bufón aquí? - repuso el Ladrón, que para ser sinceros, no sabía a qué se refería cuando decía "aquí", no conocía el lugar donde estaba, y el agujero de la pared no le permitía determinar un paisaje concreto, no le permitía reconocer un lugar especifico, ni siquiera un punto de referencia.

     Aquí cumplo sentencia por lo mismo que tu - repuso el bufón con una sonrisa ensombrecida. Su humor no era divertido, al menos no para el Ladrón

     Yo no hice nada, estoy acá por error, ni siquiera se de que me acusan - contestó el Ladrón, a quien nada de esta situación le causaba gracia.

     Oh, ¿es eso cierto? Nunca había escuchado a nadie en tu situación, Ladrón - Dijo con tono burlesco el bufón, asomando su blanca cara de la sombra en la que habitaba.

     Sus ojos eran negros como el ébano, su cara blanca como el papel donde se firmó su sentencia, y su pelo era cano, de matices grises y blancos. Pero lo que hacia su rostro insoportable era su sonrisa, histriónica, cínica, que atravesaba su rostro como si fuera un corte que dejara ver sus entrañas, su lengua perspicaz y elocuente, aunque venenosa. Su nariz aguileña parecía apuntar al Ladrón constantemente, y amenazarlo con sacarle un ojo.

       Ya veo porque estas acá en la torre y no haciendo reír a nobles derramando vino y riéndose del pueblo, eres un ser repugnante, falto de simpatía y sin ingenio - dijo el Ladrón, tratando de provocar al Bufón, o al menos callarlo

     Puede ser verdad - respondió el Bufón - pero al menos se porque estoy donde estoy. ¿Puedes decir lo mismo? Aparentemente no ¿y por que es eso? Porque no quieres reconocer lo que es obvio. El pueblo te ha declarado Ladrón, y eso es lo que serás por el resto de tu vida, vive con ello, asúmelo, afróntalos, rebélate contra el vulgo, grita quien eres, olvida que han dicho de ti, a tus espaldas o a la cara, porque nada de lo que te digan es verdad. Sin embargo, ¿Qué es la verdad? ¿Quién determina que una cosa es verdad y otra no? El pueblo dice que tu eres un Ladrón, mientras lo niegues acá dentro, no lograras nada, el cambio que debes hacer es afuera de esta torre.

         Espera, no entiendo - dijo confundido el Ladrón - ¿Quieres que lo reconozca o que lo afronte?   

    Lo único que quiero - replicó el Bufón, agarrando su estómago para contener una tormenta de carcajadas - es reírme de ti.

    El Ladrón perdió la paciencia, y golpeo el cráneo del Bufón hasta que los grises y verdes de la pared pasaron a ser rojo. No un rojo vivo, colorido, sino un rojo apagado, un rojo de muerte. Inmediatamente aparecieron dos soldados para detenerlo, pero ya era demasiado tarde. Debido al asesinato del bufón el Ladrón fue condenado a muerte, y cuando caminaba hacia la horca, observaba los verdes colores de los árboles, el azul del cielo y el café de la madera que lo sostendría hasta su muerte. Oyó los suaves cantos de los pájaros, la risa de los niños, porque verían a su primer condenado morir ahorcado. Estaban aburridos de los fusilamientos y las degollaciones, pues eran muy rápidas.

     Antes de que el ejecutor jalara la palanca, el Ladrón pidió permiso para decir sus últimas palabras. No ofendió a nadie, ni tampoco pidió perdón, no se acordó del Bufón ni de sus captores, no pregunto donde estaba la torre o en que pueblo seria ejecutado. Solo levanto la frente, y con lagrimas de felicidad dijo "Solo habiendo sido privado de mi libertad, hoy he podido darme cuenta cuanto la extrañaba, y solo habiendo quitado una vida, me di cuenta de cuanto quería la mía." Antes de que hubiera exhalado su último aliento, sonó como la palanca dejo caer el peso del Ladrón, para que la cuerda que sujetaba su vida desde el cuello lo traicionara, dejándolo caer en la oscuridad de la muerte, con una sonrisa tranquila reposando en su rostro.

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