sábado, 29 de agosto de 2015

El Héroe

Me desperté de golpe. Definitivamente el ruido y la ansiedad ya no me dejan dormir. Esa sensación de saber que tienes que levantarte temprano y que tu vida depende de ello. Si no estoy a las seis de pie listo para partir, probablemente hasta ahí llegara todo. Algunos piensan en que mis días son monótonos, haciendo siempre lo mismo. No tienen idea lo distinto que es cada día, siempre haciendo cosas diferentes, bordeando obstáculos, y al final del día consiguiendo lo que buscaba. No suena difícil, y la verdad es que hasta ahora no lo era tanto. Pero hoy es diferente, aún más diferente de todo el resto de los días.

Me desperté de golpe, me vestí para la ocasión, y fui. Mi jefe ya está ahí, con la garganta lista para gritarme. No es un mal jefe ni mucho menos, sabe muy bien lo que hace y confío plenamente en él, pero tiene un tono de voz rasgado por la bebida y la experiencia. Tal vez eso es lo que nos obliga a obedecerle sin rechistar. Me dice lo de siempre, que soy un flojo, que debería estar listo antes, que hoy es más difícil que ayer y que cualquier otra persona en la tierra podría tomar mi lugar, que no soy especial. Él es mi jefe, un tipo totalmente carismático. Pero siendo sincero, creo que lo único que me ha mantenido a flote ha sido su interminable entusiasmo y perseverancia. Probablemente cuando, y si es que, me toque ser jefe de alguien voy a ser igual. Tal vez un poco menos hijo de puta. Tal vez.

Eran las seis treinta y ya estábamos todos listos para partir el trabajo de hoy. No parecía ser nada difícil o extremadamente complicado, pero alguien tenía que hacerlo. Somos cinco, sin contar al jefe, pero antes éramos seis. Hace una semana ese sexto cometió un error irremediable, y bueno, hoy somos cinco y el jefe. De hecho, en un principio éramos 15, y habían dos jefes, pero ellos tenían sus diferencias y por eso dividimos la compañía. Cada uno eligió, de manera totalmente voluntaria, en que lado quería quedarse. La verdad, pensaba que nuestra idea era la mejor, al menos la que más se parecía a lo que yo pensaba, que a esta altura me doy cuenta que no importa mucho. Lo que he aprendido estos meses, es que lo mío, lo que soy, lo que pienso, lo que tengo y lo que quiero, no importan si a través de ellos no logró la supervivencia grupal. Pero a veces el individuo se pone por sobre el resto, y terminas como el sexto de la compañía, acribillado por el enemigo.

Bueno, ¿Así es la guerra o no? En los vídeos de propaganda de la escuela militar no muestran que gente muere despedazada, ni que pasas un hambre que pone en duda tu humanidad, fríos glaciares, que sientes miedo como si fueras un pendejo de tres años y vieras a Freddy salir de tu armario. Cada vez que salía de mi tienda, si ese día habíamos tenido la suerte de dormir en una, yo veía a Freddy, con sus largas garras, tratando de quitarme la cordura y haciéndome correr lejos, desertar. Dicen que soldado que huye dura dos guerras. No es verdad. Soldado que huye, el jefe le da un tiro en la cabeza, y créanme, es muy bueno en ello. 

Mientras pienso en estas vaguedades, marchamos por un pequeño monte, tratando de encontrar algún punto de extracción. Habíamos cumplido la misión hace un mes, dos días y catorce horas, con veinte o treinta minutos, pero nadie venia a buscarnos. El sexto era quien controlaba la radio, y tal vez no fue buena idea dejarlo solo en las tiendas mientras buscábamos algo para comer en el bosque. Él fue el que insistió en que era mejor que se quedara solo. Logramos recuperar el radiotransmisor, gracias a que lo había escondido cuando escucho el primer disparo. Pero ahora nos sentíamos como monos tratando de descifrar la señal correcta. Esto al jefe le encabronaba y maldecía a la madre del sexto, los huevos del general y la madre que lo había parido.

Llegamos a la cima del monte, y parece un lugar sencillo para mantener la posición incluso frente a un ataque de numerosos enemigos. Excepto si había un francotirador. A quien se le halla ocurrido crear armas para disparar desde cientos de metros de distancia es un marica, y un genio. Pero al parecer no debemos preocuparnos mucho, el traje camuflado combinado con la fauna natural de este monte nos refugiaba de ojos ajenos, solo hay que esperar. El jefe tiene que tomar una decisión importante, si lanzar o no la bengala para que nos encuentren. La extracción va a ser alrededor de las mil horas, y eran solo las ochocientas cincuenta. La radio tenía un GPS y sería fácil localizar el lugar, pero no donde estamos nosotros, ya que existe el principio de que si un soldado amigo puede ubicarte, uno enemigo puede alcanzarte. Permaneceremos escondidos por esta hora y media que falta.

Hicimos una trinchera con un par de palas que llevábamos a cuestas. No era primera vez que solicitábamos la extracción, sabíamos que las cosas se podían poner calientes si alguien lograba ubicarnos, porque eso significaba comprometer la posición del helicóptero de apoyo. Por esto, esperamos en la trinchera, fusil en mano. Hacemos turnos para pegar el párpado, o se supone que lo hacemos. Nadie puede dormir. La ansiedad de ver terminados largos meses de correr bajo el clima inmisericorde es demasiada para permitirse el lujo del sueño. Estamos todos aferrados con uñas y dientes a la esperanza.

Son las mil doscientas y el helicóptero no llega. El sol movió las sombras hasta las mil trescientas, y la impaciencia empezó a hacerse notar. Manos convulsionantes, compañeros asesinando los últimos cigarros, el jefe mira el cielo cada vez con más frecuencia. Yo espero sentado Sobre los troncos enmudecidos que algunos llaman piernas. El día era frío, con neblina, y eso hace que la búsqueda del helicóptero sea más complicada, la opción de no usar la bengala para ser encontrados se esfumo entre nuestras esperanzas. Empezamos a escuchar ruidos metálicos, pero eran muy bajos para ser el helicóptero. El soldado que esta de vigía llegó corriendo desde su posición y salto dentro de la trinchera. Era el enemigo. Son treinta aproximadamente, y nos están buscando, pero no saben donde estamos. Eso es un punto a favor. 

El Jefe nos tomo a los cinco y nos dijo cosas de generales. Que la vida no nos pertenecía por naturaleza, que debíamos luchar por ella. Que pensemos en nuestras familias, en mi hija que no conozco, mi señora, mi madre. La vida es una mierda y nosotros simplemente fuimos escupidos en una guerra de nadie, pero para poder hacer algo al respecto debíamos llegar a casa primero, y eso solo lo lograremos por sobre los cadáveres del enemigos. Escuchamos los fusiles retumbar sobre las espaldas cansadas de nuestros perseguidores. Están abrumados por la marcha, pero nosotros también. Los brazos tambalean contra la propia voluntad, las balas se escurren entre los dedos como sangre, el miedo y la adrenalina empieza a prender las venas, expandir las pupilas. Era el momento de pelear por nuestra libertad.

Nos repartimos en seis puntos distintos, posicionado como francotiradores, atrás de la trinchera. Abrimos el fuego con una granada que detonó en el centro del grupo, acabando con la vida de catorce de ellos. Nunca fueron treinta, sino veintitrés, y quedaban nueve, confundidos por el ataque. El general planeo una emboscada similar al Blitzkrieg Alemán de la Segunda Guerra Mundial, donde con artillería pesada se atacaba la mayor cantidad de terreno posible, dejando a los soldados el trabajo de limpiar los detalles. Velocidad y eficiencia. Alcancé a darle a uno en el pecho, a la altura del pulmón derecho, y un compañero hirió de muerte a otro enemigo antes de que el resto desapareciera tras los árboles. Ahora es cuando la batalla se vuelve peligrosa. Tenemos buenos tiradores, pero en la guerra todo puede pasar. 

Vuelvo a estar consiente, una bala impacto mi casco y me dejó inconsciente por unos minutos, los suficientes par que mis compañeros mataran a tres de ellos. Me asome por mi posición y disparé a un cuarto en la pierna, para verlo caer al piso  de rodillas y hacerle un par de orificios en la cara, sin piedad. Una bala rozó mi cabeza por la izquierda y sentí una puñalada en mi oreja. No me detuve y apunté al lugar donde vi el fuego que casi acaba con mi historia. Le di al hijo de puta en la frente. Los dos que quedaban salieron de los árboles con las armas sobre su cabeza, pero el general no es conocido por su misericordia, ni por su mala puntería, y con dos balas acabo con ambas vidas. Plomo entre cejas. No es ético, y tal vez si alguien abre la boca le podría llegar castigo al jefe, pero la verdad es que tenía que hacerse

Con el perímetro limpio, se lanzó la bengala y el helicóptero ya esta llegando. Salto de alegría, escapar de este infierno, poder conocer a mi hija, quiero llegas. Veo hacia el lado, todo es lagrimas y felicidad. El jefe se saco la boina y prendió un habano. Antes de que pudiera aspirar el primer aire tóxico de aquel cruel asesino, una bala atravesó la escena para aterrizar sobre la cabeza del jefe. La fuerza del impacto lo hizo caer de espaldas. Antes de que pudiera darme cuenta de lo que estaba pasando, otro plomo atravesó el rostro de un compañero. De tocar el cielo caímos al infierno.

Temo lo peor: Que el helicóptero se retire a una zona segura y nos deje acá. No quiero quedarme acá un minuto más. Ya estamos todos tras la trinchera, tratando de localizar al francotirador enemigo, esperando que sea un solamente. A juzgar por los disparos, no está en un punto más bajo que el nuestro, sino igual o más alto. Eso no dejaba muchas opciones. Hay dos cerros cerca, pero solo uno da el perfil necesario para un ataque. Con los binoculares traté de localizar su posición, pero estaba camuflado. Pude ver un reflejo de la luz de la mirilla cuando apunto a mi cabeza. Mi mente trabaja a mil, pienso en todo lo que puedo ganar y perder. Tengo dos opciones: disparar a su posición y esperar a que el viento y la corta distancia no afecten la trayectoria, lo que significaría arriesgarme a que sean dos francotiradores y decir adiós a este mundo. La otra opción es bajar la cabeza y salvarla en la trinchera, pero perdería la posición exacta del enemigo. Jalo el gatillo tres veces y salto hacia el lado, esperando haber tomado la decisión correcta. El disparo impacto mi pierna, pero no alcanzo la arteria femoral, por lo que no había mayor peligro. Si es que no había otro tirador. Caí al suelo y el dolor es como si un puñal hubiera decidido hacer de mi pierna su hogar permanente. Logro reincorporarme y salto a la trinchera y mis compañeros me miran atónitos. Al parecer no me conocen tanto. 

Esperamos por largos minutos, hasta que pasó media hora sin que un segundo francotirador se hiciera presente. Lanzamos la segunda y última bengala. Pasan los segundos y minutos y no vemos al helicóptero elevarse sobre los árboles para llegar a nuestra posición. Estresa pensar en todo lo que le podría haber pasado. Mi oreja arde como puta madre y no me deja pensar tranquilo. Escucho aun el pitido que dejan los disparos. No quiero más guerra, no quiero matar a nadie más, no quiero que gente se pelee para matarme. ¿Estaré cayendo en la locura? No sería extraño, no existe una sola persona invulnerable a las inclemencias de la guerra. La gente con poder nos manda como sacrificio para hacer valer su punto, y debemos asumir sin alegar. Al que reclame, lo callan, y no son cosas que te enseñen en la escuela militar. Te dicen que todo será color de rozas, ¡un héroe! Pero no es así, en una guerra no hay héroes, no hay ganadores si quiera, solo gente muerta, heridos por todos lados. Llegamos siete y nos vamos tres, habiendo matado a veintitrés. Estas muertes pesan sobre nuestra conciencia, no la de los generales ni jefes de gobierno. ¿Que creen que están haciendo? Tienen gente muriendo de hambre en casa y gastan millones de millones en enviar gente a su muerte. 


Veo la hélice, luego apareció el cuerpo del helicóptero. Es una maquina equipada especialmente para este tipo de misiones, no muy blindada, pero rápida, para que la extracción no llame la atención del enemigo. Subo arriba después de mis compañeros, uno a uno. El medico a bordo esta revisando mi oreja y algo dice de que no hay nada comprometido. El cansancio no me deja pensar. La adrenalina ya se fue, y espero que no vuelva. El dolor es fuerte, pero mi vida ya no corre peligro. Mire hacia afuera por la ventana lo que durante meses fue mi hogar. Incline la cabeza y mis ojos se cierran. No quiero saber más de esta realidad.

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