jueves, 27 de febrero de 2020

Esperando a la Muerte

Tal cual como están leyendo, estoy sentado esperando a la maldita muerte. La mismísima muerte tiene veinte minutos de atraso y me tiene aburrido de esperarla. Está bien que sea domingo y que no sea día laborable ¿Pero enserio? ¿Hasta para la muerte? Les explico desde el principio mejor: Estaba yo, calmado en mi cama leyendo un libro de Agatha Christie, cuando una necesidad urgente de ir al baño invadió mi ser completo. Me levanté de la cama y me dirigí al baño, donde sin ningún problema hice mis necesidades, luego me lavé las manos y me disponía a volver a mi cama al tremendo panorama de sábado por la noche. Eran ya pasadas las doce a decir verdad, así que ya estamos hablando de un domingo cualquiera. La cuestión es que en el recorrido desde el baño a mi pieza tengo que pasar por el lado de unas escaleras que llevan al primer piso. Entra en escena Mateo, el tremendísimo hijo de puta de gato que tengo parasitando en mi casa. El muy mal nacido se me cruza, con las luces apagadas, tropiezo y caigo por las escaleras, rompiéndome el cuello y quedando ahí tirado, moribundo, inmóvil y viendo como el Mateo me miraba desde lo alto de la escalera. Simplemente dantesco. Ahora, creo que todos hemos visto alguna película, o leído algún libro, donde tratan la muerte como el paso a otra vida, o un proceso, ritual, recorrido que el protagonista realiza de manera solemne y reflexiva. Ni un carajo, de golpe sientes como que te desdoblas y ahí estas, viéndote con la cara toda pálida, el cuello hecho un nudo y preguntándote si no pudiste elegir un atuendo más estúpido para morir. ¿Lo peor de todo? Mateo si me puede ver, lo cual es prueba fehaciente de que los gatos son animales del infierno.

Supuse que no me quedaba más que esperar ahí a que llegara algo, la muerte, la parca, San Pedro, así que esperé. Me di cuenta que aun muerto y con el aspecto fantasmagórico que debo tener (traté de verme al espejo y vi como el reflejo de la puerta me atravesaba), aun puedo manipular objetos reales. Así, tal cual, estimados lectores, les esta escribiendo un fantasma desde el más allá, escuchando algo de Matt Elliot (¿Qué más ad hoc no?). Por supuesto que no solo intenté manipular objetos básicos como mi computadora o la radio, no señores, este fantasmita de aquí se dispuso a llamar a toda la vecindad, casa por casa, escuchando como la gente contestaba de manera irascible el teléfono, esperando poder decirles algo divertido, algún chiste de una línea ingenioso, pero al momento en que se me ocurrió algo, me di cuenta que mi voz no era mas que un aliento mudo que no generaba ni siquiera un eco entre este silencio de muerte. Bueno y en eso estuve los veinte minutos previos a ponerme a redactar lo que bien podría ser mi obra póstuma. ¿Tal vez la primera de varias? Todo depende de cuanto se demore este impuntual esperpento.

Acabo de darme cuenta que esta será mi primera entrada en un diario que no toco hace años. ¿Lo que tiene que pasar en la vida de uno para retomar viejos hábitos, no? Recién fui a prepararme algo para comer y, mientras Mateo observaba fascinado como el jamón volaba de la puerta del refrigerador hasta el pan que flotaba en mi invisible mano, me di cuenta que ni hambre tenía. ¡Incluso en la muerte como por aburrimiento! Mi psicólogo lo contraria divertidísimo. Ahora que lo pienso, tal vez lea esto una vez encuentren mi cuerpo. ¡Saludos Dr. Larraín! Dándole otra vuelta al asunto, tal vez piensen que me volví loco justo antes de morir y por eso escribí esto. ¿Debería seguir haciéndolo? No quiero quedar como loco en vida, o al menos más de lo que ya estaba. Además, ¿Cuánto se podrán demorar en encontrarme ahí, tieso como una mesa? Nadie viene muy seguido la verdad, mi madre me llama los sábados pero para eso queda una semana. Había quedado de almorzar con Rolando el lunes, pero ya le he cancelado tantas veces que tal vez asuma que si no le contesto es mi forma de decirle que este lunes no podrá ser. No se si habría ido en realidad. ¿Se han dado cuenta cuando organizan un evento de manera tan segura y motivada en un momento, solo para morir de flojera el día de la reunión en cuestión y terminar cancelando horas antes del asunto? ¿No? ¿Soy solo yo? Bueno, pues a mi me parece común, que quieren que les diga. Ciertamente que ya han pasado más de cuarenta minutos y no me ha llegado anuncio alguno de que venga la muerte. ¿Tal vez no se sabe mi numeración?

Llevo esperando una hora y media a que me vengan a buscar y me encuentro en este mismo instante buscando alguna pagina donde colocar un reclamo. Solo se me ocurre Trivago y sus malditos comerciales. ¿Me pregunto si los fantasmas también debemos cotizar por habitaciones baratas en hoteles de lujo? ¿O tal vez solo atravesamos la puerta como en las películas? No lo había pensado, pero tal vez la muerte venga a pie y por eso se demora tanto. ¿Tendré que caminar todo el tramo de vuelta? Pésimo servicio, definitivamente tres estrellas. ¡Uff! ¡Casi se me olvida borrar el historial de internet! Habría sido un terrible percance si alguien se hubiese metido a fisgonear por ahí. ¿Habrán paginas especiales para casos como el mío? Algo así como una deep web para fantasmas, o una red de apoyo psicológico para espectros abandonados. Google lo tiene todo. Prendí la tele y en History Channel hay un programa de caza fantasmas y exorcistas. ¿Creo que están compitiendo por quien logra liberar de fantasmas una casa en menos tiempo? Inventan cada cosa hoy en día. Televisión de calidad.

Ya, definitivamente la muerte se olvido de mi, y me aburrí de esperar. ¿Tal vez si le enderezo el cuello a mi cuerpo? Uff, ese crujir de huesos no sonó nada bien. Al menos se ve más digno ahora. No es que sea muy digno morir por tropezarte con tu gato, pero hay que conservar lo poco que se tiene. Intentaré acostarme sobre mi cuerpo, tal vez así logro volver a la vida o alguna barbaridad del estilo, muy hollywoodense. No, definitivamente no funciona, aunque debo decir que es bastante incomodo acostarse sobre el cuerpo propio, es casi como si pudiera sentir el frío. Ósea, lo sentiría si pudiera sentir algo en realidad, hasta ahora lo único que siento es aburrimiento. ¿Y si este es en infierno y el castigo es estar eternamente aburrido por el resto de mis fantasmagóricos días? Suena como a una barbaridad que dios haría, la verdad que si. Me asomé por la ventana para ver si venía algo, pero estaban todas las luces apagadas y no soy muy fanático de los lugares oscuros. Si, damas y caballeros, he aquí el primer fantasma que le teme a la oscuridad.

Ya revisé mi casa de arriba hacia abajo, habitación por habitación, y no encontré nada más que hacer ¡Hasta intente quitar las telarañas de debajo de mi cama! Definitivamente debería haberme preocupado más de limpiar este lugar. Mateo me acompaña a todos lados y no se si lo hace por culpa o curiosidad. Igual me apena un poco, no creo que fuera su intención matar a la única fuente de comida. Dicen que si un dueño muere y los gatos no tienen que más comer, empezarán a comerse a sus dueños, y me pregunto que parte de mi sería la que se coma primero. Igual intentaré aplazar la respuesta todo lo posible dándole lo que hay en el refrigerador antes de que se eche a perder, seria una lastima tirar esa comida a la basura. Increíble todo lo que se ha demorado la muerte, ya es de día y aun no tengo información alguna de que debo hacer para irme al más allá. Definitivamente me aburrí de esperar, cruzaré la puerta y veré que maravillas me depara esta fantasmagórica vida. Los dejo aquí, y si saben de algún vecino al que le tiran las patas, llaves de agua que gotean sin parar o teléfonos que vibran sin que les llegue notificación alguna, díganles que prometo solemnemente dejar de molestar a cambio de cerveza barata y unas papas fritas, nada muy refinado.

Versailles

            Nos sentamos los dos a la orilla de la entrada del metro, esperando que alguno tomara prestado el valor de ambos para poder hacer esa pregunta que nos perseguía hace días, desde hace kilómetros, muchos kilómetros. Al final tuviste que ser tú, por supuesto: De los dos solo tú podrías atreverte a dar semejante salto al vacío, ofrecerte como un sacrificio a favor de la certeza que solo era capaz de darnos esa pregunta que se nos hacia esquiva, más por miedo que por incertidumbre. Me lo dijiste tal como yo lo hubiera hecho, titubeando, rengueando, mirando desde abajo, a pesar de que estabas arriba mío. Siempre lo estuviste. Miraste al horizonte, borroso, inseguro, incierto, y con la inercia de quien se quita un ancla del pecho disparaste sin reparos, olvidando dudas y pidiendo honestidad. Eso es todo lo que podía darte. Me preguntaste que pensaba, que pasaba por mi cabeza, que opinaba de lo que estábamos viviendo. Se que no hiciste ninguna de esas preguntas, pero sentí como todas las dudas que pesaban en tu corazón se agolpaban en mis oídos mientras mi cabeza trataba de responderlas todas al unísono y poder dar una sola respuesta elocuente, elegante, ocurrente. ¿Lograrlo jamás fue una opción, no? Miré al suelo un segundo y traté de responder, pero el aire apresó mis pulmones y un aliento seco escapó de mis labios, mudo. Te miré tratando de encontrar un salvavidas, allí donde siempre encontré apoyo, donde espero siempre encontrarlo, y no me defraudaste. No lo hiciste nunca. Tus ojos, que siempre fueron mi debilidad, aflojaron todo en mi interior, entibiaron los témpanos y dejaron fluir palabras torpes, tambaleantes, pero honestas. Creo que lo sabes mejor que nadie, pero la honestidad nunca ha sido mi fuerte, a pesar de que contigo siempre logré ser transparente. Tienes ese efecto en la gente.

            Es difícil explicar lo que uno siente, en especial cuando se le mete tanta cabeza. Al corazón lo que es suyo y que la cabeza no joda. O eso me gustaría pensar. Respondí a tu tímida pregunta con un par de palabras asustadas, escondidas entre las rocas de la realidad, detrás de las mochilas que acompañaban nuestro improvisado escenario. Realmente lo pasé increíble los días que estuvimos juntos, y no me refería solo a los que habían pasado recién, sino a todos. Cada día contigo fue una aventura, un recorrido de autoconocimiento, de cultura, de aprender, de jugar, reír, burlarnos de la vida toda. No creo encontrar una persona como tu en ningún lado, ni hablar de lo que hablamos, soltar carcajadas al viento sin preocuparnos de apariencias ni sociedades opulentas. De cada tanto en tanto nos mirábamos y sentía como los dos pensábamos lo mismo: Esto no puede ser para siempre. Creo que siempre hubo algo, ese je ne sais quoi que se interponía entre nosotros. Reconozco toda la culpa acá, por ser testarudo, duro, por tratar de mirar a otro lado cuando eso me hacía ruido y tal vez podríamos haberlo sorteado si lo hubiera hablado contigo. No lo se, pero no puedo dejar de culparme por ello, no puedo dejar de pensar en que habría pasado. ¡C’est la vie y que todo siga! No soy así, y ambos lo sabemos. Le daré mil vueltas al asunto, pensaré quien sabe cuanto tiempo sobre ti, tu humor inocente y negro al mismo tiempo. Fuiste vida cuando era lo que más me faltaba. Belle Epoque.

            Conversamos un buen rato, compartiendo abrazos que se sentían tan cálidos, pero tan tristes, que solo de pensarlo siento que mi alma se retuerce de pena. Nos sentamos a comer algo en un café cercano, por que la verdad es que no comíamos nada desde hace horas, y ambos necesitábamos descansar un momento nuestros pensamientos. Hablamos un poco más y por un segundo todo pareció normal de nuevo, como si nunca hubiésemos abierto esa caja de pandora que se mantuvo cerrada hasta ese momento. Tomamos un taxi a tu casa y recuerdo haber tenido que subir y bajar mi mochila mil veces por que siempre olvidaba algo. Tu respuesta siempre fueron carcajadas y una sonrisa que me decía torpe con ternura. Llegamos y tus perros saltaron encima tuyo, no creo tener memoria de una escena más entrañable entre un amigo canino y su dueña. Nos miramos una ultima vez y nos despedimos, sabiendo que aun había mucho que decirnos, pero las palabras nos evitaban, las expresiones se escondían detrás de nuestros corazones y la verdad tendría que esperar un par de días. Eventualmente llegaron, y calaron tan hondo como esperaba que lo hicieran. Al final nos dijimos adiós, sabiendo que para los dos sonaría como un hasta luego. Al menos espero que así haya sido.

            Tal vez en un futuro nos encontremos en un rendezvous que jamás planeamos. Escucharé a lo lejos una carcajada producto de un podcast irreverente, o tal vez tu escuches unos audífonos reproduciendo a Sulfjan Stevens, o a 31 Minutos. Podría ser viendo las noticias, un reportaje sobre el movimiento ambientalista que está generando revuelo en el momento y encontrarme con que lo lideras tú. Cherchez la femme. Tal vez nos encontremos bailando, en una suerte de deja vu. Lo más probable, en todo caso, es que más temprano que tarde,  hablemos nuevamente, como gente civilizada, sobre temas irrelevantes, contemporaneidades o formalidades varias. Espero que si me vez aburrido, cansado de la rutina y la monotonía de nuestro rubro, me recuerdes la joie de vivre, me cuentes de tu vida y vayamos por un café, o demos una vuelta por alguna montaña, siempre que tu rodilla y mi estado físico lo permitan. Esperaré expectante a que te rías de mi pomposa escritura o decirme que algo que hago no es para nada propio de mí: Quiero decirte que en poco tiempo ganaste el derecho de poder decirme eso.

Espero que si alguna vez lees esto, sea una sonrisa lo que inunde tu alegre rostro, y perdones mi impertinencia por revelar lo que, al menos para mí, ha sido de las intimidades más grandes que he vivido. Merci pour tout.

Tres de la Mañana

Es tarde y hace frío. La soledad me abraza como el único abrigo que tengo, además de un tibio recuerdo de lo que era mirar a esa persona mientras se quedaba dormida en el asiendo del copiloto, acompañándome desde su inconsciente en una breve travesía al mar, a la arena, a la brisa, a la paz propia que produce aquel conjunto. Es demasiado tarde ya, y hace mucho, mucho frío. Las estrellas, instaladas en el firmamento, juegan a emparejarse y formar figuras, como burlándose de que mi única compañía fuera una luna que me miraba lastimeramente. Yo también la miro de la con estos ojos agarrotados de tanto buscar y noto que de ella escurre un delgado río que cae sobre mi cabeza.

Como una lagrima eterna, los pesares lunares recayeron en mis hombros fatigados, agotados por cargar con esa mochila que mi cabeza no deja ir. El ruido de la noche perdió la voz y las estrellas que iluminaban mi camino fueron escondiéndose tras los velos grises de algodón y agua. El río de lágrimas seguía cayendo sobre mi cabeza y ahora eran las nubes las que me acompañaban en el largo trecho que faltaba para llegar. Un aullido canino sonó agudo, lejano, y mi corazón respondió con un susurro. La luna se perdió entre los nubarrones grises, como avergonzada de su intensidad, su pasión, avergonzada de ser diferente a las estrellas. Me pregunto si se sentirá sola sin mi compañía, así como yo añoro tanto la suya.

Buscando un poco de calor, abrí mi pecho con el puñal que me atravesaba la espalda y de adentro solo salió humo, olor a trapos quemados, un destello apagado. Miré al cielo noctambulo y entre las cortinas grises pude ver a la luna escandalizada, llorando. No lloraba por estar sola, ni por tu ausencia, ni por la mía. Tampoco por el fuego entre mis costillas, la herida en mi espalda o la pesada mochila que llevo a todas partes. Las lágrimas que derramaba eran por no saberse brillante, por no poder bailar sola, por buscar las estrellas y añorar su fulgor, sin saber que ella es la luz más brillante, la dueña de la noche, única guía en la penumbra nocturna para quienes pernoctamos de día para vagar de noche. La luna lloraba por no quererse.

Tanta pena, tanto dolor, el verse a un lago espejado y aborrecer su reflejo, distorsionado por su propia concepción de la realidad, por su visión viciada. La entiendo tanto, como quien se rodea de sombras en búsqueda de alguna compañía, para terminar sintiéndome más sólo de lo que estaba antes. No hay peor soledad que la compartida, esa que te alieniza, te hace sentir un extranjero, un inadaptado. Camus tenía tanta, pero tanta razón. A veces, nos falta estar un poco más solos, apartarnos, respirar profundo y confiar en que estaremos bien, en que yo estaré bien y no necesito a nadie para estarlo. Tal vez la luna no puede vivir con la soledad y no soporta que las nubes la separen de la tierra que ella tanto añora. O tal vez ella llora por que entiende que, tarde o temprano, ella será su única compañía. ¿Por qué más podría llorar la luna?

Manantial Azul

Abrí mi pecho
Y salió humo
Dolor negro
Un corazón deshecho
Trama y desenlace
En una frase
Carbón y leña
Combustible, combustible.

Haría rimas
De mis palabras
Compungidas
¿Pero para quién?
¿Para mí?
No me importa
¿Para ti?
Ya no existes

Canciones tristes
Eco de la voz
Que resuena
En mi cabeza
¿Belleza?
No lo creo
¿Horizonte?
No lo veo

El río
Que nace
En mi ojo
Derecho
Apaga
El incendio
De mi corazón
Agarrotado
Cansado
De palpitar
Sin más razones
Que para vivir

Si la vida
Fuera solo una
Quisiera por siempre
Dormir

Casi Coherente

Camino coaccionado por la convicción de quien conoce las cosas cuestionándose creencias y conocimientos que, considerando causa y consecuencias, son conocidos como correctos, aunque confusos, casi capciosos, criticando la correcta concepción con que, quien quiere creerse creador de corrientes culturales, conceptualiza, cuidando las características que conforman el cuerpo y corteza, cuestiones cabalmente comprendidas cuidando el concepto completo, ya sea carente de corazón o carisma, coronando con crueldad el confesar cosas creadas como camino para convencer y corromper el carácter que caracteriza a quienes creen cualquier calumnia. Concluyendo, creo comprender que cosas consideradas como conceptos correctos, cualquier conocedor cualificado es capaz de caracterizar como corroborados considerando confusiones y cuestiones confabulativas. Creo que, complicado y confundido, caí en una conversación innecesaria, casi coherente.

martes, 18 de febrero de 2020

Juguemos un Poco

Crecer no es problema, sino olvidar. No me refiero a olvidar nombres o letras de canciones. Importante no me parece ya recordar las palabras de un poema o las alineaciones de tal equipo de futbol el año en que rompieron quien sabe que record. No, me refiero a olvidar sentir, y no solo eso, a manifestarlo de manera descontrolada, irreverente, honesta hasta la torpeza. Decir te quiero a tus padres, gritarlo en un salón lleno de gente sin sentir vergüenza alguna. Hacer de lo superfluo, esencial solo con el ímpetu vigoroso de la inocencia indiscriminada. Correr por los pasillos conversando con gente nueva, maravillarse con la diversidad. Que lo diferente sea novedoso y no extraño.

¿Qué es lo que mueve los sentimientos? Desde el compartimiento ubicado en el pecho, hasta salir de nuestros labios como una verdad imperecedera, las emociones son solo la abstracción de los pensamientos enmarañados, tratando de ser desenredados e hilados en un telar para darse a entender al mundo. O tal vez solo para entenderlos uno mismo. A veces me da la impresión que el olvido solo es un colador de lo esencial al momento exacto, priorizando a medida que uno avanza en la vida, dejando de lado la inocencia por la ambición, la curiosidad por la precaución, la libertad por la seguridad. Luego de unos pocos años, aun no siento que valga la pena el cambio.

Y me pregunto como volver a los antiguos valores infantiles que tanta alegría nos dieron. Para mi, la verdad, no son tantos años ¿Pero para mis padres? ¿Y sus padres? ¿La fuerza de la costumbre se puede olvidar a un costado de la acera como una colilla de cigarro? Tal vez nos hace falta paciencia, sentarnos en un parque y olvidarnos un rato de la sociedad, subirnos a un columpio, bajar por un resbalín, caminar bajo la lluvia, tomar un helado y terminar con un bigote sabor chocolate. Juguemos a ser niños hasta que se nos olvide que estamos jugando, pero tampoco olvidemos que hoy nos toca ser adultos. Seamos responsables, pero comprensivos, serios y divertidos, decididos y tiernos. No dejemos que el reloj nos consuma, pero tampoco nos perdamos en una caja de arena.

Desde Hornopirén

El movimiento inserto en la costumbre misma del viajero se vuelve inerte en el reposo calmo, en la fugaz pausa, el momento exacto. El saco donde descansan los pesares diurnos se transforman en sueños y la vida pasa por un instante que siempre parece demasiado corto. Relatos afloran junto el alba con olor a café, a te, a tostadas y mate. Raciones de marcha se ajustan al cinto y el peso del viaje, cada vez más liviano, se posa entre la nuca y la espalda para ser cargada hasta el próximo remanso. La brisa se roba mi gorra y una gaviota dirige el rumbo hacia la costa. Carreteras y transbordadores.

El cansancio que antes parecía general, ahora solo es estela del hambre que habita en los corazones, la curiosidad en las sonrisas, el horizonte en las miradas. Las pupilas como brújulas apuntando hacia adelante, al sur eterno y desconocido, misterioso e indómito. El calor tibio contrasta con la fría brisa que nos acompaña mientras atravesamos el mar abierto, intentando mantener la costa a la vista con los ojos entrecerrados tras celdas de largas pestañas. La vibración, propia de una embarcación ronrroneante, relaja los músculos hasta el nirvana, calmando el tiempo y dándole una merecida pausa a una planificación que se desarrolla sobre la marcha. De aquí en adelante nadie tiene muy claro donde vamos.

Para llegar rápido, viaja solo, liviano, a paso veloz y certero; pero para llegar lejos se precisa compañía amena, conversaciones largas, palabras honestas y un animo contagioso. Cuando los tobillos se hacen sentir, el agua escasea, la ruta se difumina y los minutos se hacen eternos, son las carcajadas, los relatos, las preguntas aparentemente estúpidas las que nos rescatan de los problemas pasajeros, propios de estas instancias donde la comodidad de la sociedad de concreto es removida de manera voluntaria.

El sonido de las aves marcando los compases, el murmullo del rio contrastado con la brisa y los brazos de los arboles meciéndose al son del éxtasis sureños. Una armonía frenética y suave, calma y descontrolada. Paradoja compleja que levanta hacia el cielo la mirada, mientras los pies reposan sus huellas sobre piedras y raíces. Caminos encumbrados llevan a paseos apacibles entre lluvia diurna, viento vespertino. El dormir se lleva los pesares y una vez el calendario se da cuenta, todo vuelve a su lugar de origen. Lo que sube baja, lo que se va, vuelve. Los corazones que un día partieron, hoy son un poco más grandes, más hambrientos, llenos de pequeños recuerdos del sur. Así, lo que comenzó por azar, termina por destino, tras un carrusel de experiencias y paisajes. La mochila se volverá a cerrar, con la certeza de ver la luz algún día. Más pronto que tarde, espero.

A Veces Escribo

A veces tomo el teléfono, me instalo en una nota en blanco y me pongo a pensar en que escribir. No es que alguien me lo hubiera pedido o si lo necesitara para algo. Ojalá nunca tener que necesitar escribir algo que me apasiona a la fuerza, porque no sería capaz de re leer ese trabajo bastardo. No, a veces solo me instalo en notas porque se me ocurre hacerlo, no por que tenga una idea o sienta que no he escrito hace mucho. No funciono así, la verdad. Hay días que escribo dos o tres cuentos, incluso más, y otras épocas en las que no escribo nada por meses. No se lo atribuiría a la inspiración ni a nada, solo a las coincidencias de la vida, de encontrarme frente a una nota en el momento de querer escribir algo. La verdad es que la mayoría de las veces me encuentro una idea para un cuento interesante, y se me olvida antes de que se me ocurra anotarlo. Cabeza de pollo dirán algunos. Otras veces alcanzo a anotarlo y lo dejo como un proyecto a futuro, ya sea por que no me siento con ganas de escribir o por qué no tengo tiempo. Ahí está otra cosa: soy tremendamente disperso y me cuesta retomar una idea cuando esta ya ha reposado, necesito ese envión inicial.

A veces ni siquiera se lo que escribo. ¿Será un poema? ¿Una décima? ¿Estilo libre? Tal vez escriba un cuento como corresponde, esos que tienen principio y final, o tal vez solo de vueltas sobre el papel hasta que encuentre que hable demasiado y lea todo una vez, para saber si tiene algún sentido o son solo divagaciones difuminadas por ideas que se enredan como audífonos en un bolsillo. Y si en el mismo bolsillo también hay unas llaves, dalo todo por perdido. No, a veces solo escribo y confío que las palabras me llevarán a algún lugar, que a la larga harán sentido. Se van armando como peldaños en una escalera y yo solo recorro el tramo, subiendo y bajando, zigzagueando erráticamente en un estilo que me gustaría decir propio, pero que probablemente alguien ya se lo adueño hace años. Me gusta pensar que a veces cuando escribo, hablo de tanta estupidez sin sentido que los que me leen, que hasta ahora no se si son muchos o pocos, se dan cuenta que cualquiera puede hilar dos palabras de una forma tal que hagan sentido, y decidan contar sus experiencias, una historia que se les ocurrió, un sueño loco, una anécdota divertida, un pesar doloroso o un recuerdo importante. Por favor escriban, escríbanlo todo, hasta que las palabras se cansen de ser conjugadas, manipuladas, entremezcladas. Hasta que las letras se aburran de tomarse de la mano para darle sentido al imaginario privado del departamento que cada uno de nosotros tiene entre ceja y ceja.

A veces escribo por que necesito sacar algo de mi pecho, aunque no sepa bien que es. Hoy fue así, puesto que sentía una congoja que no podía ahuyentar con nada, ninguno de mis trucos funcionaba. Lo intenté con mate y solo se me apuró la cuchara, me comí un pan con huevo y me sentí gordo. Hice unas flexiones y me sentí  tonto. Leí un rato un libro sobre reflexiones de vida, y se me ocurrió que en verdad nadie sabe nada de nada. Salí con mi mamá y eso me levantó el animo un poco. Aunque aún sentía el pesar en el pecho. Me dispuse a manejar y armé una lista de música perfecta para perder la voz cantando y gritando, y si bien eso me hizo sentir feliz, el peso no se fue. Vi los últimos capítulos de una serie increíble, y el peso que antes sólo molestaba pasó a ser un agujero que perforaba mi pecho. Me acosté en mi cama, ya medio rendido frente a la situación, cuando mi perrita se me abalanza encima y se encarama a mi costado, con todo el calor que hace hoy en día. Eso me levantó la cabeza y decidí escribir. Y aquí estoy, escribiendo.

Esto También Va a Pasar

Alguna veces me detengo a pensar y por un momento cruza mi cabeza el deseo de que mi vida fuera como una película. Ya saben, trama predecible, un conflicto a la mitad y que todo resultara bien al final. Me gustaría poder escuchar la música de esta película y así darme cuenta cuando son los momentos alegres, esos que hacen que el corazón del espectador se entibie, se apriete un momento, para luego soltar toda la emoción en un resoplido de alivio, una carcajada en conjunto conmigo, el protagoniza de esta película. Imaginen, aunque sea por un segundo, el poder reconocer esos instantes que en el futuro atesorarán por siempre, esos abrazos apretados de un abuelo que ya no vimos más, cantar una canción junto con amigos, como si el mañana no fuera nada más que una hipótesis, una teoría, donde el ahora se esconde entre risas estrepitosas que dan paso a cómplices miradas, un nuevo acorde y gargantas castigadas por tanto grito desentonado. Un sorbo de mate mientras manejo despreocupado, escuchando una canción en inglés que intento cantar, sin importarme si me se bien la letra o si solo hablo en un idioma que nadie más que yo entenderá jamás. Espero que algún día alguien más lo haga.

Me gustaría también saber cuando la música apunta al suspenso, al peligro, al inminente golpe que se aproxima trepidante. ¿Por qué? No lo se en realidad. No es como que pueda evitarlo ¿O si? Tal vez solo para poder prepararme, afirmar la cabeza y evitar caer a la lona con cada embate del destino. Cuando me lesione en la mejor temporada de mi vida, cuando reprobé mi primer examen. Cuando murió mi perro. Si tan solo me hubiesen avisado que esa sería su última noche, no me habría despegado de su lado. Si me hubieran avisado que esa relación que tanto trabajé por qué funcionara dejaría secuelas, tal vez habría tenido más cuidado, no me habría abierto tanto.

Tal vez de eso se trata todo esto. De aprender al paso que la vida es impredecible y que la tómbola nunca deja de girar. A veces tienes suerte y sacas un papelito que te deja ahí, perdido en un lugar del sur, escuchando la brisa planear sobre un lago cristalino. Otras veces toca avanzar a punta y codo entre la mierda, te peleas con tus padres y dices cosas que no te gustan. A veces una lágrima se aloja en tu cuenca y no tienes claro que es lo que te perforo el corazón esta vez, y te gustaría escuchar la canción de la película para saber si vas a salir de esta. El secreto está en que siempre se sale. No recuerdo quien fue el hijo de puta que me dijo esta frase, pero la atesoro como el único salvavidas en un momento complicado de mi vida: La mierda siempre sale a flote. A veces tendremos días que pensamos que todo se viene abajo, los pilares derrumbados y todo parece ruinas de lo que alguna vez fue una vida hecha y derecha. Otros días vamos a despertar y el sol va a entibiar el rostro con un calor único, esperanzador. Tu tranquilo que todo pasa.

Ode to Joy

She was cute as a flower
And dangerous like love
Nobody never owned her
Not even herself

Between a loving life
Full of certainty
Or the chaos of
Loneliness
She always seeked
The independent silence
The only drop of the rain
To fall out of the pond

Walked the road
Like she own it
Because she did
Or that’s what she felt
And what’s more important?
Knowing the truth
Even if you don’t accept it
Or just making it up

She had a fine mind
Enough to talk alone
And that’s everything
She ever needed

To be honest,
I really don’t know her
It was just a glance
A pickpocketing one
The way she looked
How she didn’t
The life we spend together
Never felt like one
The bench where we seated
To be alone together
Seems much more lonely now
While I’m remembering it

And thats all she ever was
Just a flipping coin
Where both sides
Told everybody to fuck off

I remember her fondly
Even if she don’t know me
Or who I am,
Or who I was, at all
But she was cute as a flower
And dangerous like love
Nobody never owned her
Not even herself

Momentos de Calma

Un cielo nublado que se siente demasiado cómodo como para querer quitarle la mirada de encima, un viento leve que levanta los pensamientos y los alza al vuelo como cometas que se olvidan del presente, del tiempo, del ser. El cálido abrazo del sol que se cola entre la resolana para entibiar la piel y los sentimientos que conserva, resguardados de las inclemencias del tiempo. El canto efímero de aves escondidas en las copas de árboles que se mecen suavemente al ritmo de notas agudas, trinares perennes. A lo lejos, un horizonte cómodo, contorno de montañas inexploradas, difuminadas por la distancia y el desenfoque, nos recuerda que la vida no solo se vive hoy, que hay algo más allá del sol, más allá del mar, más allá de ese cielo transparente. Algo reside en todos nosotros de manera inexcusable, y solo un número ínfimo de personas serán los que alcancen a conocer los recónditos pasajes de la realidad misma del existir propio. Tal vez nunca me pase a mi, y eso está bien también.

Un amigo en la adversidad, un can en la soledad, un roble en el desierto, un libro, un concierto. Una canción delicada, dedicada, un poema recitado con el sentimiento en la garganta. Una película que nos hace vibrar, que nos apela a pensar, sentir, llorar, gritar, vivir. Vivir. Un puzzle que sea un desafío y nos obligue a crecer, un acertijo que arranque una carcajada de las fauces de la complejidad. El amargo sabor de un mate compartido con un amigo del alma y una conversación pasajera. La arena atrapando los dedos al paso, el ruido del mar, de las gaviotas. El olor a pasto mojado, el disfrutar un deporte bajo la lluvia, el crujir de las hojas quemadas por el otoño. Los colores de la primavera, el olor a café en invierno. El sonido del roce de las hojas a medida que devoramos el contenido de un libro superfluo, dinámico, profundo, reflexivo. El peso de una frazada sobre la piel de gallina. La lengua de un perro recorriendo el perfil del rostro, el ronroneo de un gato al sostenerlo entre los brazos.

Paz y pertenencia son dos sentimientos que nos agolpan el pecho de vez en cuando para subir la escalera hasta llegar al tejado, sonrojar las mejillas, dibujar una sonrisa satisfecha y cerrar las cortinas por un instante, entregarnos al momento, al estar sin ser, al existir por qué si. Solo un momento de calma en un mar de tribulaciones puede devolver el color pastel al apagado monocromático de lo cotidiano. Tal vez nos olvidamos que la felicidad no está en ningún lado del todo, sino que un poco en cada lado.