Crecer no es problema, sino olvidar. No me refiero a olvidar nombres o letras de canciones. Importante no me parece ya recordar las palabras de un poema o las alineaciones de tal equipo de futbol el año en que rompieron quien sabe que record. No, me refiero a olvidar sentir, y no solo eso, a manifestarlo de manera descontrolada, irreverente, honesta hasta la torpeza. Decir te quiero a tus padres, gritarlo en un salón lleno de gente sin sentir vergüenza alguna. Hacer de lo superfluo, esencial solo con el ímpetu vigoroso de la inocencia indiscriminada. Correr por los pasillos conversando con gente nueva, maravillarse con la diversidad. Que lo diferente sea novedoso y no extraño.
¿Qué es lo que mueve los sentimientos? Desde el compartimiento ubicado en el pecho, hasta salir de nuestros labios como una verdad imperecedera, las emociones son solo la abstracción de los pensamientos enmarañados, tratando de ser desenredados e hilados en un telar para darse a entender al mundo. O tal vez solo para entenderlos uno mismo. A veces me da la impresión que el olvido solo es un colador de lo esencial al momento exacto, priorizando a medida que uno avanza en la vida, dejando de lado la inocencia por la ambición, la curiosidad por la precaución, la libertad por la seguridad. Luego de unos pocos años, aun no siento que valga la pena el cambio.
Y me pregunto como volver a los antiguos valores infantiles que tanta alegría nos dieron. Para mi, la verdad, no son tantos años ¿Pero para mis padres? ¿Y sus padres? ¿La fuerza de la costumbre se puede olvidar a un costado de la acera como una colilla de cigarro? Tal vez nos hace falta paciencia, sentarnos en un parque y olvidarnos un rato de la sociedad, subirnos a un columpio, bajar por un resbalín, caminar bajo la lluvia, tomar un helado y terminar con un bigote sabor chocolate. Juguemos a ser niños hasta que se nos olvide que estamos jugando, pero tampoco olvidemos que hoy nos toca ser adultos. Seamos responsables, pero comprensivos, serios y divertidos, decididos y tiernos. No dejemos que el reloj nos consuma, pero tampoco nos perdamos en una caja de arena.
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