martes, 18 de febrero de 2020

Momentos de Calma

Un cielo nublado que se siente demasiado cómodo como para querer quitarle la mirada de encima, un viento leve que levanta los pensamientos y los alza al vuelo como cometas que se olvidan del presente, del tiempo, del ser. El cálido abrazo del sol que se cola entre la resolana para entibiar la piel y los sentimientos que conserva, resguardados de las inclemencias del tiempo. El canto efímero de aves escondidas en las copas de árboles que se mecen suavemente al ritmo de notas agudas, trinares perennes. A lo lejos, un horizonte cómodo, contorno de montañas inexploradas, difuminadas por la distancia y el desenfoque, nos recuerda que la vida no solo se vive hoy, que hay algo más allá del sol, más allá del mar, más allá de ese cielo transparente. Algo reside en todos nosotros de manera inexcusable, y solo un número ínfimo de personas serán los que alcancen a conocer los recónditos pasajes de la realidad misma del existir propio. Tal vez nunca me pase a mi, y eso está bien también.

Un amigo en la adversidad, un can en la soledad, un roble en el desierto, un libro, un concierto. Una canción delicada, dedicada, un poema recitado con el sentimiento en la garganta. Una película que nos hace vibrar, que nos apela a pensar, sentir, llorar, gritar, vivir. Vivir. Un puzzle que sea un desafío y nos obligue a crecer, un acertijo que arranque una carcajada de las fauces de la complejidad. El amargo sabor de un mate compartido con un amigo del alma y una conversación pasajera. La arena atrapando los dedos al paso, el ruido del mar, de las gaviotas. El olor a pasto mojado, el disfrutar un deporte bajo la lluvia, el crujir de las hojas quemadas por el otoño. Los colores de la primavera, el olor a café en invierno. El sonido del roce de las hojas a medida que devoramos el contenido de un libro superfluo, dinámico, profundo, reflexivo. El peso de una frazada sobre la piel de gallina. La lengua de un perro recorriendo el perfil del rostro, el ronroneo de un gato al sostenerlo entre los brazos.

Paz y pertenencia son dos sentimientos que nos agolpan el pecho de vez en cuando para subir la escalera hasta llegar al tejado, sonrojar las mejillas, dibujar una sonrisa satisfecha y cerrar las cortinas por un instante, entregarnos al momento, al estar sin ser, al existir por qué si. Solo un momento de calma en un mar de tribulaciones puede devolver el color pastel al apagado monocromático de lo cotidiano. Tal vez nos olvidamos que la felicidad no está en ningún lado del todo, sino que un poco en cada lado.

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