miércoles, 15 de abril de 2020

Barro Tal Vez

Por suerte tengo buena vista, 20/20, nítidamente reconozco cada línea, cada contorno y color, hasta distingo las texturas solo con mirarlas. Ahora mismo veo mi libreta, la acaricio un poco a ver si hoy se deja escribir, pues hace días que no me lo permite. El lápiz se desliza suave y tranquilo, buscando donde caer certero, alternando sufijos, características, adjetivos, palabreando sin sentido claro. Suelo hacerlo. Una pulsera que hice yo mismo tintinea con cada muñequeo necesario para ejecutar las figuras que conforman nuestro vocablo, y me recuerda que estoy escribiendo. Me gusta escribir. De fondo suena el Flaco Spinetta con su regalo póstumo, Ya no mires atrás. Luis Alberto, tan acertado siempre.

Antes de poder darme cuenta, lo que antes era definido y objetivo empezó a perder sus bordes. Los colores se desparramaban fuera de sus figuras lentamente, de a poco huyendo de sus barreras, de los obstáculos y contenciones que los mantenían en su lugar. Sin notarlo, el blanco del papel se había apoderado de mi mano transfigurada, el negro del bolígrafo (tanto que me gusta esa palabra) se inyectaba decidida en la mesa que sostenía todo este surrealismo. Dada. Las texturas que en algún minuto sentí tan solidas, ahora solo son un algodón difuminado, extendiéndose sobre todo mi lugar de trabajo. Detrás de todo esto sigue sonando el Flaco, susurrándome al oído que todo lo que sueñe, y no diga, tal vez será canción. Canción.

Las nubes de colores ya no solo desfiguraron todo a su paso, sino que también, ante mis rojos ojos atónitos, generaron clones, réplicas de mis propias manos, emparejándolas como si fueran víctimas de un desdoblamiento. Así, cada pareja se movía al unísono, simétricamente, imitando cada gesto, cada nervio, cada poro. Las intenté girar y, con asombro, comprobé que aún tenía control sobre ambas, y sus respectivos dobles. A pesar de esto, no pude evitar sentir que me observaban, que me entendían. Tanto que han hecho por mi y tan poco que me piden a cambio. Ni eso les doy, en todo caso. Súbitamente, una de ellas, o un par, de acercó a mi rostro y restregó mi ojo, liberando una pequeña lágrima que estaba atrapada dentro mío. Ella saltó lejos, y todas las demás que hacían fila detrás suyo la imitaron hasta el cansancio. Catarsis.

Flaco querido, catarsis, canción. Veo todo calor nuevamente, y me doy cuenta que sólo tenía una pena encerrada adentro mío que no me dejaba ver, que acomplejaba el pensar. Solo faltaba dejarla salir a pasear, soltarla a la vida y que hiciera lo que le diera la gana, liberarla de ese encierro injustificado. ¿Por qué necesito llorar? No tengo ni la más mínima idea, solo me dieron ganas de hacerlo, y lo hice. No alcance ni a meditar sobre este pensamiento que atravesaba mi cabeza cuando una carcajada explosiva se coló entre mis dientes. Resulta que nunca fue una lágrima de pena, sino una de júbilo, y yo intentando mantenerla encerrada. Ay Flaco. Canción, canción.

No hay comentarios:

Publicar un comentario