En
el colegio siempre me enseñaron lo importante que era el silencio. Es algo que
hay que guardar y atesorar, una forma de mostrar respeto, un medio civilizado
de mantenerse en sociedad, la manera correcta de estudiar y el único modo de
responder a las autoridades y los mayores. Tantos años escuchando maravillas
del silencio, de cómo leer en silencio es la manera correcta de leer, cómo
memorizar en silencio es la mejor forma de memorizar. Pensar que solo estaban
regando plantas de ignorancia. Sordas tapias, ciegos topos.
Cuando
entré a la universidad me enseñaron que hacer ruido no es tan malo. Pero solo
un poco, y en coro con el resto de mis compañeros. Todos cantando las mismas
canciones, entonando las mismas notas en un solo tiempo. Orquestados por un profesor,
obviamente. Cantábamos los bemoles cuando nos bajaban la mano y sostenidos
cuando la alzaban. El silencio invadía la sala cuando cerraban la mano. Acción
y reacción, como aquella emotiva película francesa.
Pero
fue en la misma universidad donde la imaginación, o mi Síndrome de Atención
Dispersa, Hiperactividad e Impulsividad como me dijeron todos, me mostró cómo
hacer ruido fuera de las notas que dictaban los profesores. Distorsiones
surreales, quebrantamiento de las leyes musicales impuestas por los que saben
más que nosotros. ¡Qué bonito que es el ruido! ¡Qué bien se sienten los oídos
vibrando enrabiados y la voz quebrada de tanto gritarle al cielo!
No
puedo ser injusto y llevarme toda la gloria. Debo reconocer que no fue solo la
imaginación la que abrió las puertas que estuvieron años cerradas. Profesores
rupturistas nos invitaban a pensar. ¡A crear! Hacer algo por nosotros mismos,
inventar algo, fabricar nuestra realidad. Generar desde la nada, en contra de
todo lo que Newton nos enseñó en años pasados. Profesores que se sientan sobre
la mesa, no porque quieran parecer más altos o más juveniles, sino solo por qué
lo encuentran más cómodo. Autoridades que se refieren al subyugado con respeto,
franqueando aquella barrera que a nosotros nos está prohibido saltar, para que
ambos discutamos ideas cara a cara, sin peldaños de por medio.
Un
soul desenfrenado entra por mis odios mientras escribo estas líneas, que
escapan de mis dedos como si trataran de perderse en el papel antes de ser
olvidados en los confines de mi corta memoria. El ruido es el nuevo silencio,
el grito desgarrado es el nuevo puño en alto. Cambiamos paradigmas entrelazando
notas estridentes y voraces, con hambre de ser oídas por mentes frescas y
abiertas a esta nueva realidad.
El
ruido libera nuestros deseos más profundos, pero no olvidemos que debe ser liberado
con cuidado, no desbocado a la vida. Para ello debemos utilizar a nuestro favor
lo que durante tantos años usaron para amarrarnos. El silencio marca el camino
del grito y lo guía por el sendero que debe recorrer. Nunca hay que hacer tanto
ruido como para opacar a los demás, pero tampoco está bien sumirse en el
silencio para que el resto nos calle.
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