El tiempo es oro. Bueno, no oro, tal vez dinero. Para ser
precisos, tampoco es eso. El tiempo es solo algo que pasa y no vuelve. Puede
dejar memorias o buenos recuerdos, pero lo único cierto es que jamás vuelve.
Nunca verán un reloj dar vueltas contra su propio sentido. O tal vez si, si es
que frecuentan museos progresistas y con ideas de arte algo abstractas. Pero si
hablamos de la gente común y corriente, como yo, el tiempo pasa y no vuelve. Lo
cual es lamentable, ya que con solo veinticuatro horas en un día me alcanza
sólo para cierta cantidad de actividades, dentro de las cuales leer no es una
de ellas, muy a mi pesar. Duermo lo suficiente para no estar cansado para
trabajar, trabajo lo justo y necesario para poder pagar el agua, la luz, la
comida y mi liga de fútbol. Juego una hora de fútbol al día, lo que es
suficiente para quedar lo cansado que necesito estar para poder dormir. Y luego
todo de nuevo. No es monótono ni una rutina, para quien piense que me estoy
quejando. Mi trabajo es increíble y me encanta dormir. Y el fútbol para que
decir.
El problema es que entre mi departamento y la oficina hay
una pequeña librería por la que siempre paso, y presa de un impulso
descontrolado, compro algún libro que llame mi atención. Ya debo tener mi pieza
llena de grandes novelas. Los poemas revolotean por el comedor y las historias
de ciencia ficción junto a la televisión. Un pintoresco escenario. Tengo de
todo tipo de libros, grandes y pequeños, con comentarios del autor y versiones
de bolsillo, tapa dura y sin tapa alguna. Pero nunca he podido leer ni uno
solo, pues no tengo tiempo para tal emprendimiento. Lo se, lo se, debo invertir
en mi intelecto, pero son tantos que ya no sé por dónde partir. ¿Alguna vez se
han visto envueltos entre tantas obligaciones y deberes que no saben por dónde
empezar a atacar esa lista interminable de quehaceres? Me divierte, pero al
mismo tiempo me preocupa.
Un gran amigo, en tono mordaz, me señaló que el único
remedio para la falta de lectura, es la escritura. Menuda estupidez. De que
quiere que escriba si lo único que se son palabras que aparecen en informes y
en diarios, cuando ni eso leo frecuentemente. Simplemente no hay tiempo.
Además, ¿De que podría escribir yo, un hombre corriente, con una visión banal
de la vida, cuyas actividades no son en nada espectaculares y quien la vida le
viene sin cuidado? ¿Sobre política? No se nada, menos que nada incluso. Y no me
siento culpable, nunca me ha interesado informarme sobre las catástrofes del
mundo. Sobre economía tampoco, pues los números se me dan fatal. Deportes me
parece interesante, pero para eso hay tantos hoy en día que cualquiera podría
hacer un blog con relatos deportivos.
Tal vez escriba sobre la gente. Personas cuya historia
permanece escondida, con un futuro prometedor. Seres majestuosos cuya aura
mística solo se compara al misterio mismo de sus intenciones obscurecidas entre
el tumulto de pasos y resonantes bocinas a lo largo de las concurridas
avenidas. Si, personajes tan controvertidos que ni aun ellos mismos tienen consenso
sobre quienes son, que es lo que buscan o siquiera que es lo que están pensando
en el momento preciso que transcurre mientras los observo con una mirada
inquisitiva, prejuiciosa y completamente parcial.
Por ejemplo, este tipo que me adelanta velozmente en
la calle mientras camino hacia la oficina. Su nombre es Tom Fornido, y es un
asesino en serie. Bueno, no es su nombre de verdad pero es el que todo el mundo
usa para referirse a él. Ha matado a cuatro sheriffs y aún nadie a podido
ganarle en un duelo. Tiene la zurda más rápida de toda la ciudad, solo vencida
en velocidad por la derecha más ágil, que también es suya. Si, tal como oyen,
Fornido no solo domina la zurda con destreza, también sabe apuntas, jalar el
gatillo y liquidar a su adversario con la derecha, todo en el mismo grácil
movimiento, incluso mejor que con la siniestra. Camina apurado hacia el Banco
Central, pues ahí se reunirá con sus pandilla, piensan atracar el banco de una
vez por todas y dejarlo limpio como el alma de Santa Teresa. Pistola en mano,
Tom Fornido, El pequeño Bob y Juan Gatillo, se preparaban para asaltar el
edificio, todo estaba listo, preparado y conversado. Incluso el botín ya estaba
invertido en brebajes caros en la taberna más lejana, al otro lado de la
alameda. Tom pateo la puerta y al contacto esta voló por los aires, cayendo
sobre el mesón del asustado banquero. "¡Esto es un asalto!" gritó
Juan Gatillo a todo pulmón, mientras el pequeño Bob ya estaba vaciando la
bóveda, los bolsillos de un caballero asustado y el collar del perro de una
dama que nada más de valor tenía encima. Todo iba acorde al plan, pero Tom no
contaba con la avaricia de sus compañeros, malditos mercenarios. Juan Gatillo
posó fríamente el cañón de su gastado Revolver Calloway en la nuca de nuestro
protagonista, mientras Bob aun no entendía bien que era lo que estaba pasando.
En solo un segundo, Tom demostró toda su habilidad al soltar un disparo certero
sin siquiera desenfundar su querido Revolver Schofield nacarado, desde la misma
funda perforo el cráneo entre ceja y ceja y dejó al señor Gatillo tumbado en su
espalda. El disparo alertó al alguacil y por eso es que hoy vemos a nuestro
estimado Tom corriendo por la avenida.
Bueno y las historias a veces pueden ser más complejas. Como
la del alto chico con polera roja que camina escuchando sus audífonos, moviendo
la cabeza al son de una batería frenética y una guitarra estridente. O eso
pensaría cualquiera que viera a este sujeto de pelo negro, que en realidad está
moviendo la cabeza al son de los cañones de Tchaikosvky. Si, el es el
renombrado director de orquesta Pitrov Leonechivinsky, un ruso ameno, que solo
adora al mencionado compositor por sobre el himno de la Madre Patria. No es que
le tocara vivir las barbaridades de esa época, sino que solo le generaba un
amor platónico la romántica idea del idealismo Marxista-Leninista. Estimado
camarada, si tan solo dejase sus ideales de lado, ya lo habríamos visto hacer
maravillas con la orquesta filarmónica de Viena. Una pena que por su anticuado
pensar, sus revolucionarias ideas sean desechadas por el conservadurismo
moderno. Una pobre alma perdida en el anacronismo del destino.
Y así, fui entreteniendo mi camino a la oficina imaginando
la vida de cuanto ser humano tuvo la desgracia de cruzarse en mi camino. Habían
algunos tipos que por cuidado no quise ni hacer una introducción a su historia,
me miraron con cara de pocos amigos. Otras damas que al cruzar la mirada solo
encontraba incomodidad reciproca y me cohibía de solo pensar en una historia
que pudiese ser posible, dentro del universo infinito de la imaginación propia.
Nunca he sido bueno para la comunicación con las personas del sexo opuesto, si
se entiende mi complejo. El problema fue que una vez ya en la oficina, el
proceso interno creativo no pudo detenerse para dar paso a monótono y
automatizado acto del trabajo propiamente tal. Que desgaste de tiempo y
recursos, fue increíble la baja productividad comparativa que se adueño de mi
durante las 10 horas que duro mi jornada laboral. Al final del día nada me
dijeron, lo atribuyeron a un mal día y hasta bromearon con que incluso a los
relojes, de cada tanto en tanto, había que darles cuerda. Creo que por algo de
ese estilo es que mis amigos me dicen Suizo.
Una vez llegado a la liga, mi rendimiento nuevamente fue
paupérrimo. Las pelotas parecían serme esquivas entre un mar de palabras que mi
cerebro arrojaba sobre el sintético césped, haciéndome engorrosa la tarea de
comandar el medio campo y llevarme el equipo al hombro como acostumbro. Incluso
la forma de pensar, las palabras que utilizo se escapan de la habitualidad de
mi léxico, es como si la mera idea de animar cada triste silueta que habita mi
alrededor me hubiese poseído hasta la medula y me controlase como un titiritero
o un ventrílocuo mediocre. El partido terminó con una desmerecida victoria a
nuestro favor, resultado de una serie de errores nefastos por parte del
contrincante, que bajo ningún respecto debería haber sido un rival de mérito
frente a nosotros. No es que seamos un equipo excepcionalmente talentoso, sino
que nos conocemos hace tiempo y todos jugamos ordenados, menos yo hoy, que
parecía un gato en un mar de palabras acuosas.
Ya en mi hogar. mientras preparaba rápidamente la cena, mi
cerebro pudo soltar cada uno de sus pensamientos para que vagasen a lo largo y
ancho de mi humilde apartamento, el cual equipado con lo justo y necesario, además
de una librería absurdamente virginal, no era envidiable en
ningún respecto. Y fue entonces cuando ví una silueta que jamás podré
olvidar. Al otro lado del espacio eterno entre los dos edificios, rodeada del
amarillo color de la luz artificial a la que tan acostumbrados estamos, una
silueta femenina resalto con sus pronunciadas curvas por sobre todas las demás
ventanas de luz que se me presentaban enfrente. Ella, entre todas las estrellas
de la tierra, dejó que cada farol lumínico apostado a la orilla de una calle no
fuera más que la propia introducción a la imagen más encantadora que un hombre
podría ver. Solo su silueta lograba engatusarme de manera absolutamente
involuntaria, me daba ganas de gritarle que la amaba de un lado del infinito
para el otro. Finalmente, el respeto y el pudor me pudieron, apartando la
mirada de tan increíble escena por respeto a aquella silueta de mejillas
rebosantes de sonrisa y una nariz tan perfecta que debe ser la envidia hasta de
su propia sombra. Y así fue como me encontré con un personaje a quien ninguna
historia que mi recién cultivada imaginación pudiese crear, le haría
justicia. No habrá jamás palabra alguna que pueda decorar la belleza que existe
tan distante, sin hacerla parecer obscena, recargada, artificial o burda. Este
personaje es perfecto a su manera, y no necesita ayuda alguna para ser
idealizado.
La calma lentamente vuelve a mi cerebro y estoy nuevamente
listo para perderme en la monotonía de la rutina, tranquilo de los resultados
de este alocado día, ya que jamás podré pagarle al azar la recompensa con la
que hizo brillar mi vida. Una sombra entre luces, que brilla más que mil soles
fulgurante.