Y es en el
silencio cuando más te echo de menos. Desearía dormirme una vez más apoyado en
ti, y descansar para siempre con la cabeza acurrucada entre tu pecho. Olvidarme de
quien soy, de lo que pienso y de lo que siento. Ser energía en tu regazo y
abrazarte con la fuerza de un corazón entregado a morir en la horca, condenado por
querer demasiado. Perderme en ti mientras mi mente revolotea pensando en el
increíble color que tienen tus ojos, a pesar de que tu solos los veas cafés.
Los cromáticos colores que despide tu mirada van más allá de cualquier rosa
conocida por el hombre. Y cuando despertaba, lo primero que veía era tu rostro
divertido, entonces mi cara de niño solo pasaba a ser la de un somnoliento
infante, emborrachado por la felicidad. Era tan perdidamente feliz, que ahora
me parece imposible encontrarme en las oscuras fauces de la soledad, la
distancia y el tiempo irresoluto. Finalmente, te envío un alegre y agradecido saludo
con lo único que puedo compartir contigo en este momento: Un cálido y distante
abrazo lleno de reconfortante silencio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario