lunes, 17 de junio de 2019

Una Anécdota Añejada en Roble


Déjenme refrescarles la memoria. Esto debe haber sido hace sesenta años, cuando éramos unos veinteañeros revoltosos y que nos creíamos dueños del mundo. Fuimos con Dino a comer a este restaurant que no logro recordar el nombre. ¿Te acuerdas de cuál hablo? Se que sabes, anda dime. ¡Ese que queda en Tobalaba, pues! Elegantón y armado de madera por lo que recuerdo, terraza basta y con vista a la calle. Las calles en ese entonces eran casi todas de adoquines y los autos eran la excepción que se permitían los ricos. Yo tenía uno, claro.

¿Dino, recuérdame otra vez en que estaba? A si, el restaurante. Bueno estábamos ahí comiendo y tomando hasta que me doy cuenta que en la mesa de al frente habían dos parejas, más menos de la misma edad, y que una de las jóvenes era estupenda. Realmente bonita. Y yo que era rey de la calle y medio bruto, no encontré nada mejor que decirle a la señorita todo lo linda que la encontraba. A la pareja, por supuesto, no le pareció nada el comentario y me dijo que era un imbécil, un hijo de puta y que me quedara callado. La verdad yo nunca he sido de partir las peleas, por cierto que nunca lo fui, pero cuando me buscaban, yo saltaba antes de que me terminaran de insultar. Además, con la madre de uno no se juega. Dino, en todo caso, era más de armar alboroto, le gustaba el jaleo y el espectáculo, pero siempre me dejaba a mi para que le resolviera el cuento. Siempre fui de porte importante, entenderás que no le tenía miedo a nada y las manos me acompañaban en el baile, si saben a qué me refiero.

De cualquier forma, el cuento es que me paro para aclarar el asunto con el tipejo aquel, cuándo en el camino me intercepta un sujeto y me dice que mejor olvide el tema, que era compañero de oficina del cretino ese y si habían golpes, él y toda su mesa tendrían que meterse a inclinar la cancha. Y bueno, seré caliente de cabeza y medio bruto, pero no tonto. Cuando los cuerpos son dos contra siete, es mejor no aventurarse, por mucho que el resultado de esa historia termine en una ecatombe con un final épico. Seamos sensatos, hay que elegir las peleas. Dicho y hecho, nos olvidamos del asunto y terminamos la comida.

¿Me vas a creer tu que cuando ya estábamos andando arriba el auto, Dino al volante, pasamos al lado de las dos parejas? Este sujeto que tengo a mi lado, y que desafortunadamente es la constante en todas mis historias, no encontró nada mejor que frenar el auto en seco y decirme que me baje. Y este cabezota que viste y calza consideró que era una buena idea. Pero en el minuto en que mis pies se posaron en los adoquines de Tobalaba, este imbécil le pone reversa al auto y me lleva a mi junto la puerta. ¿Entenderás que este cuerpo en movimiento es como una furgoneta, no? Y no encontré nada mejor que abrir mis brazos cuando ya nos cruzábamos con los dos caballeros de las respectivas parejas, asestarle al primero un izquierdazo a la mandíbula y al segundo empalmarle la diestra empuñada a la altura de la mejilla. Inevitablemente quedaron ambos tumbados por la inercia y yo me subí raudo y veloz al auto antes de que se armara trifulca. Todo por culpa de este enano chico que llamo amigo mío.

Tenía un amigo que contaba esta historia mucho mejor que yo en realidad. Javier era un maestro del relato. Le metía suspenso y manejaba el público casi tan bien como se manejaba en una pelea. Era divertido el rubio ese. Se enteró de todo por qué él estaba en la terraza y vio testo como una película salida de Hollywood. Pobre Javier. El tipo era duro como el solo y bueno para encontrar trifulca donde no la había. Te diría que si lo encerrabas solo en una pieza, se terminaba armando una pelea igual. Bueno, el cuento es que se agarro a combos con un cubano y le quebró la mandíbula. Al pobre Javier lo fueron a buscar a su casa y cuando abrió la puerta le pusieron un balazo en el estomago. Pobre, ni supo que le pasó. Que descanse en Paz. Que descanse en Paz. Pobre...

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