domingo, 23 de abril de 2023

Piedras

A Tomas le gustaban recoger piedras mientras caminaba. Hacia el ligero ademán de amarrarse los zapatos de cada tanto en tanto, con el objeto de pescar un guijarro y esconderlo en la manga de su chaqueta, para poder depositarlo cuidadosamente en su bolsillo sin que nadie preguntara nada. ¿por que lo hacía así? Nunca supo bien como explicarlo, y esa era justamente la razón de por que lo hacía: para no tener que dar explicaciones.


Ahora, atengámonos a la realidad del asunto también. No era cualquier piedra la que Tomas tomaba. Ni tampoco lo hacía en cualquier momento o lugar. De partida, tenía que ser una piedra mas menos del porte de su pulgar, sin esquinas afiladas idealmente, sino mas bien curva, con superficie tersa, que no le fuese a agujerear los bolsillos. Requisitos escuetos pero precisos, que acotaban considerablemente el universo de piedras que caían en los bolsillos de Tomas.


Las piedras que Tomas tomaba podían estar en cualquier parte. Una piedra en la playa acurrucada entre la marea baja, una astilla de lago que llamara la atención antes de hacerla saltar en la superficie del mismo. Un souvenir del tiempo en los pies de un glaciar del sur.


La verdad, es que al momento de seleccionar las piedras, todas concurrían en un único y trascendental requisito: tiener que haber llamado la atención de Tomas, en ese momento exacto. Un poco de historia, algo de significado, un recuerdo vago alimentado por la superficie de una piedra pómez, o la risa compartida en virtud de alguna broma relativa al cuarzo, o sobre sus usuarios.


Lo más importante para tomas, era el por qué. No el qué ni el cómo, aunque el dónde y el cuándo también podían ser relevantes. Todo se reducía a que fue lo que le llamó la atención al momento de recogerla. Algo tan intimo, tan inexplicablemente significativo, absurdamente simple. Podía ser una explicación de una hora llena de palabras largas y rimbombantes, así como un simple “porque si”.


Tal vez nada tuviese mucha relevancia, porque a fin y al cabo todas las piedras terminaron juntas en un frasco en su oficina, donde las mira y recuerda el momento en que recogió cada una de ellas. Como un pequeño jarro de memorias, que solamente él sabe leer.


Por supuesto, lejos las más importante de todas, esas que le alteran el pecho cuando las mira por el rabillo del ojo mientras escribe una minuta, son esas que fueron un regalo. Solo una persona que conoce a Tomas de verdad, sabe que una piedra puede ser un lindo obsequio. Algo tiene eso de que te regalen una memoria, un recuerdo, un instante. Lo más cercano que se me ocurre a volver en el tiempo.

jueves, 6 de abril de 2023

Cuatro Palabras

Las palabras escaparon de sus labios como una lágrima que escapa del párpado que la retiene, cabizbajas, apenadas, cansadas. Con miedo de la respuesta que pudieran provocar. Cuatro palabras que podían dar su último aliento a este final que había nacido hace meses. La respiración entrecortada, agitada, dejaba entrar suficiente aire para poder mantener la incertidumbre de la vida, pero no tanta como para llenar los pulmones y brindar algo de calma. Cuatro palabras. Era todo lo que había podido decir. 


  • ¿Qué soy para ti?


Un silencio. Vacío. Ausencia de sonido alguno. Las hojas detuvieron su aletear, las palomas levantaron la cabeza y quedaron pendientes de los sonidos que podían salir de su boca. Algo tenia que decir. La relatividad del tiempo solo puede probarse en aquellas circunstancias en las que la vida misma se paraliza, estática, como si la rotación de la tierra no fuera un fenómeno cierto e irrefutable, si no solo una anomalía, una coincidencia. Segundos extendidos hasta el infinito, ajenos a las leyes del cosmos, a la cuántica, la física. Eternamente insoportable.


  • ¿Qué soy para ti?


La repetición como figura argumentativa creo que nunca ha podido ser rebatida de manera certera. El hacer dos veces lo mismo y esperar otro resultado, sin duda es un comportamiento vesianico. Pero a fin y al cabo, que somos todos, sino seres racionalmente irracionales, perseverantemente pusilánimes, humanamente irremediables. Cuatro palabras que cayeron como una copa de vino sobre una losa de mármol, bajo la luz artificial de un candelabro contemporáneo, sorprendidas por un comportamiento traicionero, un descalabro inimaginable, un dolor intenso. Tal como lo sería un silencio artero.


  • Eres… eres…


Palabras sueltas, cojas, renqueantes, débiles, taradas, trabadas, quebradas, inertes. Sonidos de mentira, polvo de nada, luz oscura, fuego helado, vida muerta. 


  • Lo que quiero decir…


Si bien el silencio corta la piel de forma certera, fría e implacable, hay veces, pocas veces, que un par de palabras a medias, sonidos incoherentes, resultan ser un anzuelo inexorable: Se entierran en lo más profundo del otro, y para quitarlas, antes hay que desgarrar todo a su paso. Así de peligrosas son las personas que no callan.


  • Lo que quiero decir, es que eres alguien demasiado importante para perderte, pero tampoco puedo estar contigo.


La superchería, el artificio, la volandera, la chiva, el cliché de mal gusto, la mentira violentamente barata. El desdén, la negligencia, desidia. Un puñal dejado caer, sin más mérito que la inercia, sin esfuerzo otro que el soltar algo que pesaba. 


  • En realidad, quiero que sigas disponible para mi, pero no quiero amarrarme a ti. 


Tal vez eso habría dolido más, pero solo una vez. Solo ese momento. Quizás morir una vez es mejor que dejar de vivir de a poco.


martes, 4 de abril de 2023

Rue des Trois Freres

La historia comienza como muchas otras, con tres pequeños que fueron creciendo cada uno a su ritmo, con las cicatrices propias de la infancia, las asperezas de la juventud y los temores de ser adultos. Las virtudes del tiempo y el desgaste del viento los acompaño durante largos años, que de cada tanto en tanto parecían ser tan cortos. Las pequeñas calles de un Lille cubierto por el frío del invierno. Copos de nieve cayendo como ligeras notas en el pentagrama de un piano, azarosas y únicas, yendo a acabar en el suelo, abrazadas, acurrucadas en este gélido diciembre. Testigos de las huellas que dejan a su paso los tres hermanos.


Él era el menor, y con una chasca rubia que le cubría las orejas, caminaba abrigado con chaquetas suficientes para arropar a toda una escuela. Sus pequeños pasos eran más bien saltos, de poza en poza, como una liebre recorriendo el velo blanco a su paso. Su rostro inocente, elegante y afilado, solo era el escondite donde dos ojos azules, inteligentes, inquietos, observantes. Travesura como mantra, con la misión de darle vida a la vida.


Tomándolo de la mano de encontraba Ella, la hermana. La mas despierta de los tres. Una voz de mando y conocimiento absoluto de todo cuanto los rodeaba. Ligera de palabra, y aparentemente liviana en su pensar, meditaba por los tres, y sus arrítmicos pasos seguían una logica que solo Ella entendía, y que de alguna forma siempre hacía sentido. Una brújula sin un norte, porque no lo necesitaba.


Frente a ellos dos, caminaba el tercero con paso seguro y desafiante. Con tranco certero y sin vadear ante la nieve o el agua, el hermano mayor apuntaba al horizonte confiando en que ese era el camino, sin tener dudas, ni pruebas. Escuchándola siempre a Ella, y atento a donde los guiara Él, este hermano atravesaba arbustos y pozones, con energía prestada de su hermano, con una sonrisa prestada de su hermana.


Así, estos tres hermanos cruzaron el invierno del norte, atravesando el frio alba y el oscuro crepusculo, saludando al sol y despidiendo la luna. Repitiendo el camino una y tantas veces, hasta que la rutina se volvió costumbre, y luego, un recuerdo del ayer. 


Años pasaron y los tres hermanos tomaron cada uno su camino. Él empezó a pisar con fuerza, riéndole en el rostro a la adversidad, haciendo malabares con fuego y así, salvando del frío. Ella, por su lado, siguió saltando y haciendo acrobacias con palabras, invadiendo de energía a todos a su alrededor, enseñándole al mundo a ser niños, y a los niños a ser mundo. Y el hermano mayor, por lo pronto, miraba contento como sus hermanos se abrían paso entre el viento blanco que alguna vez les intentó cerrar el paso.


A veces los tres se vuelven a juntar, pero ya no es lo mismo. Tomados de las manos, acurrucan el frío espacio que queda entre los cuerpos que se abrazan. Tibias sonrisas y cómplices miradas, ojos azules y verdes, saludos sin palabras. Es verdad que ya no es lo mismo. No es menos verdad, que a veces es mejor.

Unos Dulces

El recuerdo más viejo que logro enganchar en lo más profundo del pensadero, es ir compartiendo dulces con mi hermano. Tomados de la mano y sentados en un peldaño, de una pequeña escalera que no llevaba a ningún lado. Para nosotros al menos, porque evidentemente quedaba al frente de la puerta principal de nuestra casa. Los ojos al frente al jardín, y viendo las hojas bailar para nosotros, peinadas por el viento de una primavera joven.

De papeles verdes se llenaba mi lado, de morados se llenaba el suyo. Habían naranjos tambien, y otros verde más oscuros. Esos quedaban a la suerte de la olla. No recuerdo si comimos mucho, o muy poco, si la bolsa estaba nueva, vacía, o si siquiera había una. Solo recuerdo ir compartiendo esa sonrisa intoxicada en azúcar con mi hermano. 


Y ahí termina el recuerdo. Solo eso. Solo una imagen que se mueve lentamente, como un nanometraje, esos que en cinco segundos te dan vuelta la vida. Ojalá las cosas fueran como antes. Así tal vez sabría dónde está mi hermano, que ha sido de él, sus aspiraciones, donde palpita su corazón. Quién sabe, tal vez hasta podríamos sonreír.

Cuencas

Lentamente una nube se abre paso sobre un asfalto que penetra las raíces secas y quebradas. Cuencas secas son el camino por donde el viento acaricia el silencio del roquerio, la quietud de los rápidos, la inmovilidad de lo inevitable. El dolor del verde cansado, el calor que agobia y amarilla, descanso eterno para el dolor de la tierra ¿acaso la raíz vencerá el cemento?


El cielo busca su reflejo sobre el espejo blanco que siempre estuvo allí. Hasta que no. El corazón de litio olvida como palpitar sobre una mano metálica, lejos de cualquier vena. El Progreso suena a humo y fuego, a crujires y doblares, a bronce cayendo sobre bronce, papeles plásticos de colores. La mano que ara el sepulcro del río se llama viento, que recuerda con la polvareda los caminos agotados, nacidos desde las montañas y muertos en el mar. Asesinados.


Ha pasado tanto tiempo, tanto tiempo. Ha pasado tanto tiempo que ya ni encuentro en  mi memoria el nombre de lo que nos falta. Solo se que es algo elemental, irremplazables una necesidad, incluso más grande que la vida. Mas solo recuerdo que no se llama dinero.

Una Cuestión de Tiempo

Esta es una historia extraña, se mire por donde se mire. Es extravangante no tanto por sus personajes, pintorescos por lo demás, aunque el comentario venga de cerca. No, está historia es llamativa porque se trata de nada mas ni nada menos de dos tórtolas que probablemente jamás se deberían haber conocido. No lo digo yo, sino ellas. Y repetidamente, para más remate. Esta es la historia de Andrea y Elisa, dos chicas que no querían estar juntas.


Se conocieron en tinder, y creo que era primavera. Ambas profesoras, ninguna de las dos por profesion. Más bien había sido la vida la que en sus vuelcos extravagantes las había arrastrado, a regañadientes por cierto, a la pedagogía. Y ahí sería donde encontrarían su pasión. Claro que si al día de hoy le preguntas a alguna de ellas si les gusta lo que hacen, buscarán alguna excusa para decir que no, pero todos sabemos que en lo más profundo, disfrutan compartir con niños y niñas, y crecer junto a ellos. Pero bueno, más rápido se pilla a un mentiroso que a un ladrón, dicen por ahí. 


Un día, de noche, probablemente un domingo, coincidieron en tinder, y ambas hicieron el leve gesto hacia la derecha. Elisa tenía fotos en la playa y otras vestida de gala, siempre sonriendo. Andrea era más alternativa, jugaba con fotos movidas, ángulos extraños y alguna imagen perdida en un cerro. Ambas se encontraron bonitas e interesantes, cada una muy distinta a lo que la otra creía que le gustaba. Hicieron el típico cortejo de esas aplicaciones: hablaron un poco, luego pasaron a Instagram, whatsapp, y al final salieron a tomar algo. Las cosas se dieron y empezaron a salir. Pero algo muy particular se dijeron ambas desde el primer día: ninguna quería algo serio.


Entre salida y salida, sabían que se gustaban, pero no lo decían. Se tomaban de la mano, paseaban juntas, hasta conocieron a sus familias. Pero no hablaban del tema. Una noche, tomadas de la mano, soltaron al unísono que estuvieron pensando sobre el tema. Hablaron un poco, entre neblinas de palabras brumosas y conceptos poco claros, se dieron a entender mutuamente que en verdad no querían comprometerse, y que les asustaba a donde estaban yendo. 


Esta conversación tuvo de todo, desde palabras fuertes hasta lagrimones, cariños en las manos y abrazos. Al fin y al cabo tomaron una decisión, y donde les digo que, en mi humilde opinión, radica todo lo inusual de esta situación: estarían juntas hasta el 11 de noviembre, y desde entonces harían como si la otra no existiera. No quedaría rastro alguno, ni fotos, ni poleras perdidas, regalos ni nada. Sus vidas quedarían tal como antes de conocerse. 


Y así las cosas, pasaron un par de meses increíbles, haciendo todo eso que nunca quisieron, eso que siempre dijeron que no harían. Comían con sus familias, viajaron fuera de Santiago, tuvieron matrimonios, fiestas, paseos, conversaciones y noches juntas. Se querían, aunque no lo dijeran. Y se querían también cuando lo decían. Con el tiempo ambas se dieron cuenta que el compromiso era algo que les asustaba, pero que en realidad, podía ser no tan malo. Cada una llegaba a la misma conclusión, por separado, sin hablarlo nunca.


Así las cosas, llegó el 10 de noviembre, la noche más larga de los últimos 2 meses. Pasaron juntas todo el día, se aprovecharon la una a la otra, en cuerpo y alma, sabiendo que no habría un mañana, ambas esperando que la otra pusiera pausa a la incertidumbre, diera el paso y abriera esa puerta cerrada bajo llave. Ninguna de las dos lo hizo. Dieron las doce, y nunca más supieron la una de la otra. 


Las fotos se quemaron o fueron guardadas, los regalos y detalles, escondidos en la acera. Los recuerdos son tabúes y las memorias nada más que pensamientos intrusivos que de cada tanto en tanto tocan la ventana. Y la vida de ambas siguió, como si nunca hubiera pasado nada. Excepto las memorias que se reflejaban en las lágrimas que escapaban como rocio en la madrugada. 


Así es la historia de dos personas que se juraron amor eterno sin palabras, y por hablar sin decir nada, nunca más existieron.

Lo Poco que va Quedando

A veces pienso en ti. Mejor dicho, en lo que creo que queda de ti adentro mío. Es complejo darle vuelta a la idea. Es algo tan resuelto, algo que siento tan seguro dentro mío. Es como si todo mi ser acompañara las decisiones tomadas entonces, como si por una sola vez la cabeza y el cuerpo se hubiesen alineado y tomado el camino más sano, honesto y maduro. 


Pero aún así, hay un pequeño rincón en mi pecho que no logra convencerse. No es porque tenga argumentos o alguna razón convincente. Todo lo contrario, está totalmente consciente de que lo que hace es autodestructivo, tóxico, un sabotaje de la felicidad que me rodea hoy en día. Pero hay veces que ese eco suena tan fuerte que retumba, con una claridad inequívoca, con la sabiduría misma del Aleph.


Por eso odio querer tenerte cerca, y saber que no puedo; Odio querernos tanto, sabiendo que no funciona; Odio el tiempo juntos, que hoy me hace extrañarte; Odio no poder odiar todo lo que antes odiaba de ti; Odio idealizarte y pensar en todo lo que hubiera sido; Odio pensar en lo que pensarás de mi.


Odio la idea de que tal vez te hice llorar; Odio creer que algún día te veré de nuevo; Odio no saber si así será; Odio la ansiedad que aún me da pensarte; Odio pensar que tú ya me olvidaste; Odio creer que crees que no te quiero; Odio que lo sepas y no hagas nada al respecto; Odio estar seguro, de que si lo hicieras, sería en vano.


Odio pensar en el daño que te hice; Odio acordarme de como no te cuidé; Odio saber que pase lo que pase, no estaremos juntos; Odio no poder olvidar todo lo que hiciste; Odio no habértelo dicho a tiempo; Odio no habértelo dicho.


Odio no es la palabra correcta, odio no es la expresión que quiero, pero tampoco se bien cuál es. Pienso en la pena. Creo que es pena. Y con pena, espero que te quieras, que te gustes, que te encantes, tanto como yo lo hago. Con pena, quiero que seas tan feliz, que mi nombre no sea siquiera polvo del tiempo, solo un instante, un buen recuerdo. Con pena te dije adiós, ojalá, no para siempre.