jueves, 21 de septiembre de 2023

Soltar

A veces pienso en ti,

y recuerdo que no quiero saber.

Veo en redes que creces,

que logras lo que quieres,

y sonrio para adentro.

Egoista, orgulloso.


Espero que tu perrita siga bien,

cuidándote y sacándote trote.

Ojalá que no me reconozca nunca.

Aunque nos crucemos de frente,

aunque la heche de menos.


Cada tanto en tanto,

Veo un chiste o historia,

Que solo tu entenderías.

Y no pienso en mandartelo.


Cada vez que camino,

Te pienso en momentos,

que jamás, jamás, compartiré contigo


Respiro hondo, sonrio al viento,

Y lo dejo ir.


Por que aunque no seamos, fuimos.

miércoles, 12 de julio de 2023

Hogar

 Veo tu transitar desde la pieza a la cocina, con la misma sonrisa perdida de quien se cruza con un perro al caminar por la calle. No, miento. Es como si fueran dos perros, los que, acompañados de su humano se acercan, te olfatean, te vuelven a analizar, todo para sonreírte, con la lengua afuera, como gesto inequívoco de autorización para hacerles cariño en su cabeza. Perdón que todo sea una gran metáfora canina, pero es difícil separar dos cosas que tanto me gustan. Dos momentos fugaces que atraviesan los instantes como cometas frente a nuestros ojos. Como un perro asomado por la ventana del auto de al lado en un semáforo.


Te das vuelta, mientras el agua hierve en la tetera, presta a perderse en esa cafetera italiana de la cual tanto te haz encariñado. Todo muy concentrada, envuelta en tu pijama, una almohada y las sábanas que aun abrazan tus tobillos pidiendo que vuelvas a la cama. Te das vuelta y me ves perdido en este relato, en tu escencia, tu energía, el sueño que emanas, la alegría que te rodea, la imagen mental de que perro me gustaría que adornara este momento mágico. El instinto me dice un Golden Retriever, pero el corazón me pide un Coker Spaniel. Inglés y ruano, como los que me acobijaron desde chico.


Me acompañas en la mesa y me preguntas en que pienso. Me da un poco de vergüenza, entonces te digo que pensaba en ti, en tú caminar, en la sonrisa que adorna tu rostro en la mañana, la tarde, la noche. Te cuento lo que me haces sentir, y veo como te sonrojas. Me regalas un beso furtivo, como si fuera el primero. Sonrio, por que nada más puede hacer un hombre feliz más que sonreír. Das un sorbo de tu café, y con tus mejillas escondidas por la taza transparente que sostiene tu capuccino. Te pregunto si tendrías un perro, me miras un segundo antes de decirme que si. 


Aquí es. Así si.

domingo, 23 de abril de 2023

Piedras

A Tomas le gustaban recoger piedras mientras caminaba. Hacia el ligero ademán de amarrarse los zapatos de cada tanto en tanto, con el objeto de pescar un guijarro y esconderlo en la manga de su chaqueta, para poder depositarlo cuidadosamente en su bolsillo sin que nadie preguntara nada. ¿por que lo hacía así? Nunca supo bien como explicarlo, y esa era justamente la razón de por que lo hacía: para no tener que dar explicaciones.


Ahora, atengámonos a la realidad del asunto también. No era cualquier piedra la que Tomas tomaba. Ni tampoco lo hacía en cualquier momento o lugar. De partida, tenía que ser una piedra mas menos del porte de su pulgar, sin esquinas afiladas idealmente, sino mas bien curva, con superficie tersa, que no le fuese a agujerear los bolsillos. Requisitos escuetos pero precisos, que acotaban considerablemente el universo de piedras que caían en los bolsillos de Tomas.


Las piedras que Tomas tomaba podían estar en cualquier parte. Una piedra en la playa acurrucada entre la marea baja, una astilla de lago que llamara la atención antes de hacerla saltar en la superficie del mismo. Un souvenir del tiempo en los pies de un glaciar del sur.


La verdad, es que al momento de seleccionar las piedras, todas concurrían en un único y trascendental requisito: tiener que haber llamado la atención de Tomas, en ese momento exacto. Un poco de historia, algo de significado, un recuerdo vago alimentado por la superficie de una piedra pómez, o la risa compartida en virtud de alguna broma relativa al cuarzo, o sobre sus usuarios.


Lo más importante para tomas, era el por qué. No el qué ni el cómo, aunque el dónde y el cuándo también podían ser relevantes. Todo se reducía a que fue lo que le llamó la atención al momento de recogerla. Algo tan intimo, tan inexplicablemente significativo, absurdamente simple. Podía ser una explicación de una hora llena de palabras largas y rimbombantes, así como un simple “porque si”.


Tal vez nada tuviese mucha relevancia, porque a fin y al cabo todas las piedras terminaron juntas en un frasco en su oficina, donde las mira y recuerda el momento en que recogió cada una de ellas. Como un pequeño jarro de memorias, que solamente él sabe leer.


Por supuesto, lejos las más importante de todas, esas que le alteran el pecho cuando las mira por el rabillo del ojo mientras escribe una minuta, son esas que fueron un regalo. Solo una persona que conoce a Tomas de verdad, sabe que una piedra puede ser un lindo obsequio. Algo tiene eso de que te regalen una memoria, un recuerdo, un instante. Lo más cercano que se me ocurre a volver en el tiempo.

jueves, 6 de abril de 2023

Cuatro Palabras

Las palabras escaparon de sus labios como una lágrima que escapa del párpado que la retiene, cabizbajas, apenadas, cansadas. Con miedo de la respuesta que pudieran provocar. Cuatro palabras que podían dar su último aliento a este final que había nacido hace meses. La respiración entrecortada, agitada, dejaba entrar suficiente aire para poder mantener la incertidumbre de la vida, pero no tanta como para llenar los pulmones y brindar algo de calma. Cuatro palabras. Era todo lo que había podido decir. 


  • ¿Qué soy para ti?


Un silencio. Vacío. Ausencia de sonido alguno. Las hojas detuvieron su aletear, las palomas levantaron la cabeza y quedaron pendientes de los sonidos que podían salir de su boca. Algo tenia que decir. La relatividad del tiempo solo puede probarse en aquellas circunstancias en las que la vida misma se paraliza, estática, como si la rotación de la tierra no fuera un fenómeno cierto e irrefutable, si no solo una anomalía, una coincidencia. Segundos extendidos hasta el infinito, ajenos a las leyes del cosmos, a la cuántica, la física. Eternamente insoportable.


  • ¿Qué soy para ti?


La repetición como figura argumentativa creo que nunca ha podido ser rebatida de manera certera. El hacer dos veces lo mismo y esperar otro resultado, sin duda es un comportamiento vesianico. Pero a fin y al cabo, que somos todos, sino seres racionalmente irracionales, perseverantemente pusilánimes, humanamente irremediables. Cuatro palabras que cayeron como una copa de vino sobre una losa de mármol, bajo la luz artificial de un candelabro contemporáneo, sorprendidas por un comportamiento traicionero, un descalabro inimaginable, un dolor intenso. Tal como lo sería un silencio artero.


  • Eres… eres…


Palabras sueltas, cojas, renqueantes, débiles, taradas, trabadas, quebradas, inertes. Sonidos de mentira, polvo de nada, luz oscura, fuego helado, vida muerta. 


  • Lo que quiero decir…


Si bien el silencio corta la piel de forma certera, fría e implacable, hay veces, pocas veces, que un par de palabras a medias, sonidos incoherentes, resultan ser un anzuelo inexorable: Se entierran en lo más profundo del otro, y para quitarlas, antes hay que desgarrar todo a su paso. Así de peligrosas son las personas que no callan.


  • Lo que quiero decir, es que eres alguien demasiado importante para perderte, pero tampoco puedo estar contigo.


La superchería, el artificio, la volandera, la chiva, el cliché de mal gusto, la mentira violentamente barata. El desdén, la negligencia, desidia. Un puñal dejado caer, sin más mérito que la inercia, sin esfuerzo otro que el soltar algo que pesaba. 


  • En realidad, quiero que sigas disponible para mi, pero no quiero amarrarme a ti. 


Tal vez eso habría dolido más, pero solo una vez. Solo ese momento. Quizás morir una vez es mejor que dejar de vivir de a poco.


martes, 4 de abril de 2023

Rue des Trois Freres

La historia comienza como muchas otras, con tres pequeños que fueron creciendo cada uno a su ritmo, con las cicatrices propias de la infancia, las asperezas de la juventud y los temores de ser adultos. Las virtudes del tiempo y el desgaste del viento los acompaño durante largos años, que de cada tanto en tanto parecían ser tan cortos. Las pequeñas calles de un Lille cubierto por el frío del invierno. Copos de nieve cayendo como ligeras notas en el pentagrama de un piano, azarosas y únicas, yendo a acabar en el suelo, abrazadas, acurrucadas en este gélido diciembre. Testigos de las huellas que dejan a su paso los tres hermanos.


Él era el menor, y con una chasca rubia que le cubría las orejas, caminaba abrigado con chaquetas suficientes para arropar a toda una escuela. Sus pequeños pasos eran más bien saltos, de poza en poza, como una liebre recorriendo el velo blanco a su paso. Su rostro inocente, elegante y afilado, solo era el escondite donde dos ojos azules, inteligentes, inquietos, observantes. Travesura como mantra, con la misión de darle vida a la vida.


Tomándolo de la mano de encontraba Ella, la hermana. La mas despierta de los tres. Una voz de mando y conocimiento absoluto de todo cuanto los rodeaba. Ligera de palabra, y aparentemente liviana en su pensar, meditaba por los tres, y sus arrítmicos pasos seguían una logica que solo Ella entendía, y que de alguna forma siempre hacía sentido. Una brújula sin un norte, porque no lo necesitaba.


Frente a ellos dos, caminaba el tercero con paso seguro y desafiante. Con tranco certero y sin vadear ante la nieve o el agua, el hermano mayor apuntaba al horizonte confiando en que ese era el camino, sin tener dudas, ni pruebas. Escuchándola siempre a Ella, y atento a donde los guiara Él, este hermano atravesaba arbustos y pozones, con energía prestada de su hermano, con una sonrisa prestada de su hermana.


Así, estos tres hermanos cruzaron el invierno del norte, atravesando el frio alba y el oscuro crepusculo, saludando al sol y despidiendo la luna. Repitiendo el camino una y tantas veces, hasta que la rutina se volvió costumbre, y luego, un recuerdo del ayer. 


Años pasaron y los tres hermanos tomaron cada uno su camino. Él empezó a pisar con fuerza, riéndole en el rostro a la adversidad, haciendo malabares con fuego y así, salvando del frío. Ella, por su lado, siguió saltando y haciendo acrobacias con palabras, invadiendo de energía a todos a su alrededor, enseñándole al mundo a ser niños, y a los niños a ser mundo. Y el hermano mayor, por lo pronto, miraba contento como sus hermanos se abrían paso entre el viento blanco que alguna vez les intentó cerrar el paso.


A veces los tres se vuelven a juntar, pero ya no es lo mismo. Tomados de las manos, acurrucan el frío espacio que queda entre los cuerpos que se abrazan. Tibias sonrisas y cómplices miradas, ojos azules y verdes, saludos sin palabras. Es verdad que ya no es lo mismo. No es menos verdad, que a veces es mejor.

Unos Dulces

El recuerdo más viejo que logro enganchar en lo más profundo del pensadero, es ir compartiendo dulces con mi hermano. Tomados de la mano y sentados en un peldaño, de una pequeña escalera que no llevaba a ningún lado. Para nosotros al menos, porque evidentemente quedaba al frente de la puerta principal de nuestra casa. Los ojos al frente al jardín, y viendo las hojas bailar para nosotros, peinadas por el viento de una primavera joven.

De papeles verdes se llenaba mi lado, de morados se llenaba el suyo. Habían naranjos tambien, y otros verde más oscuros. Esos quedaban a la suerte de la olla. No recuerdo si comimos mucho, o muy poco, si la bolsa estaba nueva, vacía, o si siquiera había una. Solo recuerdo ir compartiendo esa sonrisa intoxicada en azúcar con mi hermano. 


Y ahí termina el recuerdo. Solo eso. Solo una imagen que se mueve lentamente, como un nanometraje, esos que en cinco segundos te dan vuelta la vida. Ojalá las cosas fueran como antes. Así tal vez sabría dónde está mi hermano, que ha sido de él, sus aspiraciones, donde palpita su corazón. Quién sabe, tal vez hasta podríamos sonreír.

Cuencas

Lentamente una nube se abre paso sobre un asfalto que penetra las raíces secas y quebradas. Cuencas secas son el camino por donde el viento acaricia el silencio del roquerio, la quietud de los rápidos, la inmovilidad de lo inevitable. El dolor del verde cansado, el calor que agobia y amarilla, descanso eterno para el dolor de la tierra ¿acaso la raíz vencerá el cemento?


El cielo busca su reflejo sobre el espejo blanco que siempre estuvo allí. Hasta que no. El corazón de litio olvida como palpitar sobre una mano metálica, lejos de cualquier vena. El Progreso suena a humo y fuego, a crujires y doblares, a bronce cayendo sobre bronce, papeles plásticos de colores. La mano que ara el sepulcro del río se llama viento, que recuerda con la polvareda los caminos agotados, nacidos desde las montañas y muertos en el mar. Asesinados.


Ha pasado tanto tiempo, tanto tiempo. Ha pasado tanto tiempo que ya ni encuentro en  mi memoria el nombre de lo que nos falta. Solo se que es algo elemental, irremplazables una necesidad, incluso más grande que la vida. Mas solo recuerdo que no se llama dinero.

Una Cuestión de Tiempo

Esta es una historia extraña, se mire por donde se mire. Es extravangante no tanto por sus personajes, pintorescos por lo demás, aunque el comentario venga de cerca. No, está historia es llamativa porque se trata de nada mas ni nada menos de dos tórtolas que probablemente jamás se deberían haber conocido. No lo digo yo, sino ellas. Y repetidamente, para más remate. Esta es la historia de Andrea y Elisa, dos chicas que no querían estar juntas.


Se conocieron en tinder, y creo que era primavera. Ambas profesoras, ninguna de las dos por profesion. Más bien había sido la vida la que en sus vuelcos extravagantes las había arrastrado, a regañadientes por cierto, a la pedagogía. Y ahí sería donde encontrarían su pasión. Claro que si al día de hoy le preguntas a alguna de ellas si les gusta lo que hacen, buscarán alguna excusa para decir que no, pero todos sabemos que en lo más profundo, disfrutan compartir con niños y niñas, y crecer junto a ellos. Pero bueno, más rápido se pilla a un mentiroso que a un ladrón, dicen por ahí. 


Un día, de noche, probablemente un domingo, coincidieron en tinder, y ambas hicieron el leve gesto hacia la derecha. Elisa tenía fotos en la playa y otras vestida de gala, siempre sonriendo. Andrea era más alternativa, jugaba con fotos movidas, ángulos extraños y alguna imagen perdida en un cerro. Ambas se encontraron bonitas e interesantes, cada una muy distinta a lo que la otra creía que le gustaba. Hicieron el típico cortejo de esas aplicaciones: hablaron un poco, luego pasaron a Instagram, whatsapp, y al final salieron a tomar algo. Las cosas se dieron y empezaron a salir. Pero algo muy particular se dijeron ambas desde el primer día: ninguna quería algo serio.


Entre salida y salida, sabían que se gustaban, pero no lo decían. Se tomaban de la mano, paseaban juntas, hasta conocieron a sus familias. Pero no hablaban del tema. Una noche, tomadas de la mano, soltaron al unísono que estuvieron pensando sobre el tema. Hablaron un poco, entre neblinas de palabras brumosas y conceptos poco claros, se dieron a entender mutuamente que en verdad no querían comprometerse, y que les asustaba a donde estaban yendo. 


Esta conversación tuvo de todo, desde palabras fuertes hasta lagrimones, cariños en las manos y abrazos. Al fin y al cabo tomaron una decisión, y donde les digo que, en mi humilde opinión, radica todo lo inusual de esta situación: estarían juntas hasta el 11 de noviembre, y desde entonces harían como si la otra no existiera. No quedaría rastro alguno, ni fotos, ni poleras perdidas, regalos ni nada. Sus vidas quedarían tal como antes de conocerse. 


Y así las cosas, pasaron un par de meses increíbles, haciendo todo eso que nunca quisieron, eso que siempre dijeron que no harían. Comían con sus familias, viajaron fuera de Santiago, tuvieron matrimonios, fiestas, paseos, conversaciones y noches juntas. Se querían, aunque no lo dijeran. Y se querían también cuando lo decían. Con el tiempo ambas se dieron cuenta que el compromiso era algo que les asustaba, pero que en realidad, podía ser no tan malo. Cada una llegaba a la misma conclusión, por separado, sin hablarlo nunca.


Así las cosas, llegó el 10 de noviembre, la noche más larga de los últimos 2 meses. Pasaron juntas todo el día, se aprovecharon la una a la otra, en cuerpo y alma, sabiendo que no habría un mañana, ambas esperando que la otra pusiera pausa a la incertidumbre, diera el paso y abriera esa puerta cerrada bajo llave. Ninguna de las dos lo hizo. Dieron las doce, y nunca más supieron la una de la otra. 


Las fotos se quemaron o fueron guardadas, los regalos y detalles, escondidos en la acera. Los recuerdos son tabúes y las memorias nada más que pensamientos intrusivos que de cada tanto en tanto tocan la ventana. Y la vida de ambas siguió, como si nunca hubiera pasado nada. Excepto las memorias que se reflejaban en las lágrimas que escapaban como rocio en la madrugada. 


Así es la historia de dos personas que se juraron amor eterno sin palabras, y por hablar sin decir nada, nunca más existieron.

Lo Poco que va Quedando

A veces pienso en ti. Mejor dicho, en lo que creo que queda de ti adentro mío. Es complejo darle vuelta a la idea. Es algo tan resuelto, algo que siento tan seguro dentro mío. Es como si todo mi ser acompañara las decisiones tomadas entonces, como si por una sola vez la cabeza y el cuerpo se hubiesen alineado y tomado el camino más sano, honesto y maduro. 


Pero aún así, hay un pequeño rincón en mi pecho que no logra convencerse. No es porque tenga argumentos o alguna razón convincente. Todo lo contrario, está totalmente consciente de que lo que hace es autodestructivo, tóxico, un sabotaje de la felicidad que me rodea hoy en día. Pero hay veces que ese eco suena tan fuerte que retumba, con una claridad inequívoca, con la sabiduría misma del Aleph.


Por eso odio querer tenerte cerca, y saber que no puedo; Odio querernos tanto, sabiendo que no funciona; Odio el tiempo juntos, que hoy me hace extrañarte; Odio no poder odiar todo lo que antes odiaba de ti; Odio idealizarte y pensar en todo lo que hubiera sido; Odio pensar en lo que pensarás de mi.


Odio la idea de que tal vez te hice llorar; Odio creer que algún día te veré de nuevo; Odio no saber si así será; Odio la ansiedad que aún me da pensarte; Odio pensar que tú ya me olvidaste; Odio creer que crees que no te quiero; Odio que lo sepas y no hagas nada al respecto; Odio estar seguro, de que si lo hicieras, sería en vano.


Odio pensar en el daño que te hice; Odio acordarme de como no te cuidé; Odio saber que pase lo que pase, no estaremos juntos; Odio no poder olvidar todo lo que hiciste; Odio no habértelo dicho a tiempo; Odio no habértelo dicho.


Odio no es la palabra correcta, odio no es la expresión que quiero, pero tampoco se bien cuál es. Pienso en la pena. Creo que es pena. Y con pena, espero que te quieras, que te gustes, que te encantes, tanto como yo lo hago. Con pena, quiero que seas tan feliz, que mi nombre no sea siquiera polvo del tiempo, solo un instante, un buen recuerdo. Con pena te dije adiós, ojalá, no para siempre.

miércoles, 15 de marzo de 2023

Mató

Dale, a ver, respóndeme unas preguntas. Estamos solos, nadie nos molesta. Si, es tarde y mañana trabajamos, pero chao, no va a ser primera vez que estemos cagaos de sueño en la pega. Tampoco va a ser la última, seamos realistas.


Si bueno puede ser, pero igual es tarde. Son las una y media de un miércoles, ando acostado en la cama webiando con el teléfono, como si me sobraran horas de sueño. No se si es lo mejor la verdad. Por algún lado leí que a más gente le pasa lo mismo, como una forma de sentir que el día no se pierde entre tanta pega.


¿Como así?


No que, como lo explico, que como trabajamos todo el día, nos quedamos hasta tarde webiando con el teléfono para tener la sensación de que ese tiempo es nuestro, de que tenemos tiempo libre, cuando en verxad lo que hacemos es comernos horas de sueño.


¿Y tú teniíclaro esto? Pero lo hací igual


Bueno es como decirle a alguien enojado que deje de estar enojado, o a alguien triste que se alegre. Obvio que saben que hay que desenojarse, o ponerse contento, pero no es como llegar y hacerlo. 


Bueno, entonces démosle a la idea, formato entrevista ¿te tinca? 


Ya dale demosle. Pero para ¿esto es como entre nosotros nomás? ¿O es como para publicarlo en el blog después? No es que sepa si alguien lo va a leer o no, pero puta, no puedo decir cualquier wea si va para allá ¿cachai?


No, si, dale. Que vaya pal el blog, pero es solo entre nosotros.


Pero weon así no puedo. Si querí que vaya pal blog me tení que avisar antes. Que me maneo. Como que me baja la wea y empiezo con las palabras largas, describo harto las weas y como que sale en prosa ¿cachai?


Ya pero weon, no lo hagamos tan difícil. Es la misma wea que hablarle al espejo, esa conversación en la ducha o las conversaciones inventadas en el auto cuando manejai solo.


Pero weon, eso es distinto po. Además, me estay dejando como loco po, de esquizofrénicos está wea.


Bueno si, pero que tanta wea estar loco. Si al final, al menos somos dos. Ósea uno. Puta, ya me perdí weon.


Pico, mató.


Mató nomas.


Si, chao, mató.

Pueblo Hundido

Las ruedas de un Tiggo prestado abrasan una carretera cubierta de polvo, de espacio, de distancia. Desde el mar a la cordillera es solo un momento, un pensamiento, un hilo de conciencia que separa todo lo ancho de un país entero. Solo el gris pavimento resquebrajado por el tiempo y sus pasajeros, por camionetas y camiones, cargas y descargas, ires y venires. 


Las historias deambulan suspendidas sobre la árida brisa de Atacama, existen como absolutas ermitañas, lejos de ondas de radio y antenas celulares. Recorren caminos donde la única compañía son los ojos de gato que pasan a una velocidad impredecible, aunque a veces se esconden dentro de la boca de lobo que puede volverse la noche.


Montañas peinadas por la erosión del viento, moldeadas a su deseo, con gesto sublime, insistente, primigenio, elemental. La naturaleza que parece muerta mientras vive, un bosque silente bajo la arena, un ecosistema que se desarrolla detrás del velo invisible, agazapado, esperando la oportunidad correcta, el momento en el que el rabillo del ojo humano se despista, para aparecer intempestivamente lejos, pero tan cerca.


Detrás de cada rincón, luego de un vaivén de curvas, de un sube y baja de arena, se encuentra un valle homónimo, Pueblo Hundido. Hogar de historias antiguas, de minas cerradas, salares virgenes y lagunas coloridas. Habitan flamencos andinos, Condores y zorros cumpeos, entre tanta naturaleza que escapa al ojo erudito, del cual por cierto carezco.


La noche ilumina la tierra con su glotona luna, adornada con guirnaldas de estrellas, bufandas de constelaciones, un arete de Júpiter, con su collar de lunas. Un observatorio contempla lo lejano, acerca cada vez más los astros, encerrados dentro de nuestra propia pupila, por un momento, por un instante. 


Y es allí, en ese lugar, donde he llegado por un azar preparado meticulosamente por el destino, es que me encuentro, cara a cara, con el sueño tranquilo, con la calma deseada, con el descanso tan esquivo. Una paz que solo te puede dar un lugar tan mágico, tan ajeno, tan apartado como el norte de Chile. 


El silencio se vuelve vida, las estrellas se despiden en degradé, la luna se afirma a los primeros rayos de sol y las nubes se desperezan para empiezar su emigrar. De entre la iluminada oscuridad emergen dos cordilleras hermanas, las que sostienen un breve intercambio de ecos. Inhalo el primer aire de la mañana, el sabor a montaña empapa mis pulmones y dejo escapar un halo que se difumina sobre los techos de zinc. Por primera vez en todo el viaje, pienso que si llegase a fallarme el Tiggo, no sería tan malo.

miércoles, 8 de marzo de 2023

Una Hora

De la vida siento que ya he escrito mucho. Al menos, demasiado. Especialmente para alguien que no ha vivido nada. O al menos eso creo. Recurrentemente acudo a la figura de darle una explicación a la vida, que necesita un sentido, que va para algún lado, que tiene que tener un objeto, lo que hay después, lo que hubo antes. Grandes preguntas que, honestamente, no se si me inquietan de sobre manera. La vida es solo eso, es un estar inexorable, irremediable, en el momento que se deja la vida, ya no se está.

Pero hay cosas que quedan. Incluso después de que la vida se fuga en un último adiós, el acabado aliento de quien exhala sin esperar inhalar una vez más. Los cuerpos dejan huella. Puede ser una planta, un hijo, un libro. Pueden ser historias, un edificio, un hecho histórico. Puede ser daño. Vaya que si puede dejar dolor. 

El dolor del cuerpo deja cicatrices que han de ser escondidas del sol, para evitar que su marca sea permanente. No siempre se logra. También hay cicatrices que abundan por dentro, de esas que siguen sangrando por años. Existen heridas que dejan cicatrices que se vuelven a palpar cada vez que alguien nos toca el alma. Esas son las cicatrices que más temo dejar. Las invisibles heridas del ser.

Les mentiría groseramente si dijera que no he dejado alguna, o que ignoro haberlo hecho. Todos sabemos por donde pasa el filo de nuestra personalidad, ya sea de forma sincera, inocente y pura. Lo que ignoramos es si lo que queda al paso es una superficie suave, sedosa, cuidada, o un corte seco, profundo. A eso le tengo verdadero terror. 

Tal vez en realidad es miedo a que la gente piense que me agrada hacer daño. Puede ser mi habito evitativo, mi repulsión al conflicto. He pensado que tampoco me agrada la sensación de hacer daño. 

Perdón, casi he hablado sólo yo, y parece que ya termina nuestra hora. ¿Le parece si nos vemos dentro de una semana? Puede agendar con Teresa nuestra próxima sesión. Me da la impresión que los jueves en la mañana tengo libre, si es así, y le parece bien, podemos coordinar para entonces, y hablo con Teresa para que le tenga preparado un café. Muchas gracias por abrirse tanto esta sesión, siento que vamos avanzando. Después vemos lo de la transferencia, le mando una boleta por WhatsApp.

Perpendiculares Paralelas

Quedaron de juntarse en el camino, lo cual, al ojo, sería por ahí cerca de Plaza Perú. Él llegó caminando mientras ella esperaba, aunque para ser honestos, él no sabía donde estaría ella, caminaba alternando la mirada entre el horizonte y Google Maps, sin ninguna otra certeza más que la de encontrarla en alguna parte. A lo largo de esos audífonos blancos, cuyos cables se enredaban cada vez que entraban y salían del bolsillo, sonaba Sweet Nothing de Taylor Swift. Algo del último disco de esa artista que ella en algún minuto le mostró. Algo nuevo por algo viejo.

Cuando cruzaron la mirada, ninguno de los dos supo bien cómo reaccionar. Él solo atino a hacer un gesto exagerado con la mano, y ella no supo reconocer su silueta sin los anteojos. Se saludaron incómodamente, sin saber donde correspondía poner los brazos, y luego de un par de gestos atolondrados, caminaron hacia ningún lado. Sin darse cuenta terminaron en una heladería. Los audífonos en el bolsillo se encontraban ahogados en silencio, sin emitir un solo ruido, muertos de ganas de gritarle a ella que él estaba escuchando esa música que siempre dijo que no le gustaba, esa que a ella le encantaba, esa que él ahora no puede dejar de escuchar.

La heladería fue un chiste, ninguno quería pedir primero, los dos querían pagar. Ya con el helado en la mano, no encontraron ningún mejor lugar para sentarse que una escalera a la entrada de un hotel, de dónde sabían que pronto serían echados, ya no eran horas de estar vagando. Así las cosas se pusieron rápidamente al día, recordando sobre hermanos, perros y amigos. Hablaron un poco de sus trabajos, como si cada uno de los temas fuese una casilla que debía ser chequeada. Todos, menos ese tema que ambos evitaban cuidadosamente.

Estamos de acuerdo que decir “donde hubo fuego, cenizas quedan” no es más que un cliché pasado de moda, una frase gastada y manoseada. Pero no es menos cierto reconocer que de cada tanto en tanto es la única forma de abrazar completamente el sentimiento de un instante. Las miradas se cruzaban con ganas de quedarse tomadas de la mano, analizando, observando, recordando los colores que habitaban en el otro. Los dedos hormigueaban con ganas de tocarse, mas el impulso no era nada más que eso, un instinto atrapado en el miedo, y tal vez en el orgullo.

Una vez terminado las preguntas, agotadas las excusas, intercambiaron los adioses respectivos, dándose un beso donde ninguno de los dos quería, con un abrazo que los separaba más de lo que los unía. Así, se despidieron sin saber cuándo volverían a verse. Él miró hacia atrás, para darse cuenta que ella no lo hizo, y se tragó con vergüenza las ganas de correr a sus brazos. Ella era más fuerte, tomó su mochila, una mujer independiente, que no necesitaba a ningún hombre en su vida. Una mujer que, a pesar de todo, lo quería a él, y no se atrevió a decirlo.

Él se puso sus audífonos y escuchaba Taylor Swift con una lágrima en la garganta, pero el corazón un poco más tranquilo. Ella por su lado, caminó preguntándose que haría para con todo eso que le generaba tanto miedo decir. Ambos se imaginaban compartiendo los audífonos de él, escuchando la música de ella, mientras caminaban en direcciones opuestas. A veces las cosas son así, o al menos así creo que fueron.

Hay veces que a los lápices se les acaba la tinta, y las páginas que estaban destinadas a ser escritas, quedan en blanco, prístinas, silentes y tristes. Se pierde el hilo de la historia y se cierra este capítulo incompleto. Se toma un nuevo lápiz, un nuevo cuaderno, se cruzan los dedos, se prenden velas y se toca madera, todo esperando que finalmente al terminar el cuento, el autor pueda colgar sin vacilar ese punto final.

sábado, 18 de febrero de 2023

Dum Spiro Spero

Ela estaba sentada sobre el viejo tronco a las afueras del pueblo. Sus sandalias gastadas se balanceaban sobre el anaranjado tronco de aquel alerce milenario. Sus tobillos frágiles eran las raíces de dos piernas enérgicas y delgadas. Su angosta cintura hacia juego a una complexión menuda, propia de su casta. Con una mano jugaba rizando su cabello negro, mientras la otra se suspendía en el aire, ligera, la muñeca derecha dibujaba un movimiento certero y armonioso.

Era de noche y la oscuridad refugiada tras las sombras del bosque, cuyas siluetas eran dibujadas por la lejana luz del pueblo, solo dejaba entrever lo que sucedía bajo las ramas que nos protegían del manto estrellado.


Luceo non uro - dijo Ela, mientras cesaba el movimiento de su mano, tensaba sus escuálidos músculos y escondía sus ojos cafés debajo de dos palidos párpados.


Al instante, las venas de la mano de Ela brillaron fuertemente, y drenaron hasta la punta de su dedo índice, desde donde floreció una pequeña flor de un amarillo intenso, iluminando finas facciones, elegantes trazos y el sudor que escapaba de la frente de mi amiga. La magia no lograba ejecutarse sin esfuerzo.


¡Ela! Sabes que no debemos practicar Magia sin la presencia de algún miembro del Congreso, si nos encuentran podrían desterrarnos.- Si bien sabía que mis palabras estaban llenas de razón, también tenía claro que los oídos de Ela estaban absolutamente sordos a cualquier argumento. Era su primera vez experimentando el calor de hacer la luz, y la adrenalina la protegía del frío nocturno.


Silentium Noctis. - Conteste enojado. La luz que emanaba del índice de Ela fue ahogada por una veloz sombra que escapó de mi palma, y rodeó en un abrazo asfixiante la flor, hasta que esta se marchitó y cayó al suelo, apagada.


No solo Ela nos había expuesto a ambos a la sanción más grande conocida en nuestro pueblo, sino que además me obligó a cometer el mismo delito para evitar cualquier castigo. Miré su rostro entre la tenue luz que dejaban pasar las ramas, y solo vi una sonrisa pícara, propia de quien ha conseguido lo que quería.


Antes que pudiera reprenderla por lo irresponsable que estaba siendo, un fuerte rugido se escuchó desde lo más profundo del bosque, y una sensación helada me dejó paralizado. Miré a Ela, sentada aún sobre el tronco de alerce, y sus ojos estaban empapados en pánico. Un ruido sordo de ramas rotas y veloces crepitares llenaron todo el silencio que los árboles guardaban religiosamente. Por esto es que estaba prohibido hacer Magia.


Antes de poder lanzar un grito de auxilio, antes de poder dar aviso de lo que venía, sentí como una garra cálida se arrastraba sobre mi pierna, hasta llegar a mi cuello, y mi voz pasó a ser solo un eco ahogado. Por el rabillo del ojo puede ver a Ela siendo consumida por la oscuridad que brotaba de la tierra. 


Al caos le siguió el silencio, a la noche el alba, y el rocío se vio interrumpido por los pasos de todo el pueblo, buscando el paradero de Ela y Roa. No había ningún rastro. Después de la hora de almuerzo, los intentos por encontrar a los dos chicos fueron superados por una pena que invadía a todo el mundo. Todos los rumores decían lo mismo: Mors Atra.

Algo Tarde

Estuve pensando, cuánto trabajo hicimos para que todo funcionara. A veces es difícil darse cuenta que, desde el otro lado, probablemente, también se estaba llevando a cabo una tarea titánica, una lucha olímpica entre el ego y el amor, entre lo que se piensa y lo que se siente, lo que se quiere y lo que se puede. Y a veces, algunas veces, no es suficiente.

Los esfuerzos que se hacen, el desgaste, la lágrima, el cariño, el pesar, la pena, angustia, dolor, incertidumbre. Todo eso que uno calla, lo que uno dice sin decir, incluso lo que se grita desesperadamente, todo, absolutamente todo, se va acumulando en un pequeño recipiente que llamamos corazón.


A veces simplemente ya es demasiado. Glaciares derretidos por el calor del verano, la fragua incesante de quien trabaja noche y día, despierto y soñando, para sacar adelante algo que no se entiende, aquello que el eco encefálico trata de espantar, eso que el cuerpo no deja de querer. A veces el ruido del río es ensordecedor y da miedo siquiera volver a intentarlo.


Tal vez mañana sea más valiente, o tal vez pueda perdonarme eso que aún me genera duda, lo que me hiere dentro. Puede que un día las heridas cicatricen, decoradas en oro. Tal vez nos veamos las caras, cansadas de arrastrar tanto bagaje en la mochila, y descárguemos llos hombros al unísono. Puede que cuando eso pase ya sea demasiado tarde.

jueves, 9 de febrero de 2023

Cementerio General

De entre los blancos calcificados huesos a medio enterrar, olvidados por el pequeño can que estuvo arrastrando la carcasa de persona por algunos cientos de metros. El granuja, luego de tanto tramitar, decidió, cómo quien fuera al mercado, raptar el fémur izquierdo de nuestro exhumado y esqueleticamente escuálido amigo.


Parcialmente bajo el barro santiaguino, entre el cemento gastado del Cementerio General, se encontraba extraviado nuestro calcico saco de huesos, sin entender mucho que era lo que estaba pasando, que hacía ahí, al medio del pasillo del cementerio, con una pierna menos, y un agujero en el cráneo. Bueno, lo del golpe lo recuerda. 


Más bien que recordarlo, nuestro opaco conjunto de restos mortalmente heridos, tenía la sensación de que, poco a poco, el líquido negro que navegaba dentro de su cabeza se escurría, como si estuviese derramando la esencia de si mismo, mientras se dejaba estar en el suelo. 


Y bueno, nada. No lo quedo otra que levantarse. Con una pierna y ayuda de sus delgados, enclenques brazos, logró mantenerse parado y evitar que el negro siguiera desparramándose por las piedras del camino que cruza el cementerio. O eso creía el.


A poco se dio cuenta que, en realidad, el líquido oscuro no se estaba desparramando, sino que se estaba desbordando. Si, como lo oyen: Nuestro esquelético amigo estaba produciendo la viscosa sustancia, que goteaba desde su craneo al suelo, dejando una poza de lo que podría haber sido alquitrán. Tal vez lo era.


Mientras saltaba en un pie, haciendo de cuenta que caminaba, y sin saber mucho que hacer con esta especie de tinta, pensó en cómo emplearla para algún fin útil. A fin y al cabo, para eso son las cosas. Pensó en nutrir los ríos que morían de inanición, pero no sabía si la cura era peor que la enfermedad. Creyó buena idea el compartir a otros ahuesados colegas de esta extraña sustancia, pero tampoco tenía claro si estaría pasando por encima de la voluntad de esos inanimados sujetos. 


De tanto cranear, cayó en cuenta que, a medida que un pensamiento atravesaba su perforada cabeza, más líquido emanaba del mismo, como si el pensadero se hubiese convertido en un pozo de petróleo, una mina de oro negro ¿Pero que hacer con un dinero que no se puede gastar?


Nuestro querido huesitos miró al suelo, buscando respuestas de donde mismo salieron las dudas, y como una exclamación después de un susurro, una idea le vino al coladero que tenía por craneo: Al caminar, o mejor dicho saltar, ha dejado un rastro con la negra tinta que ha ido esparciendo, involuntariamente, por todo el lugar. Por fin tiene algo que hacer con el maldito líquido.


Bueno, la verdad, es que aún no se le ocurre nada muy útil en que usar la tinta, pero ahí está, escribiendo en el suelo todas sus ideas, gastando la tinta a medida que está brota del agujero en su cabeza. De vez en cuando el perro se acerca a dejarle el fémur a nuestro esquelético protagonista. Recibe al pequeño cachorro con un cariño enérgico bajo la barbilla y una cosquillas tras la oreja, toma el fémur y lo tira lejos. Sonríe para adentro. No siempre todo tiene que ser tan útil.

Balanza

Una maravilla lo que hacen las personas. Sin siquiera darme cuenta me vuelve una ansiedad aterradora, solo de pensar, y sobrepensar, los haberes del pudiesen, las locuras del hubiesen, los miedos del teniesen. Una maravilla lo que hacen las personas, terrorífico e increíble al mismo tiempo. Que fácil es impactar entre ceja y ceja, perforando sien, encéfalo y toda la materia gris, si es que a estas alturas alguna queda.


Y si, estamos más maduros también, no podemos actuar bajo impulsos del momento, arranques del corazón ni labios apresurados. A veces, sería más fácil que pudiésemos hacerlo. Cuantas ganas tuve, no sabría explicarlo. Pero finalmente no queda nada más que una cabeza tranquila ordenando el hilar extravagante de un corazón obsesionado con la tormenta, un sentir condicionado para hacer un truco cada vez que escucha un silencio. Una cabeza que parece inflarse de ideas, y desinflarse con recuerdos.


Y bueno, que entre toda la mercancía que arrastra la vida, en algún momento corresponde pesarla en la balanza. El pasado y el futuro a un lado, al otro el presente. Me sorprendí a mi mismo cuando ganó el presente. Todo esto de manera inconciente, espontánea, instantánea, irrefutablemente instintiva. Dicen que adentro de uno siguen las costumbres primitivas, las que nos llevan a decidir si pelear o huir. 


Contra todo pronóstico, o antecedente, e incluso contra una parte de mi que tal vez nunca se calle, decidí volver la espalda a esa incertidumbre tan conocida, y correr hacia la certeza proyectable, hacia lo que está, lo que es. Lo que, a fin de cuentas, de verdad quiero. 


El tiempo es sabio. Y un tremendo hijo de puta. Seguro que, si cuando el último grano de arena se suicide en el abismo del reloj, mi decisión no fue la correcta, o la que mi corazón quería, lo recordaré por siempre. En la próxima vida, y tal vez la siguiente. Por hoy me hayo tranquilo. Escribir todo esto cansa la cabeza, y me despeja la duda que durante un segundo tuve. El corazón, finalmente, es lo único que pesa.

martes, 7 de febrero de 2023

Algo sobre el Fuego

El fuego es una herramienta, un instrumento puesto a nuestro servicio desde primitivos tiempos. El fuego es la reacción química que se produce cuando la composición base de una sustancia combustible es alterada por un factor ignitor, un encendedor, que puede ser una chispa o una brasa. Algo así recuerdo de una antiquísima clase a la que debería haber puesto más atención. Podemos resumir en que el fuego es un efecto, una consecuencia, y para que ocurra se necesita un combustible, y que este sea alterado de manera tal que combustione. 

  

Así puestas las cosas, el fuego es de uso natural a estas alturas. No es más que un dato para la causa el comentar que uso fuego a diario, y considerándome medianamente letrado, no logro explicar de manera precisa la forma en la que se crea. Se que si una chispa alcanza gas metano se prende una llama, y que lo mismo ocurre si una mecha untada en alcohol es calentada con una lupa hasta una determinada temperatura. La cual no conozco. Pero se cómo funciona el fuego. En parte. 

  

De cierta manera, y al menos en lo que hasta este momento escribo, uno podría suponer que el fuego es algo que tengo dominado, cuyo uso se me hace común, corriente, cotidiano. Que por ende no debería tenerle miedo alguno. Que tal vez es solamente un instrumento sumiso que hace lo que yo le diga. Y podríamos decir que si, podríamos hablar que del fuego creado por , cuya combustión fue obra de este narrador, está bajo control.  

  

Pero el fuego es naturaleza, es arrebato, descontrol, movimiento, evolución. Existe desde antes que el hombre, y no seríamos lo que somos si lo fuera por que este se nos presentó a sí mismo. Nosotros le tuvimos (tenemos) un miedo de muerte, nuestro instinto es evadirlo, evitarlo, usarlo solo en la medida que sea necesario. Jamás jugar con el, y considerar a quienes lo hacen como locos, funambulistas, circenses, alterados o personas con trastornos pirómanos. Tenemos razones para hacerlo.  

  

La regla del treinta, treinta y treinta es clara. Treinta o más grados Celsius de calor, con vientos de más de treinta kilómetros por hora, junto a una humedad inferior al treinta por ciento, resulta en un incendio inminente. Caos desatado, un campo de guerra donde los soldados que nos protegen de perdernos en el inmolador abrazo del fuego, son los bomberos, seres preparados para ese momento, así como tantos otros, y sobre los cuales descansamos cuando lo peor ocurre. 

  

Cada verano nos acordamos de ellos, unos más que otros. Suelen devorar los titulares entre enero y febrero, mas se pierden en el silencio durante el resto del año. Ahora nos quejamos de las pocas herramientas con las que cuentan, que el presupuesto, que la desidia, que la negligencia estatal. Hago el mea culpa de pensar así, y al momento siguiente recordar todo el año, en el que no hice el más mínimo esfuerzo por dar un ápice de apoyo a esa honorable institución.  

  

Terminará el caos, eventualmente siempre lo hace. Contaremos techos, hectáreas y cuerpos. Se repartirán medallas, propondrán proyectos y comenzarán fundaciones. Lo mismo todos los años. Escribirlo no tengo la menor idea si tendrá algún efecto interno, si enserio cambiará algo en . Espero que el hacerlo me permita acordarme de dar el minúsculo grano de arena que puedo aportar para apagar este incendio. O al menos sentirme un hipócrita por no hacerlo.